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En estos tiempos de incertidumbre, escribo este artículo como un ciudadano de a pie más que observa con preocupación lo que a nivel global está ... ocurriendo.
Cuando analizo cómo se perciben entre la ciudadanía española los inadmisibles y perturbadores acontecimientos, siento que falta algo en el ambiente que no acaba de cuajar, de consolidarse. En el ámbito personal nos sentimos concernidos con todo lo que está sucediendo en la actualidad. Como ciudadanos españoles valoramos sus repercusiones. Como europeos también, pero con otro entusiasmo. Como si las claves de nuestro futuro se redujeran al entorno en que vivimos.
Me llama la atención en eventos públicos la reacción de algunos asistentes cuando suena el himno nacional de su país. Se levantan, en algunos casos se ponen la mano en el corazón, y si procede, lo cantan sin titubear. Como si algo superior les uniera.
En sentido opuesto, aprecio continuamente en diversos informativos y tertulias, un enfoque hacia la Unión Europea distante. Como si se tratara de una estructura lejana en la que se toman decisiones que afectan «a los países de la Unión Europea».
Analicemos la situación: ¿percibimos como nuestras las decisiones que toma la Comisión Europea? ¿Nos identificamos con nuestros grupos políticos afines del Parlamento Europeo? ¿Sabemos cómo se toman las decisiones en el Banco Central Europeo? ¿Nuestros representantes europeos son de 'segunda fila' en sus partidos? ¿Nos importa realmente lo que le pase, por ejemplo, a los finlandeses? ¿Nos interesa la UE pensando sólo en lo que nos beneficia? ¿Vale la pena apostar por una comunidad europea con sus valores y estado de bienestar conseguidos a tan alto precio?
La tozuda realidad nos hace ver que el mundo actual está evolucionando a multipolar y diverso: EE UU, China, Rusia, India… y por supuesto ¡la Unión Europea! No lo dudemos, la influencia de los países europeos es relevante cuando están juntos. ¿Cómo fortalecer esta unión?
La identidad europea debe ser compatible con las identidades nacionales. Integradora, no excluyente. Debe resaltar nuestros valores comunes, nuestro sentido de pertenencia, nuestra increíble diversidad cultural y, por supuesto, potenciar la unión en torno a los desafíos comunes.
A estas alturas no podemos considerar a la UE como un mercado común. De hecho, ya no lo es. Los países han tenido que ceder parcialmente soberanía, contamos con estructuras comunes y hay decisiones que son de obligado cumplimiento. Eso sí, sus estructuras democráticas deben ser más ágiles a la hora de tomar decisiones estratégicas. Para ello, la ciudadanía debe conocer las propuestas, sentirse partícipe en los procesos y tenida en cuenta en la toma de decisiones. Una mejor política de comunicación ayudaría mucho.
Debemos ser más proactivos en este vertiginoso momento de la Historia. Nuestro espacio político global, la Unión Europea, está necesitado de más pegamento social. En sus orígenes se creó, como recordamos todos los años cada 9 de mayo, para frenar cualquier atisbo de guerra en esta parte del planeta. Hoy en día, el terreno de juego es más complejo. No sólo debemos mirar fuera de nuestras fronteras, también debemos vigilar el interior de nuestra casa. Convivimos con organizaciones, mal llamadas europeístas, que están interesadas en que todo esto se rompa.
Estas cuestiones de fondo no son flor de un día. Deben ser una constante en el quehacer de una clase política que debe ser un ejemplo ético para la ciudadanía. Que genere concordia, no desafección. Que aporte esfuerzo antes de demandar sacrificio.
Ya se nos pide y no sólo de carácter material o económico. Esfuerzo para entender ciertas actitudes incomprensibles como la mirada de perfil europea ante el presunto genocidio de Gaza. Esfuerzo para defender nuestros valores europeos o contrarrestar la política de aranceles impuesta por el presidente de EE UU. Y por supuesto, apoyo para avanzar en la permanente lucha contra el cambio climático. Es evidente, necesitamos una sociedad europea cohesionada en torno a una idea.
Se debe tener una altura de miras suficiente para ver un poco más allá de lo perentorio, del ruido ensordecedor que nos envuelve. Fortalecer la cuestión identitaria debe ser una lluvia fina, persistente y enriquecedora. Que haga sentir a esas personas anónimas que paseamos por la calle el orgullo de pertenecer a una comunidad plural, solidaria y respetuosa con el medio ambiente. La europea.
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