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ALBERTO GATÓN LASHERAS
Domingo, 29 de junio 2008, 03:22
Empezó el verano, y llegan las vacaciones a España, nueva oportunidad para conocer mejor la naturaleza y meditar la vida allá donde nos guíen nuestros pasos. No se puede amar lo que no se conoce -infirieron Aristóteles y Santo Tomás-, y cuanto más se ama lo bello más se conoce lo amado -razonaron Platón y San Agustín-. Con el permiso del lector, sea esta columna una muestra de amor al Valle de Lamasón y a su buena gente, donde la naturaleza y las personas honran en su fe, reciedumbre y costumbres la herencia milenaria de sus antepasados. Y, también, reconocimiento a la grandiosidad geológica y biológica de este paraíso, sus nevadas cimas, bosques de hayas y tejos, la luna llena que ilumina torales y brañas salpicados de acebos y espinos en flor, la berrea de los ciervos y el rumor del río, el majestuoso vuelo del águila real, el aroma a leña de sus aldeas, sus iglesias románicas, ruinas celtas y restos prehistóricos, la lluvia cuando humean las chimeneas de las casonas, el olor de la hierba segada con el dalle, o el sabor de la sidra y de la miel. Y, por supuesto, el trato sencillo, directo y noble con cada vecino y hogar. Lamasón, su naturaleza y sus gentes, para quienes vivimos en sus recónditos y cálidos pueblos y para quienes nos visitan, es un regalo humanista y místico de Dios, de la tierra y de la historia.
Religación (como escribiría Zubiri) del hombre con lo contingente que emula a los románticos ciudadanos del mundo Byron, Shelley, Milton, Manzoni, Foscolo, Leopardi, Schiller, Lessing, Beethoven, Goethe, Poe, Bécquer, Rosalía y Gil de Carrasco, quienes se integraron con la naturaleza con apasionada devoción, entregados a la belleza en el universo y buscando a Dios por sus obras. Y religación que se perfecciona con la otra actitud clásica del hombre ante la naturaleza, la de los Sapienciales, Horacio, Ovidio, Homero o Virgilio, los rusos -en especial Bunin, Pushkin y Chejov-, Stendhal, Hugo, Balzac, DAnnunzio, Mann, Hesse o nuestros Pereda, Concha Espina y Manuel Llano, Valle-Inclán, Azorín, Baroja, Clarín o Cela: la naturaleza no sólo como contemplación mística (y pasiva) de los románticos del XIX sino, asimismo, como cooperación activa con el Creador por el trabajo con lo creado. Ora et labora y éxtasis "stendhaliano" que otorgan una vida serena e intensa por la literatura, la música y la cultura en el amelgar de la tierra, la cría de animales domésticos, la caza y la pesca, en la visión del firmamento estrellado, el mar embravecido, las montañas blancas, los bosques otoñales, los frutales en flor o las fieras en libertad, en el interior del hombre y del universo.
Dos vías de amor y conocimiento de la naturaleza -la deleitación mística de Byron o Bécquer y el esfuerzo virgiliano de las 'Geórgicas'- hermanadas en el siglo XX por Tolkien, Lewis o Delibes como un sendero desde la naturaleza hacia Dios por la admiración (principio de la Filosofía) y la hermosura. Dos rutas y un destino existencial sublimados en Lamasón -permítame el lector la confidencia-, junto con la literatura y la música, por el cultivo de manzanos, perales, cerezos y ciruelos, su siembra invernal con luna nueva (según aconseja Virgilio -el poeta, claro-), la poda con luna menguante, el 'cuchu' en primavera, la limpieza de parásitos de los árboles, la guía de sus ramas y su otoñal cosecha. El esmerado cuidado de rosales y flores (como con delicadeza loa en este Diario Montañés el humanista Pérez del Valle). O, con los vecinos, y a ellos se dedica este artículo, el entresacar para leña un enfermo roblón del bosque, bajarlo en el tractor y, acaldado en la socarrena, picarlo con la 'jacha' y las cuñas acompasando cada golpe con las notas de Bach, Bottesini, Telemann o Vivaldi deslizándose entre los geranios de la balconada. O cavar la huerta, cortar la hierba de la finca, coger los huevos de las gallinas, atropar el maíz para pienso de vacas y aves o echar una mano en la matanza del chon. Y, en una actividad distinta, rastrear y fotografiar a los rebecos por las crestas del Cuernón y del Canto de la Trespeñuela, a los corzos por el encinar del Pico Poo, a los venados por Carraceu, a las alimañas por Ajotu, a las nutrias por Bucías o al águila real por Arria. O pescar truchas en el río Lamasón, y reos y salmones en el Cares, el Deva y el Nansa (gracias Fito, Nacho y Alfonso) con esquilas, cucharilla o mosca, dependiendo de las circunstancias y de cómo bajen las aguas.
En fin, ejemplos en los que se entremezclan el amor y la cultura en la relación del hombre con la naturaleza, y que pueden surgir en cualquier sitio y con cualquier persona en este peregrinar que es el destino de cada alma. Caro lector, estas vacaciones reciba mis mejores deseos desde Lamasón, y, empero siempre es posible ensalzar la belleza de lo creado en cualquier rincón del mundo, esté seguro de que aquí en Lamasón en la bondad de las creaturas se roza la inmensidad del Creador.
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