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El pianista y director de orquesta João Carlos Martins, con sus guantes biónicos en el hotel Palace de Madrid. José Ramón Ladra

João Carlos Martins

Pianista y director de orquesta
«Soy un viejo llorón»

El músico brasileño, que a sus 85 años ha pasado por 31 cirugías, lleva unos guantes biónicos que le han permitido volver al piano. «Tocaría entre las ruinas de Gaza», afirma

Sábado, 18 de octubre 2025, 19:50

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Vestido de negro de arriba abajo, el pianista y director de orquesta, João Carlos Martins (São Paulo, Brasil, 85 años) saluda sonriente mientras extiende su mano derecha enfundada, como la izquierda, en un guante biónico. Esos guantes 'inteligentes' son los que al maestro le permitieron en 2019 volver a tocar el piano (tiran de sus dedos hacia arriba de forma automática) tras más de dos décadas sin poder hacerlo con las dos manos. A lo largo de su vida, Martins ha superado 31 intervenciones quirúrgicas, lesiones y enfermedades neurológicas que afectaron a su mano derecha y le impidieron tocar con normalidad. Y cuando ya apenas podía usar las manos, se reinventó como director de orquesta de éxito.

A ese incansable espíritu de superación se suma una excepcional trayectoria artística y un firme compromiso social a través de la Fundación Bachiata, que creó en 2006 para llevar la música clásica a los jóvenes excluidos de las favelas. Por todo ello acaba de recoger en Madrid el Premio a Toda una Vida Profesional que concede la Fundación Mapfre. Antes de esta entrevista, el maestro arranca del piano de cola del hotel Palace unos acordes del Concierto número 1 de Chaikovski. Suena a gloria y eso que no es una pieza de Bach, al que interpreta –eso se dice– mejor que nadie en el mundo.

– Empezó a tocar de niño y a los 18 años debutó en Washington, pero ya entonces tenía algunas molestias en las manos.

– A los 18 empecé a notar pequeñas dificultades para abrocharme los botones, pero nada grave para tocar el piano. A los 22, después de mi estreno en el Carnegie Hall, en Nueva York, aparecieron movimientos involuntarios en las manos. Aquello fue el inicio de 31 cirugías que he tenido a lo largo de mi vida, la mayoría en las manos.

– A eso se sumó una lesión jugando al fútbol...

– Sí, tenía 25 años, jugaba de delantero, me derribaron y una piedra golpeó un nervio de mi mano derecha. Me operaron con éxito, pero los movimientos involuntarios siguieron. Los médicos pensaban que era algo psicológico, pero en 1982 la Organización Mundial de la Salud reconoció la enfermedad: distonía focal, una dolencia que produce contracciones musculares involuntarias.

– ¿Y aún así siguió tocando?

– Sí. Perdí parcialmente la movilidad, pero siempre busqué cómo seguir. En 1998 pude tocar por última vez con los diez dedos sobre el teclado, en el Barbican Centre de Londres, con la Royal Philharmonic Orchestra, interpretando el concierto de Khachaturian. Días después me sometí a una cirugía en Nueva York que cortó un nervio de la mano derecha, y la perdí para el piano. Desde entonces comencé una nueva carrera: tocar solo con la mano izquierda.

«Tocar con o sin guantes da igual si el público al final tiene una lágrima en los ojos y una sonrisa en los labios»

– ¿Por qué decidió continuar?

– Porque un músico no es un artista, es un misionero, y mi misión es transmitir emoción a través de la música. Cuando no estoy frente al piano o dirigiendo, siento que tengo un cadáver dentro porque la vida sin música no vale la pena, la música forma parte de mi ADN.

– Ahora usa unos guantes biónicos. ¿Qué función tienen?

– Los uso para dirigir y para tocar. La mano izquierda ya la muevo mejor, pero la derecha necesita el guante. Sigo tocando, pero solo al 5% de la velocidad que tenía. Antes llegaba a ejecutar 18 o 19 notas por segundo; ahora toco lento, pero con el mismo alma y con la emoción intacta.

– Pero tocar un instrumento es algo que tiene también un carácter físico, ¿qué siente al hacerlo con guantes? ¿no se pierde 'magia' sin el roce tecla-piel?

– No. El sonido es el mismo. El sonido pertenece al alma del intérprete, no a sus dedos. Tocar con o sin guantes da igual si el público, al final, tiene una lágrima en los ojos y una sonrisa en los labios. El piano y el pianista deben ser una sola cosa, aunque medie una lámina de tela o de metal.

