El problema de tener un hijo con altas capacidades… y otro que no
Cómo mejorar la relación entre hermanos cuando uno tiene altas capacidades
«¡Hazlo tú que eres la lista!». Si ha escuchado ese grito desde el salón es probable que en su casa haya un menor con ... altas capacidades. ¿Cómo mejorar la relación entre dos hermanos cuando uno tiene una inteligencia muy superior a la media? Ahí va un spoiler: no les compare. Una máxima que es útil en todas las casas pero que aquí es todavía más importante.
«La prevalencia de las altas capacidades es bastante mayor de lo que imaginamos. Si somos puristas, siguiendo el modelo de Renzulli –el más usado enEspaña–, estamos hablando de niños que están por encima del percentil 98. Son un 2%», concreta la psicóloga Silvia Álava. Hay otros modelos que engloban a uno de cada diez menores. Así que no son casos aislados, es frecuente. «La inteligencia tiene un componente hereditario y es habitual que varios hermanos tengan altas capacidades... pero a veces no es así. Ahí vienen los problemas por esa tendencia innata de los padres y madres a compararles.Y también está el peligro de que ellos mismos se midan con el otro», advierte la directora del área infantil de la clínica Álava Reyes.
«¡Que no os comparéis!». Suena rotundo y seguramente todo el que tenga más de un hijo lo habrá pronunciado pero es poco efectivo. ¿Cómo lograrlo? «Hay que dirigir el foco en el esfuerzo que está poniendo cada uno para hacer las cosas y no tanto en el resultado», señala la experta. El de altas capacidades solventará ciertas tareas con un empeño minúsculo mientras el otro experimentará cierta envidia. También puede suceder lo contrario, algo que está detrás de muchos casos de fracaso escolar en este colectivo. «Como eso que tienen que hacer no les interesa, acaban haciendo un churro», ejemplifica Álava. Por eso, hay que dejar atrás el concepto añejo del esfuerzo perfeccionista y reemplazarlo por valorar, de forma genuina, el intento de aproximarnos a «nuestra mejor versión». Y ojo, que aquí vendrán sorpresas. «Cuando miramos con esa clave y la del esfuerzo muchas veces descubriremos que hace más el hermano que no tiene altas capacidades».
Sin etiquetas
El diagnóstico de las altas capacidades «suele empezar en torno a los seis años, aunque se puede notar antes». Es un momento importante. «Hay que explicarle al menor lo que está pasando, pero debemos huir de las etiquetas. No funcionan bien en los niños. Si me dices que tengo altas capacidades, lo tengo que hacer todo bien y demostrar que soy listo. Y esa presión puede ser muy alta», explica. La contraparte tampoco es un camino de rosas. «El otro hermano, por esa dicotomía que suelen tener los niños, entenderá que, si él es el listo, yo soy el tonto.Sería mejor evitar las etiquetas y las comparaciones, que finalmente hará que se lleven peor».
Háganse cargo. Compartir habitación con alguien a quien siempre le viene a la boca la palabra precisa y que suele hacer uso de una memoria prodigiosa que deja atónitos a los adultos. No parece cómodo ser el hermano, especialmente si el otro nació antes. «Tu hermano ya leía con tu edad». Las expectativas pueden ser un problema para los dos. En algunas familias podrían fantasear con la idea de que el de altas capacidades llegue a ser astronauta, situándole bajo una presión insostenible. Y el otro puede pensar que no está destinado a nada relevante...
Hay una labor vital en los progenitores que es explicar a los mejor dotados que su velocidad de procesamiento de la información no es la habitual. «Hay que decirles que, si tú vas con un Porsche, pasas de cero a cien en pocos segundos pero que lo normal es ir con Ford, que está bien y eso es correcto», aconseja. Quizá sirva para atenuar esas risitas y bromas que aparecen cuando, ante problemas cotidianos, uno tiene la respuesta en pocos segundos y el otro lleva un buen rato cavilando. «Los juegos cooperativos y trabajos en equipo ayudan porque no siempre destacará el mismo».
Los halagos
A los padres y madres pocas cosas nos gustan más que celebrar lo que los pequeños hacen bien. Pero hay que tener cuidado con los halagos porque son un arma de doble filo. «Para que el otro no se sienta mal, a ti nunca te digo que lo haces bien.Esto también pasa. Hay que poner en valor lo que hace bien cada niño o adolescente. 'Qué creativo'. 'Eres muy empático con tus amigos'. 'Qué persistente eres cuando algo es difícil hasta que lo logras'. Cosas específicas de cada uno», ejemplifica. «Con el de altas capacidades tampoco nos interesa el mensaje 'qué listo eres', porque mostramos la inteligencia como algo inmutable. Si me piden algo difícil, igual no lo hago por miedo a fallar porque ya no seré listo.Todos podemos mejorar.Mentalidad de crecimiento ajustada a lo que puedes hacer».
Muchos niños de altas capacidades tienen una mayor sensibilidad, pero no siempre va acompañada de madurez emocional. «No van a la par. Lo que nos encontramos es que la brecha que hay entre la inteligencia emocional y la general es mayor. Como la segunda es muy alta, el desnivel es mayor», zanja. Un factor más a tener en cuenta para templar esos gritos que, de todos modos, se escuchan en cualquier salón.
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