Ver 21 fotos
Apagado final
El Cid vuelve a sonreír y Roca Rey se aferra a su valor en la despedida de la feria
Ycomo vino, se fue. Con una tarde plomiza, casi como el color del vestido de luces del que tenía que ser la estrella y acabó ... sin poder cuajar un toro en sus dos tardes. La Feria de Santiago echó este sábado el telón con un festejo falto de carácter, sin la necesaria dosis de raza, bien animal, bien humana, y con el invitado a la fiesta, El Cid, como protagonista. Y eso que Roca Rey, aquel llamado a reinar en el ruedo como ya lo hace en la taquilla, no vio atendida una petición que parecía mayoritaria en el tercero y le pidieron la puerta grande, tampoco atendida, en el sexto. Pero, que nadie se engañe, ni su tarde ni su feria han sido de triunfo. Ni mucho menos.
En época de Taurocromos, la tarde de este sábado era de repes, pues todos los protagonistas ya habían comparecido en la feria, algunos con el peligro de ser cambiado un domingo cualquiera en la Plaza Pombo. En su segunda comparecencia, ahora con corrida completa, Domingo Hernández envió un encierro desigual, muy justo de presentación, con algún toro, como el tercero, con el que había que ponerse serio. Animales muleteros, el segundo fue el que menos se desplazó en el último tercio.
La ficha
-
Ganadería. Seis toros de Domingo Hernández, muy desiguales de peso y hechuras, mal presentados en general, especialmente el tercero. El de más trapío fue el sexto. Llegaron con patas a la muleta, aunque ninguno terminó de exprimirse con bravura y recorrido.
-
El Cid. Estocada atravesada (oreja) y tres pinchazos y estocada tendida (ovación con saludos desde el tercio).
-
Juan Ortega. Media estocada, tres pinchazos y bajonazo (ligeros pitos) y siete pinchazos y estocada (pitos).
-
Roca Rey. Media estocada (ovación tras petición) y estocada (oreja con petición de la segunda.
-
Incidencias. Plaza de toros de Cuatro Caminos, lleno en los tendidos en la última de abono de la Feria de Santiago. Presidió el festejo Jesús Javier Plaza. Roca Rey brindo su primer toro a Paul Montiel, escritor y conferenciante.
Sólo la espada, la maldita espada, impidió a El Cid repetir la puerta grande del viernes. Menos rotunda, desde luego, pero igual de sabia y generosa, de templada y limpia con un primero al que enjareto varias series por el derecho en las que el animal tendió a alzar ligeramente el cuello al final del muletazo. A menos el toro, con la mente despejada el veterano, el estoque funcionó para lograr el premio.
El cuarto se movió incluso más, aunque con menos clase y pujanza. A Manuel Jesús le costó más coger el ritmo de la faena, que cuatro toros en dos días son suficientes, pero a esas alturas no iba a desperdiciar con la franela la oportunidad de desplegar su toreo con la diestra, que para eso ya estaba la suerte suprema. Pero su buena feria ahí queda.
Noticia relacionada
La última previa. Una despedida sin lágrimas
Roca Rey quería olvidar su no presencia del viernes con un triunfo en una plaza con un significado especial para él. Claro que, por muchas ganas que le pongas, para que algo tenga importancia tiene que estar respaldado por hacerlo ante un toro con formas de toro, hechuras de toro y trapío de toro. Y el primero de su lote, de toro (perdón por la insistencia con el que debería ser el eje del cotarro), sólo tuvo la edad. Un animal inédito en el caballo en el que dos naturales ya en las cercanías dieron paso al valor encimista, al ajuste desgarrado ante un animal que había entregado lo poco que tenía. La petición, indiscutible si contamos los gritos, que no cuentan, no desembocó en trofeo.
El sexto tenía que ser. El último toro de la feria, algo más ofensivo por delante que sus hermanos y al que Sergio Molina cogió en lo alto para despedir la semana con algo de vara (poco). El animal apuntaba, se iba a mover, pero iba a durar lo justo. Lo cierto es que lo hizo hasta mediada la faena, una cita con el peruano que no encontró acople por parte del diestro hasta que decidió pasar al arrimón, un acercamiento que encontró respuesta del respetable. Una estocada en el sitio y hasta la bola desembocó en la última pañolada de Santiago, atendida en una ocasión por el usía, que tuvo temple, aguante y serenidad para no dar lo que hubiera sido una injusta segunda oreja. Chapeau.
Justo lo contrario que el tercero había sido el segundo, que con más de 600 kilos y unas hechuras alejadas del prototipo de toro dispuesto a moverse, provocó una lidia desordenada y estuvo a segundos de volver vivo al corral, los que tardó Juan Ortega en estar hábil para bajonear al oponente.
El desorden en la lidia reinó también en el quinto, otro animal escaso de presencia que siempre se quiso ir, se quedaba corto y no regaló un solo momento para que Ortega usase capote o muleta. Con cierto peligro en el tramo final de la faena por su tendencia a la defensa, Ortega redondeó su mala tarde con un sainete a espadas en el que incluso algo le dijo a la grada. Por supuesto, la cosa acabó en bronca.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión