Las imágenes del verano en Cantabria
La época estival deja siempre curiosas y bellas imágenes a lo largo y ancho de la región
G. Balbona
Jueves, 22 de agosto 2013, 19:12
Norte para viajero desnortado: Por si la lluvia tormenta de ideas. Paraguas, chubasquero y esa marcha atrás del verano que te obliga a hacer inventario. Hay que mojarse. El Norte se mira al espejo y se reconoce huérfano de invierno. Hay turistas desnortados, paseos interrumpidos y un vestuario necesario que pide a gritos saltar de la marca a la urgencia y evitar así el calabobos. El hábitat de agosto es caprichoso: el escaparate mezcla gestos, aires pedestres, turismo sostenible en un perchero improvisado y una pizca de imperfección. La sabiduría dicta que viajar implica sacrificar cierta comodidad. El arca de las palabras permitirá contar los trayectos. En el moleskine particular apuntamos: el turista no sabe dónde ha estado. El viajero no sabe dónde irá. Foto: Roberto Ruiz.
Funambulismo de asfalto: Cruzar la línea de la supervivencia. Desafiar con arte al vértigo de la zona cero. Este es un neorrealismo siglo XXI: las mismas necesidades, idénticas desigualdades, similares fronteras. Del lado oscuro a la esperanza en un juego urbano y cómplice. El espectáculo de la vida frente a la falta de imaginación del sistema. La calle emite latidos y señales. Por cada eufemismo económico hay un héroe anónimo, un superviviente por excelencia. En la tenacidad del funambulista de asfalto aflora una historia de dignidad. Nos hablarán de impacto asimétrico de la crisis. El retrato del esfuerzo es la foto fija de una aventura cotidiana. Tras cada castillo adosado en el aire sopla una brisa que aspira a construir un mundo mejor. Cómo hacer malabares con la realidad. Foto: Alberto Aja.
Primero burbuja y luego pompa: Hay quien viaja al fin de la noche y quien se deja llevar por el curso de los acontecimientos. Célula o burbuja. Arde la calle y hay tribus ocultas cerca del río, que dicta la canción eterna. Y todo es una gran escuela de calor. Hace falta valor para hacerse el invisible y vivir del aire. Primero burbuja, luego pompa de jabón. Agosto es frágil, lúdico, espumoso, gaseoso y leve. Dejarse llevar por la corriente o desafiar los afluentes. En el epicentro festivo y melancólico surge una ola inesperada, un golpe de luz, un globo quemado por el sol. Y discurre el verano, entre meandros, serpenteando la actualidad, de orilla a orilla. Por si llega el ruido, ya saben, aún quedan mundos sutiles, ingrávidos y gentiles. Foto: J. L. Sardina.
Helado de agosto con sabor a cielo: Es como un juguete que nunca se olvida. Hay tantos sabores como estados de ánimo. Por ejemplo, el de fresa y el de limón colisionan a veces con la efervescencia o la melancolía. También es una cuestión del tiempo y de momentos: el de café y el chocolate casan mejor con el día nublado o con el atardecer. Y luego está la opción de combinar según carácter, temperatura y deseo, según lo tomemos solos o en compañía. Una ardua tarea ajustada al de vaso, al cono, al cucurucho, al de palito, al de corte, al de yogur, a la galleta rellena...Quizás no lo saben, pero hay instrucciones para comerse un helado. Sostener los bocados un tiempo suficiente en la boca, mantener un duelo antes de derretirse y elegir el lugar donde se va a comer están en el manual básico. Y recordar: los hay impulsivos, los que están para ser devorados, los relamidos, los interminables y los que siempre manchan. Por si se acaba el verano todo helado debe parecer el último. El ritual, de agosto y cielo, invita a repetir. Foto: Daniel Pedriza.
Cuando el paisaje imita al arte : Al natural y del natural. El tamaño del cuadro es el del mundo. Esto no es una pipa. La brújula en la cabeza, la perspectiva en la mirada, el trazo en la pasión y la textura como un territorio cómplice donde habitar. Por si el paisaje practica el escapismo repasamos la lección: al norte, el trampantojo; al este, la mirada perdida; al oeste, el golpe de mar; al sur, el viento que no estaba invitado. La aventura implica aprender con las dudas. El mejor museo es una pinacoteca de costa y marea baja, de árboles y escalas, de península y faro. En la paleta, el dibujo, la materia, la luz y el color. No hay receta, sólo memoria y militancia en el espacio. Ahora que algunos se empeñan en que no pintemos nada, la luz dicta sus leyes. Paciencia y talento. Y vas y lo pintas. Foto: Daniel Pedriza.
