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En el CEIP Nueva Montaña de Santander, la jornada de este lunes fue todo lo normal que permite un apagón masivo y de dimensiones internacionales. Sin electricidad y sin herramientas digitales a mano, en las aulas de este colegio público se impusieron el papel, los lápices, los rotuladores, las tijeras y las ventanas despejadas. «Tenemos muchos recursos para trabajar y continuar con las actividades, y no todos están enchufados», contaba al final de la mañana y con total naturalidad Beni Iglesias, la directora, sin dejar de vigilar el 'tráfico de alumnos' que circulaba en ese momento por uno de los pasillos principales de un colegio que cuenta con más de 300 escolares matriculados de Infantil y Primaria. Además de las clases, el centro garantizó el servicio de comedor y, sobre todo, «la tranquilidad de nuestros alumnos y de sus familias», según subrayó su responsable, a quien muchos chicos tiraban del brazo en el pasillo para preguntarle por qué no había luz en el aula y por qué sus padres o sus abuelos habían venido antes de tiempo a buscarles.
Esa ha sido una de las consecuencias del apagón: ha habido familias que se han acercado a los colegios en busca de sus hijos e hijas antes de lo previsto. «Yo estaba tranquila porque sé que aquí iba a estar bien, pero he venido antes por si acaso, porque no sabía lo que podía pasar», contó Isabel a las puertas del centro, cargando en brazos a su hija Ruth de cinco años, que extendía bien todos los dedos de su mano para que la periodista no se confundiera con la edad. Ese «por si acaso» ha sido la razón principal de que muchos madres y padres adelantaran la hora de recogida. A la entrada del ala del edificio dedicada a los escolares de Infantil lo confirmaba Ruth, maestra del centro: «Ha habido familias que han venido antes para llevarse a los niños a casa».
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Las teorías y los 'flashazos' de actualidad circulaban de grupo en grupo en el patio de este colegio. No obstante, la sucesión de hechos confirmados los contó a la perfección Lola, una de las alumnas del CEIP Nueva Montaña: «La luz se fue después del recreo (sobre las 12.30 horas). La profesora ha hecho así varias veces [reproduciendo el gesto de encender y apagar el interruptor], pero no ha pasado nada. Primero hemos trabajado y luego hemos jugado», ha resumido muy sonriente y en compañía de sus padres, Carmela e Iván, que han esperado a que terminase su jornada lectiva para recogerla y volver a casa, en Boo de Piélagos. A su hermano Lucas le fueron a buscar un poco antes, por ese «por si acaso» tan habitual en esta atípica jornada a las puertas de los centros educativos. Los maestros «les han explicado bien lo que pasaba, con calma todo», ha añadido Carmela, su madre, tranquila aunque pendiente, como todo el mundo, de los por qués y de la duración del apagón.
Ante la imposibilidad de que familias y centros se comunicaran entre sí, ha imperado el por si acaso, la prudencia, la anticipación. La Consejería de Educación, FP y Universidades se ha puesto en contacto con los directores de los centros educativos de Cantabria para suspender las clases de la tarde y también para resolver lo más inmediato: instar a que el alumnado de la mañana abandonara colegios e institutos «dentro su horario habitual». «Es lo más prudente», ha destacado el departamento que dirige Sergio Silva en un comunicado que se fue difundiendo poco a poco entre la comunidad educativa. El consejero, de hecho, lo ha enviado personalmente. Educación indicó, además, que no se registraron incidencias en colegios e institutos y que las clases se retomarán este martes con normalidad.
Por su parte, la Universidad de Cantabria (UC), muy activa en redes sociales, también suspendió las clases y envió a sus estudiantes y plantilla a casa (salvo excepciones justificadas). Lo mismo ha hecho Uneatlántico.
En el IES Santa Clara, también en la capital cántabra, las incidencias han sido «mínimas» y han afectado a los alumnos de tres aulas de Informática y una de FP sin iluminación natural que no pudieron seguir la última hora de clase. Los docentes del instituto público santanderino tiraron a su vez de «versatilidad» y de «tiza y pizarra» para continuar con las clases, según relató Ángel Merodio, su director. En el CEIP Cisneros de Santander también se organizaron sin mayor problema, manteniendo el servicio de comedor y recibiendo a «algunas familias» que han recogido a sus hijos con más premura de lo habitual. «Lo estamos intentando vivir con la mayor normalidad posible, sin proyectar en los niños ningún tipo de alarmismo.
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