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La despedida del Papa Francisco sigue unas estrictas medidas de seguridad y protocolo. Sin embargo, no todo puede controlarse. La monja Geneviève Jeanningros ha sido ... la protagonista de una de las imágenes de la jornada al saltarse las normas para despedirse de Pontifíce. No es una religiosa cualquiera, sino su amiga íntima. Bergoglio la llamaba la 'enfant terrible' ya que, como él, tenía una visión particular y amplia de quienes forman la comunidad religiosa.
Jeanningros, de 81 años asiste desde hace casi seis décadas miembros de los colectivos transexual y homosexual. Según ella misma ha indicado, lo hace para «devolverles la dignidad» y para, en algunos casos «rescatarles de la prostitución. «Ninguna persona debe sufrir la injusticia de ser desechada, a nadie se le puede arrebatar la dignidad de ser hijo de Dios», defiende la religiosa, perteneciente a la orden de las Hermanitas de Jesús. Desde 2022, acudía cada miércoles a las audiencias de Papa con miembros de ambos grupos para que pudieran conocerlo y hablar con él.
Así que es de comprender que el fallecimiento de Francisco la ha conmocionado y haya querido despedirse de él en la basílica de San Pedro. Lo que ha convertido en noticia su adiós ha sido el cómo y el cuando. Jeannigros o formaba parte del estricto protocolo que permitía solo a cardenales y obispos acercarse al ataúd, pero se ha acercado sin complejos.
Con su mochila verde a la espalda, la mujer se detuvo a un lado del féretro, se inclinó para orar y allí permaneció durante varios minutos en silencio y llorando. Nadie, por supuesto, se atrevió a afear su comportamiento ni a invitar que saliera de la zona de exclusión.
Su gesto también resalta aún más la figura del argentino como cabeza de la iglesia y su perfil más cercano y abierto que otros pontífices. Seguro que a Francisco este gesto le hubiera satisfecho puesto que todas las modificaciones que ha hecho para su despedida van precisamente en este camino: el de mostrarse menos divino y más humano.
La hermana Geneviève tiene un historia curiosa a sus espaldas. Su misión empezó en la localidad de Ostia y desde bien pronto tuvo claro que quería llevar la Iglesia de aquellos que no podían estar cerca de ella. Así, decidió trabajar con los colectivos de transexuales y homosexuales, pero también con los feriantes. Al principio llegó, incluso, a vivir en una caravana junto a otra religiosa para ganarse su confianza y entender su modo de vida.
Pese a su edad, 81 años, no ha cejado en su empeño. Y durante la pandemia jugó un papel importante para que un grupo de medio centenar de feriantes recibieran ayuda puesto que el confinamiento supuso para ellos un parón laboral y la falta de ingresos. Junto con el párroco de la Santísima Virgen de la Inmaculada de Torvainica, Andrea Conocchia, convenció al cardenal limosneros Konrad Krajewski para que les hiciera llegar los recursos que necesitaba.
Además de llevar a las audiencias a miembros de estos colectivos, sor Geneviève también logró otro hito, que Francisco visitara el 31 de julio del año pasado el parque de atracciones de Ostia para encontrarse con sus protegidos.
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