Turismo viajero, trayecto accidental : Rodar y rodar. A golpe de camino y maleta inquieta. La mirada se aferra al paisaje y las manos al equipaje como si fuese un animal que tratara de escapar. Hay fotografías generacionales, nómadas que poseen sabor a película de carretera, a lo Thelma y Louise, que destilan una brisa de libertad en los marcos y transmiten la sensación de que el trayecto es accidental, casi casual y el viaje, siempre incierto, cargado de asombro. Esta es una imagen ordenada al formato y al cuerpo, al destino y a la geografía. La ligereza desmiente tanto paraíso artificial. Facturada la maleta, abrimos el álbum del verano con la perplejidad de hallar algún mapa que lleve hasta la última playa vacía. Bon voyage. Foto: Daniel Pedriza.
Marea de sueños pendientes: Los hay soñadores, dormilones y comulgantes de la siesta. Algunos se lo ponen difícil al paisaje, optan por la postal y cierran los ojos. Con este landscape Úrculo habría hecho una de esas pinturas donde habita el tiempo sorprendido de sí mismo. En la pendiente, con una inclinación de tres cabezadas sobre el acantilado, pendientes de un sueño que llegue a buen puerto, este turismo tendido y rendido ha sacado el billete de un viaje incierto. La estampa tiene algo de bodegón santanderino, sedentario, en reposo, a la espera de un relato que incluya todo el vocabulario del verano: las maletas aplazadas, los paraguas desplazados, el tránsito y la quietud compartiendo duermevela. A la intemperie. Que ya llegará la hora de despertar. Foto: Daniel Pedriza.
Andar de cabeza, pisar el cielo: Arriba y abajo. La cosa sólo admite una duda: o andas de cabeza o te pierdes entre las ramas. A lo mejor se trata de practicar aquello del barón rampante de Calvino y subir a un árbol para quizás no bajar jamás. Uno, a veces, se quita el cráneo; otras, das la mano y se cogen hasta la médula espinal. La actualidad manda y lo que pide es perder los papeles. Suspendido sobre la sombra, la precariedad del mundo, el equilibrio medioambiental y el funambulismo se retratan en una misma coreografía. Un golpe de aire, un buen gag a tiempo y el tirabuzón de cine mudo en triple salto mortal se sostiene en un abrir y cerrar de ojos. Arriba y abajo. Y el mudo del revés, y viceversa todo. Foto: Daniel Pedriza.
Simetrías de sol y sombra: Sol y sombra ante el mayor espectáculo del mundo: la bahía que se presupone tendida a sus pies. La simetría es como una cita oportuna, es decir, puesta en el lugar justo y en el momento adecuado. Equilibrio, cobijo, mundos paralelos y una sensación de convivencia que se antoja laxitud y paréntesis. Esta es una de esas fotografías que desprenden extraña familiaridad y se postulan necesarias. El escenario, fuera de campo, ausente, mira de frente a la ciudad a la espera de un aplauso. El tiempo pondrá las cosas en su sitio. Ahora todo parece detenido. El verano siempre nos reserva una parada que creíamos definitiva. Foto: Javier Cotera.
Vestirse de vela y duna: Hay otras ciudades pero todas están en esta. Una, por ejemplo, navega, la otra discurre en construcción. Una es contemplativa, la otra activa. Ambas visten de vela y duna y coinciden en el skyline de la plaza del mañana: el 2014 por montera. La bahía persiste en poner plazos a la ciudad y viceversa. Para llegar a buen puerto hacen falta andamios y viento a favor. Habrá chaparrones y muchas tormentas imperfectas. En la imagen casco y timón intercambian sus rumbos. El cuaderno de bitácora escribe el futuro. Sólo falta mojarse. Foto: Javier Cotera.
El asombro del primer viaje: El verano está lleno de trayectos. Los hay de asombro y carretera. De viajes inesperados y muchas historias para contar al volver a clase. La cosa va de buscarse el destino, aunque sea con los motores apagados, en plan fotograma road movie y una sonrisa que promete felicidad. Nada como tunear la edad y poner cara de velocidad. El pequeño Easy rider ha logrado el retrato perfecto: ese que se guarda enmarcado y se enseña a los amigos. Posa salvajemente libre, protagonista de unas vacaciones que presagian siempre aventuras inciertas, al final de la escapada. Foto: Javier Rosendo.
