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Comillas conmemora su pasado colonial con la recreación más elegante
Cientos de personas se han dado cita para celebrar el Día del Indiano en una jornada multitudinaria y soleada
Último sábado de agosto, doce y media del mediodía, el sol se derrama abrasador sobre la plaza del Corro Campíos de Comillas. Hay menos gente ... que en pleno verano y los que rebañan la temporada se concentran, todos, en la plaza junto a la iglesia. La villa modernista ha celebrado este sábado el Día del Indiano para conmemorar su pasado colonial. La 16 edición de la fiesta, favorita de muchos, ha vuelto a reunir a cientos de personas en torno a media docena de carpas blancas –la parada del café; del maíz; del ron; la parada comillana; la parada de Intermon Oxfan y la del colegio Jesús Cancio– y un escenario con ritmo tropical. Acudieron cientos de personas. Y la mayoría de blanco, porque ese día Comillas se vuelve blanca, nadie se escapa. Solo los turistas que están de paso y no se enteran de la fiesta y algún vecino díscolo. El resto, blanco y gorros de paja con la cinta azul –otros años es roja– porque el patrocinio manda.
¿Qué toma uno en la parada del ron a las doce de la mañana? «Mojitos, por supuesto», aseguraba Paulo Armengol, que el año pasado sirvió como mil refrigerios en todo el día. «Por la mañana, cuatrocientos y luego ya por la tarde y durante la noche, que son fuertes». Con fuertes Paulo se refería a que había mucha gente. Este año más, «porque no llueve», decía. Las únicas gotas que caían eran de sudor. Por eso pegaban los paraguas que portaban algunas de las mujeres que, con todo el humor, iban vestidas de época de los pies a la cabeza, con encajes, broches, guantes y gorros 'emperifollados'. El paraguas les protegía del sol, pesado a más no poder. «Pero mejor esto que llueva», decía una señora entre los puestos. Si llueve se estropea.
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Entre el gentío, los reyes Alfonso XII y Doña María Cristina con su séquito, dejándose ver y fotografiar, que ahora no se entiende lo uno sin lo otro. ¿Puedo hacerles una pregunta para el periódico? «Sí por supuesto pero espera que nos van a hacer una foto», respondía Ana Belén Benito, comillana –María Cristina el Día del Indiano–. «Todos los años colaboramos con la escuela de baile de Mercedes Seco –las alumnas actuaron sobre el escenario– y nos ataviamos con los trajes de Vera Simons». Y es que si lo de este sábado era una fiesta, Vera Simons es la anfitriona, entendida y artesana de los trajes, que expone su esmerada colección de moda histórica en los bajos del antiguo ayuntamiento.
Pero esto va de vestirse e interpretar y de ser, también, «una especie de atracción». Al rato, un hombre daba los buenos días sobre el escenario y decía que iba a empezar la actuación de baile. Todo destilaba ritmos latinos. La multitud de blanco rodeaba el escenario. Los mojitos seguían desfilando y olía a tortos de maíz y a café. En medio de un círculo con varios móviles apuntándole a la cara, Ezequiel Nava, de Palencia, un señor de cierta edad que se ha construido su propio velocípedo y va con el aparato a este tipo de citas históricas, como los Baños de Ola de Santander. «Así empecé –reconocía–, en Santander, porque fue la primera ciudad de España en organizar estos eventos conmemorativos». El velocípedo de Ezequiel tenía una rueda grande y una pequeña en la parte posterior. Así que el hombre solo llamaba la atención. «Ahora se lleva lo vintage y la gente nunca ha visto un aparato de estos». Casi había que coger vez para hablar con Ezequiel, que parecía él mismo un photocall en El Indiano de Comillas.
Vestido de mañana
Lo mismo les sucedía a María José Vega, Diana Álvarez y Julián Rodríguez, otros tres participantes. «Llevamos vestido de mañana –hay de tarde, de noche, de fiesta...– y lo hacemos todo nosotros». En tiempo y dinero, tres meses y unos setecientos euros cada uno. «Es un hobby, no fumamos, no bebemos y no alternamos; en algo nos tenemos que gastar la pensión», decía María José tan natural. Estaba el ambiente animado «y cuando la gente vuelva de la playa, verás», advertían. Sobre si a la gente de a pie, le interesa la procedencia de Comillas o más bien solo la fiesta, respondían que sí. «En otros lugares donde no haya influencia indiana quizá no se habla de esto y la gente no lo conoce tanto, pero aquí sí».
Iba pasando la mañana y el reloj de la iglesia marcaba la una. Sobre el templete, el taconeo de unas niñas bailando sevillanas. Después, una voz en off se dirigía al público y hablaba de la vida del marqués de Comillas, Antonio López. De su nacimiento, su traslado a Barcelona, su deseo de hacer de Comillas «un lugar digno de reyes, de la visita de Alfonso II y de su estancia en la casa Ocejo». Y de repente, los personajes, los reyes y su séquito desfilaban en la plaza con gesto ceremonioso y música imperial. Y parecía que el pasado volvía al presente. El público formó un pasillo alrededor. Toda la plaza era una escena del siglo XIX.
Una vez sobre el escenario, los personajes posaron, desfilaron, bailaron y saludaron. Como en mil ochocientos y pico. A esa hora ya no cabía en la plaza un alfiler. La tarde siguió con una gran fiesta cubana y talleres de baile. Todo entre mojitos, café, tortos, gorros de paja y puro cacao. Y es que este Día del Indiano en Comillas hay que verlo.
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