– Usted dice que aprendió a engañar a su cerebro para poder seguir tocando...

– La distonía focal es algo neurológico y aprendí a driblar a mi cerebro. Descubrí que cuando me despertaba no sufría movimientos involuntarios durante las siguientes dos horas, por ejemplo de 7 a 9 de la mañana. Así que en cada teatro al que viajaba pedía llegar siete horas antes, dormía un poco en una cama o en un sofá y me despertaba quince minutos antes del concierto, como si fuera esa misma hora de la mañana en mi casa. Así conseguía engañar al cerebro y tocar dos horas.

– ¡Qué bueno! Por cierto, cuando, tras quince años, pudo volver a tocar con las dos manos gracias a los guantes se le escaparon unas cuantas lágrimas. Hay un vídeo de ese momento...

– Soy un viejo llorón, y más al piano, jajaja. Ese momento fue mágico. El vídeo se hizo viral, en un día tuvo 33 millones de visualizaciones gracias a que actrices como Viola Davis, Charlize Theron o Michelle Pfeiffer lo compartieron. Y sí, lloré. La música me hace llorar, soy un músico llorón.

– Lloró, pero usted nunca perdió la esperanza en volver a tocar...

– La esperanza fue mi salvación. Cuando tenía 29 años, en Nueva York, pensé en suicidarme. No podía tocar. En ese momento me llamó mi antiguo profesor de piano, y me devolvió la fe. Desde entonces soy el hombre con más amor por la vida que usted pueda conocer.

El maestro brasileño, al piano en el hotel Palace. José Ramón Ladra

– Ha pasado por enfermedades, cirugías y agresiones... En una gira en Bulgaria le golpearon unos delincuentes...

– Sí, en Sofía. Sufrí una contusión cerebral grave que me afectó incluso a la forma de hablar. Pasé nueve meses en tratamiento en un hospital de Miami. Pero lo perdoné todo. Hay que mirar hacia adelante.

El poder sanador de la música

– Durante esos quince años sin poder tocar con ambas manos, ¿qué le sostuvo?

– La dirección orquestal. Cuando los médicos me dijeron que nunca más podría tocar el piano, pasé de una vida frente al teclado a otra de brazos abiertos. Empecé a dirigir y sentí que cada músico de mi orquesta era como una tecla de mi piano. El sonido del piano es el del pianista; y el sonido de la orquesta es el del maestro.

– Esos tres lustros sin tocar, ¿fue su travesía del desierto?

– Sí, pero siempre creí que un milagro podía aparecer. Y apareció: los guantes.

– ¿Por qué la música es sanadora?

– Porque conecta con el misterio de la vida que Dios ofrece a la humanidad. Creo en una fuerza superior y en una fuerza interior. La unión de ambas nos permite seguir.

– ¿Y qué notas le conectan más con Dios?

– 'Jesús, alegría de los hombres', de Bach. Esa pieza me hace sentir su presencia (y empieza a tararearla con los ojos cerrados).

– Dicen que nadie jamás ha interpretado a Bach como usted.

– Yo no lo diría. Para mí, el mayor intérprete de Bach ha sido el canadiense Glenn Gould. Mis grabaciones siempre se comparaban con las suyas, y eso ya es un honor. Si me preguntan, digo que estoy entre los cinco mejores, jajaja. Bach exige un viaje espiritual al siglo XVIII e invitarlo al siglo XXI sin traicionar su esencia. Algo así como mezclar la individualidad del intérprete con la personalidad del compositor.

«Me habría gustado tocar ante Nelson Mandela porque representa redención y esperanza, lo mismo que la música»

– ¿Qué significa para usted un mal concierto?

– No pasa nada. Al día siguiente puedes hacerlo mejor. El único artista que no puede fallar es el trapecista sin red. En la música siempre hay otra oportunidad.

– ¿A qué le suena el futuro?

– A trabajo social. A responsabilidad e inclusión para los niños y jóvenes que no tuvieron la oportunidad de conocer la palabra 'música'. Esa es la misión de mi Fundación Bachiana, que creamos en 2006.

– ¿Qué labor realiza la fundación?

– Democratiza el acceso a la música. Llevamos conciertos y formación a comunidades muy pobres, incluso peligrosas. Una vez fuimos a una favela de São Paulo con alto nivel de violencia, Paraisópolis. Al salir del concierto nos perdimos y unos hombres armados se acercaron a mi coche. Pero al verme dijeron: 'Maestro, qué carajo hace por aquí. Está corriendo peligro. Venga, salga por aquí'. Hasta los delincuentes respetan la música. Yo tengo niños que hoy estudian música y tocan el violín gracias a la Fundación y sin ella estarían vendiendo droga en las calles.