2 largos, 200 metros y 4 patas: Quizás no haya logrado la marca. Un minuto y 50 segundos agotan a cualquiera. Pero lo del chapuzón en piscina olímpica y con vistas a la Catedral tiene su aquel. A cuatro patas los 200 metros mariposa se antojaban una hazaña. El ladrido acuático ya es otra cosa. No hay verano sin una buena lección canina de natación sincronizada: remojo, salpicón y esa sensación de atracción y repulsión que pone el cuerpo tenso y el olfato guerrero. Húmedo o mojado, el can tira de la cuerda por si aún le da tiempo a tocar la pared y pasar a semifinales, antes de echar de menos a Phelps. Foto: Se Quintana.
Vida leída, mundo por contar: La vida en un metro cuadrado. Esta es una historia de resistencia pero también un relato bajo el cielo protector de la lectura. Antes del minimalismo ya existía la capacidad de contar el mundo en tres palabras. En la mano un cerebro que habla, en el oficio de leer, un viaje interminable. Somos una página en blanco y una escritura por descifrar. Ya lo dijo Borges: «de los diversos instrumentos inventados por el hombre, el más asombroso es el libro». Lluvia de letras y voces incesantes. «Lee y conducirás, no leas y serás conducido». Sí, Santa Teresa de Jesús. Fin de la cita. Foto: Sane.
Un décimo a la sombra del árbol: Ya es Navidad en el embarcadero. El premio está congelado. Hay muchos números posibles: de fresa, de vainilla, incluso de dos sabores. Pero siempre capicúa. La suerte, a la sombra, crece como un embarazo a la espera de alumbrar el destinatario. Entre chanclas y toallas, el azar avanza sigiloso, con espumillón de asombro y adornos de árbol tradicional. El calor tiene estos espejismos. Mientras, el bombo fabrica oasis de ilusión y muchos futuros. Si sueñas... loterías de helado y sombra. Foto: Roberto Ruiz
Suspenderse en el paisaje, aprobar el cielo: Si una tarde de verano un viajero... A veces la gravedad es leve, pasajera, adrenalítica y fugaz. De bote en Potes, se cruza el paisaje, carne de fotografía, para deslizarse entre dos orillas. Ánimo extremo, desafiante y exhibicionista, aferrado a la cuerda floja de un agosto quemado por el sol ausente, que se desplaza de puntillas, como pidiendo permiso. Puentismo, góming, pénduling. La imagen busca la simetría de una postal que se antoja la zona cero de un tiempo de ocio. Foto: Pedro Álvarez
Zahoríes al sol: 'Houston tenemos un problema': Bajo los adoquines está la playa. La cosa tiene aires de cuarto milenio en versión estival. Zahorí es de esas palabras que es más bella que su significado. Hablamos de perseguidores que confunden hallar y buscar. A lo mejor, en una de estas, se acaba la luz y nos pilla así, azarosos, en traje de baño, escudriñando un metro cuadrado que creíamos el último de los paraísos. Houston, dirá alguno, tenemos un poema. Y mientras desciframos las señales del verano en fuga. . Foto: Javier Cotera
Querencia, acecho y pirueta doméstica: Hay poemas gato, y viceversa. Su imagen revela siempre un verso libre que deja un rastro de asombro, de noticia inesperada, de siete vidas arriba y abajo. De vez en cuando uno se asoma a la garra oculta en seda y otras se deja acariciar por ese misterio al acecho. Podría ser el inicio de un microrrelato, la hoja desprendida de un calendario o el penúltimo retrato de ciudad. La ventana invita a saludar al mundo, a mostrar la extraña pirueta doméstica. Sentimos curiosidad, buscamos el objeto de las miradas y maullamos para encontrar respuestas. Foto: Se Quintana
Atrevimiento sincronizado: El escorzo del calor siempre está hecho de bombones helados, puñetazos de aire caliente y chapuzones. Lo espontáneo es ese grito salvaje y primitivo, que permanecía invernando, reprimido, y que se suelta con rabia como un rito de estación. Antes de oficializar la canción del verano la melodía siempre es la misma: la espuma, el récord de atrevimiento y ese ansiado salto del ángel. Uno busca desesperadamente a Esther Williams y aspira a la emoción sincronizada. Nada, nadar, nada. Ven y cuéntalo. Foto: Sane
El color de las nubes: El cielo impone sus leyes. Por ejemplo, evitar el destello, dejarse deslumbrar por la apariencia y recitar de memoria aquello de cirros, nimbos, cúmulos y estratos. El color de las nubes siempre contiene presagios, se postula como pasarela de paisajes y avanza formas y rostros: este verano se lleva el azul fragmentado, el gris estampado y los complementos fugaces. El Norte también existe. La luz cómplice permite que la visita guiada siempre nos parezca corta. Foto: Ándrés Fernández
Devociones y obligaciones: El turista accidental tiene obligaciones que le pueden convertir en viajero. Por ejemplo, descubrir las tradiciones, participar de las huellas del camino, adentrarse en la identidad que le es ajena. El rito y la devoción se funden en un itinerario auténtico. Aquí, la imagen de la Virgen de las Nieves, trasladada en procesión desde Tudes a Porcieda, muestra la grandeza de lo cercano y el valor de lo próximo. El trayecto a veces azaroso se vuelve así un viaje irrepetible bajo el cielo protector de la ceremonia. Foto: Pedro Álvarez.
