Dos días entre el humo de Espinama
A los móviles llegaron cinco alertas y algunos han salido escopetados del valle, dejando las maletas abandonadas en las habitaciones del hotel
Desde hace dos días, Espinama huele a humo. El pueblo está en el medio de un triángulo desde donde se divisa el desastre que están ... sufriendo los montes colindantes de León, Asturias y Palencia. Los lebaniegos corren de un lado a otro ayudando a bajar el ganado de sus vecinos desde las zonas altas hasta los pastos bajos. Se acercan a las zonas en las que son necesarias más manos para hacer cortafuegos. Vigilan cómo están los montes por donde saben que llegará el fuego.
Los coches están cubiertos de cenizas y pavesas. Hay hasta hojas enteras quemadas que el viento ha traído desde sabe Dios dónde. Caminar por la calle a ratos es sofocante. El calor no es el habitual. Literalmente se siente lo mismo que cuando abres el horno. Hay rachas de viento que, por minutos, permiten ver las cumbres de algunos picos conocidos y que estos días aparecen y desaparecen entre el humo. Ayer empezó a llover. Escuchar las gotas se transformó en un suspiro de alivio, pero la sensación duró sólo unos minutos que no sirvieron ni para refrescar el ambiente. El humo sube y baja en función del viento. Los pájaros vuelan muy bajo, y se dejan ver de cerca por las calles y jardines. Se oye el zumbido de las moscas más que otras veces, aunque quizá sea por el silencio, que como el humo, está por todas partes. ¿Hay miedo? Real no, porque los que entienden los montes que rodean a Espinama dicen que hay varios hayedos que pararían todo, pero por las cabezas de los que estamos aquí se pasea la duda de irse o quedarse porque la calidad del aire es «extremadamente desfavorable».
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Este domingo, el pueblo está desierto. Los coches pasan por la carretera a cuentagotas. Ni rastro de las motos que hacían gala de su potencia. Hasta el viernes por la noche había muchos turistas y montañeros. «Como en los viejos tiempos», se oía decir. Hoy, las calles y las terrazas están vacías. Cuando ayer sonaron las dos primeras alarmas en los móviles –llegaron a sonar hasta cinco veces–, hubo quien salió escopetado del valle. En varios establecimientos hosteleros empezaron a recibir llamadas de huéspedes que se habían marchado llevándose las llaves de las habitaciones y dejando allí su equipaje. Muchas reservas están siendo anuladas. «Si la gente viene aquí a hacer rutas y respirar aire puro, con esta situación…». El miedo es libre, y escuchar a los mayores de la zona diciendo que nunca habían visto algo así no ayuda.
Algunos han decidido sacar las mascarillas que no gastaron en la pandemia para salir de casa e intentar hacer algo de vida. La práctica deportiva está totalmente desaconsejada, pero salir a ver cuál es la situación, mirar los montes, mantener la esperanza y cruzar información con los vecinos es necesario y tranquilizador. Aunque uno no pueda quitarse de la cabeza a los vecinos de León, Asturias y Palencia de los que nos separa una línea imaginaria.
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