La pascua de todos
El Pésaj judío se celebra este año en la misma semana que la Pascua cristiana
ISABEL URRUTIA
Domingo, 4 de abril 2010, 02:16
E l calendario lunisolar (mitad lunar y mitad solar) del pueblo judío no tiene desperdicio. Por regla general, suma 12 meses pero cuando llega el año bisiesto hebreo se dispara a 13. Dicen que se parece al chino. Quién sabe. Lo cierto es que este reajuste les acerca al cristianismo cada cuatro años. Entonces coinciden las fechas de las Pascuas judía y cristiana (con la salvedad de las iglesias orientales, que siguen otro calendario). Un embrollo que ahora lo es mucho menos. ¿Por qué? Por la sencilla razón de que judíos y cristianos la están festejando durante la misma semana. Juntos pero no revueltos.
Razón de más para recordar los orígenes de una festividad que arrancó el lunes y celebran más de 40.000 fieles de Yahvé en España, afincados sobre todo en Madrid, Cataluña, Comunidad Valenciana, Baleares, Andalucía y Ceuta. Entre lecturas de textos sagrados, reencuentros familiares y banquetes, se les pasarán volando los días hasta el próximo martes. Una puntualización: la Pascua (o Pésaj) dura siete jornadas en Israel y ocho en el resto del mundo. Todavía continúan adjudicando una jornada extra a la diáspora, por si llega tarde el comunicado de Jerusalén que da inicio al rito. La tradición es la tradición.
El Pésaj hebreo conmemora la huida de la esclavitud en Egipto, allá por 1250 a.C., después de diez plagas que masacraron a la población no hebrea. Tremendo. Yavhé regía el mundo y protegía al pueblo elegido; su voluntad ordenaba y mandaba por encima de todos. Así lo creían los judíos y el faraón lo terminó aceptando, al dejarlos marchar mientras lloraba la muerte de su primogénito, fulminado por la última peste. No había alternativa según cuentan los textos sagrados, ya sean judíos o cristianos. El Dios de los israelitas había decidido dar el espaldarazo definitivo a su gente: con Moisés a la cabeza, los guió por el desierto hasta la Tierra Prometida. La travesía se alargó 40 años y afianzó la identidad común de aquellas tribus, tan proclives a enzarzarse en disputas.
Aquel éxodo les grabó a fuego dos ideas: «Para ser libre hay que respetar unas normas; si andas perdido por la vida, no puedes ejercer con plenitud tu autonomía», explica el investigador de origen sefardí Mario Saban, residente en Barcelona y autor de 'El judaísmo de Jesús'. Dicho con otras palabras, las Tablas de la Ley les ayudaron a no perder el norte.
La Última Cena de Jesús
Siempre nos quedará la duda. ¿Llegó Jesús a festejar la Pascua judía con sus amigos? ¿Fue la Última Cena la celebración de esa festividad? Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas lo dan por supuesto. Y puede que sea así. Nadie discute que la figura central del cristianismo nació y murió como fiel seguidor de Abraham; seguro que disfrutaba como el que más de una de las fechas clave del almanaque judío. Ahora bien, también tiene su interés el contrapunto de San Juan: en su interpretación de los hechos, la Última Cena tuvo lugar antes del Pésaj, justo cuando se mataba a los corderos que luego servían de manjar en el convite.
¿Conclusión? Una y otra versión tienen mucho calado. La primera carga las tintas en la condición de hebreo de Jesús y la segunda lo identifica con la víctima de un sacrificio sagrado. Al margen de la cronología real, queda claro que el calendario de los devotos de Yahvé marcaba la existencia de Cristo. Lo mismo ocurre con gran parte de los 20 millones de judíos que en la actualidad viven dispersos por los cinco continentes. Un colectivo que abarca desde creyentes ultraortodoxos con tirabuzones hasta rabinas lesbianas que llevan la voz cantante en algunas sinagogas. También hay ateos y agnósticos que hace tiempo dejaron de esperar al Mesías, «prueba de que nuestro mundo es muy plural, la religión no es el único elemento que nos caracteriza; a veces pesa más la identidad cultural», explica Eliyahu Pérez del Campo, portavoz de la Comunidad Progresista de Judíos de Barcelona.
Valga como ejemplo de tanta pluralidad el resultado que arroja el Centro Pew de Religión y Vida Pública en EE UU: el 17% de los judíos de aquel país no cree en Dios, el 30% vive de espaldas a la religión y el 82% está convencido de que son muchos los credos que llevan a la salvación. Ejemplo de tolerancia o indiferencia, según se mire. Sea como fuere, la mayoría no se anda con tibiezas a la hora de celebrar el Pésaj; llegado el momento visten sus mejores galas, se encasquetan la kipá (el solideo hebreo) y entonan a pleno plumón todo su repertorio. Antes, durante y después de comer a dos carrillos. «Ay, sí, ¡nos encanta la buena mesa y cantar! Sobre todo en una festividad tan entrañable y hogareña como el Pésaj», reconoce Mario Saban. Por supuesto también se corea el 'Hava Naguila' ('Alegrémonos'), ese 'hit' universal que ha interpretado hasta el mismísimo Raphael. La exaltación, con más o menos fervor, y el orgullo de pertenecer a una comunidad anima el ambiente.
Reglas de alimentación
Tanto jolgorio no les hace perder de vista las reglas de alimentación. Los preceptos judíos son muy estrictos: ni marisco, ni cerdo, ni morcilla, ni hamburguesas con queso... El catálogo es largo. Si uno quiere ser consecuente, todo aquello no se puede ni probar, incluyendo estos días el pan con levadura. Una vez más, se trata de un guiño al pasado: cuando huyeron de Egipto, iban con tanta prisa que no les dio tiempo a esperar que subiera la masa. Por eso ahora lo comen ácimo y el martes, a la noche, saborearán dulces bien horneados para desquitarse. Una manera de recordar que Moisés no pisó la Tierra Prometida, pero alcanzó a divisarla desde el monte Nebo. Al final, Yahvé cumplió con su palabra y les proporcionó un territorio. Después de haberles otorgado, no se olvide, la libertad y los Diez Mandamientos.
Con esos mimbres se configura la identidad del pueblo judío que, piensan ellos, se mantendrá incólume hasta el final de los tiempos. Yahvé mediante.
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