El sol de la noche y el ladrón de luz: Todo verano tiene su postal, una iconografía fijada en un marco vólatil o un retrato particular. Amanece, que no es poco, pero la poesía siempre es crepuscular. Aquí la simetría es de ida y vuelta: el trayecto marítimo y el paseo de playa emprenden rumbos contrarios y el sol imita al ojo roto surreal. La arruga del día anuncia su alumbramiento. Un ladrón de luz, fuera de campo, espera su oportunidad. El fotógrafo, por si acaso, firma la propiedad intelectual de la belleza. Si esto no es trending topic, que el dios internet nos acoja en su red. Foto: Andrés Fernández.
De marejada en tierra y comulgante: Podría ilustrar una de aquellas películas de masas de Cecil B. DeMille cuando el cartón piedra tenía más verdad que todos los efectos especiales. La masa así, a distancia y entregada, siempre parece comulgante. La marejada humana se convierte a veces en una sola voz. No hay gafas 3-D ni ejercicios visuales de destreza. Todo aspira a ser inolvidable e irrepetible. La imagen es sorda pero el verano deja impregnada en su pátina un rastro de melodía. Foto: J. R. Soutullo.
Surfear el verano a tumba abierta: Ojalá fuéramos como niños. La piel dura, el reloj biológico a tope y el sentido de la aventura revolucionado. A tumba abierta. La inocencia y la inexperiencia siempre conllevan un dulce vértigo. La infancia de julio y agosto es lo que tiene: lo mismo uno surfea en tierra, que se adentra en el verano azul interminable. El tiempo parece definitivo y el mundo rueda y rueda y rueda. Foto: Daniel Pedriza.
Hotel de lujo, sueño en construcción: La cosa va de simetrías: los durmientes de banco y azul; el edificio. al fondo, conocido y la obra en construcción; el presente y el mañana. De espaldas la bahía, enunciada letrero, espera su turno. La ciudad se ha puesto fecha: 2014. El verano proporciona el hotel más transparente y cómplice, esa empatía urbana que se presiente silenciosa. Un túnel del tiempo para soñar en futuro imperfecto. Pausa y espera. La arquitectura del no lugar exhibe a sus habitantes provisionales. Foto: Sane.
Y no es un espejismo de verano: Tampoco el telón de fondo del anuncio soñado de promoción de la Cantabria turística. Es un todo en uno habitual y extraordinario a la vez: la playa de Merón (San Vicente de la Barquera), la iglesia gótica de Santa María de los Ángeles y la mole redondeada del Naranjo de Bulnes, rodeada de los neveros de este duro invierno, que se niegan a desaparecer con agosto naciendo. No es un espejismo, pero quizás merece serlo para acentuar su sombra de irrealidad. Foto y texto: Vicente Cortabitarte.
Lluvia de estrellas, planeta bajamar: Hay otros mundos pero están en este. La primera visual desconcierta, incluso confunde como toda incursión nocturna que se precie. Los paraguas y la bajamar dialogan con aire surreal. Podría ser el fotograma de una nueva serie de enigmas. La noche sonámbula y a remojo. El escenario musical, fuera de campo, invita a una lluvia de estrellas. El planeta verano tiene estas cosas. Foto: J. R. Soutullo.
Las verdaderas redes sociales: La sombra garantiza la precisión. Las redes atrapan historias pasadas y tejen el devenir azaroso de un tiempo nuevo. Sobre el muelle la redera se afana en el arte que permite reparar el mar. Tras la montaña artesanal, esa ola de trabajo, patrimonio y mimo, asoma un oficio que bucea en el aparejo del mundo. Bajo el cielo protector del paraguas las verdaderas redes sociales intercambian mensajes de tradición. Foto: Sane.
Un chapuzón de sueños azules: El resplandor, el asombro y la fascinación son momentáneos, fugaces y casi irrepetibles. No hay verano sin chapuzón. Toda piscina tiene su coreografía: esa mezcla de vibraciones azules y verdes, de salpicón de espuma, de bomba de alegría y fragmentos de sol sobre la superficie. El poeta Luis Antonio de Villena escribió: «Te detienes y nadas. El fondo es tu capricho». Los rostros ponen locura entre el cielo y el agua. Foto: Javier Cotera.
El camello desnudo: El camello es un animal que se prodiga en lugares cálidos del planeta. Por eso en Santander, ante el frío, decidió refugiarse bajo un manto de mar que le suele tapar hasta el cuello en su cama particular de arena. Pero llegó el verano, los días cálidos, y el jorobado e ilustre vecino optó por destaparse por completo. En pelotas se quedó. Foto: Daniel Pedriza.
Aferrados a la Bahía: El raquero hace de noray improvisado. Atado a la bahía, el ciudadano suelta las amarras del invierno interminable y se aferra al paseo. Santander tiene postales en los armarios que siempre enseña en su álbum de verano. La imagen azarosa tiene algo de historia inconclusa.La estampa aspira al suceso o a la anécdota. Ciudad y mar dialogan sin necesidad de intermediarios. Lo que no vemos es probablemente lo importante: ese instante donde el tiempo parece detenerse en la levedad de la brisa y el ejercicio de la marea contra los muelles. Foto: J. R. Soutillo.
De azul y negro, mar y arena: A veces el verano se pone de acuerdo. En azul y negro, por ejemplo. En juegos de luz. En insistir en que posee estampas irrepetibles y únicas. Aquí una escuela de calor ensaya sobre la arena la destreza que domará la ola o el gesto que prolongará su efecto. Doce jóvenes uniformados, alineados en una matemática que desmiente el maestro en su ejercicio. El surf imagina su gran azul con mar de fondo. Foto: Alberto Aja.
Los muelles son para el verano : La ciudad parece más lejana y ajena que nunca. El Barrio Pesquero hace honor a su nombre y se postula ante el mar. Los muelles adoptan su condición de frontera, de refugio pasajero y tierra de nadie. Un espacio familiar y cómplice se revela propicio, reconocible y apto para hacer de este fragmento de verano un territorio de ocio. El tiempo pasará pero la anécdota quedará adherida en la imagen. Foto: Javier Cotera.
Educarse en la aventura: Podría ilustrar una historia de iniciación. En sí misma se postula como el gesto de un relato inconcluso. El niño en equilibrio natural, azaroso y desprendido, desafía las leyes y expresa su cómplice juego con la naturaleza. En todo retrato de verano subyace siempre una declaración de aventura. Hay imágenes que nacen para educar la mirada y superar su fecha: ese fragmento de infancia recuperada. Foto: Celedonio
La actualidad por montera: Más relatividad y distancia que relajo. El mundo por montera. Y por si la crisis deslumbra nada mejor que gafas oscuras para diseccionar las noticias con sintonía. La maleta, a punto y cercana, por si hay que salir corriendo. Sobre la cabeza todas las historias posibles, algunas ya casi viejas. En complicidad con el horizonte una actitud de espera y la conciencia de que, pase lo que pase, estamos de paso. Foto: Andrés Fernández.
Un 'Sí, quiero' bañado en sol: Cuando una pareja fija en el calendario la fecha de su boda, en Santander es costumbre cruzar los dedos o encomendarse a los santos, con el fin de esquivar una tormenta inoportuna. Natalia y Benjamín han tenido suerte. Su enlace se produce bajo un agradable baño de sol, con la ciudad en fiesta. Los invitados, sonrientes, toman sus cámaras y móviles para inmortalizar la escena a la salida de Santa Lucía. Foto: Javier Cotera.
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.