– Más de 20 millones de personas le han visto en directo... ¿dónde ha sentido más emoción?

– En Nueva York, en el Carnegie Hall y en el Lincoln Center. He tocado allí unas treinta veces.

– ¿Y algún lugar donde le hubiera gustado tocar o dirigir?

– Me habría gustado dirigir el Concierto de Año Nuevo en Viena. He tocado en cerca de 60 países, pero nunca he tocado en Viena, y hasta ahora tampoco en Madrid. Iba a debutar en las dos ciudades en 1967, con 26 años, pero tuve que cancelar los conciertos por una embolia pulmonar que me dejó dos meses en coma.

De Dalí a Roosevelt

– Usted suele decir que la música trae paz y solidaridad...

– Exacto. Cuanta más sensibilidad musical hay en el mundo, menos violencia existe. Hoy la humanidad atraviesa un desastre moral: guerras, odio, intolerancia. La música puede humanizar el mundo. Si me invitaran a tocar entre las ruinas de la Franja de Gaza lo haría sin dudarlo. A veces pienso que si pudiera hacer llorar a los líderes que hoy provocan guerras, eso sería un milagro. Y yo todavía creo en los milagros.

– En su carrera ha conocido a personalidades muy distintas: desde Salvador Dalí hasta Eleanor Roosevelt, quien le apadrinó...

– Sí. Roosevelt era una mujer increíble. Asistió a un concierto mío en Washington cuando yo tenía 20 años y me prometió apadrinar mi debut en el Carnegie Hall al año siguiente. Cumplió su promesa. Y con 21 años debuté allí. Y Dalí me dijo: 'Diga al mundo que usted es el mayor intérprete de Bach. Un día le creerán. Yo llevo 70 años diciendo que soy el mejor pintor del mundo, y ya me creen', jajajaja.

– A usted le llaman 'El indomable', pero parece muy sereno, ¿de dónde viene ese apodo?

– De una crítica del 'New York Times'. Me gusta, porque resume mi vida: ser inconformista, nunca rendirme. Siempre creo que mañana puedo hacer algo nuevo. Ahora ha salido un libro en Brasil sobre mi vida. Se titula 'El indomable, entre el sonido y el silencio' y está entre los más vendidos. (Pide un ejemplar a su mujer, Carmen, una abogada brasileña especializada en Derecho Constitucional y Legislativo; Martins toma el libro y pasa las páginas con su guante biónico mostrando fotografías dónde se le ve con Condoleezza Rice, pero también abrazado a un chaval de las favelas).

– ¿Quién es ese chico que le abraza?

– Ese chico era un criminal que mató a tres personas y estaba en un reformatorio al que fui a tocar con la Fundación. Cuando me escuchó, empezó a llorar y vino corriendo hacia mí. Los guardias lo intentaron detener pensando que me iba a hacer algo, pero solo quería darme un abrazo. 'Denle una oportunidad a este muchacho que se ha emocionado con la música', les dije. Esto ocurrió hace unos doce años y ahora he sabido que trabaja en una iglesia ayudando a otras personas. Cuando veo cosas como estas, acredito que la música explica que Dios existe.

– ¿Ante quién le habría gustado interpretar a Bach?

– Ante Nelson Mandela. Mandela representa lo mismo que la música: redención y esperanza.

– ¿Qué es para usted el aplauso?

– Reconocimiento, pero debe ir acompañado de humildad. Un artista no puede ser arrogante. Nunca he rechazado una foto. Firmo 40.000 fotos al año. A veces la gente me dice: 'Lo vi en televisión, usted me salvó la vida'. Entonces entiendo que el arte puede inspirar a otros.

– ¿Cuando el aplauso se apaga que queda resonando dentro de su corazón?

– Silencio. Pero también gratitud.

– ¿Le gusta la música española?

– Me encanta Joaquín Rodrigo. El año pasado dirigí en Brasil su Concierto Andaluz para cuatro guitarras, una obra maravillosa.

– ¿Qué haría el último día de su vida?

– Daría las gracias porque voy a empezar una nueva vida. Creo en la reencarnación.

– ¡Se querrá reencarnar en Bach!

– ¡Ahhh sería fantástico, pero sería demasiada pretensión por mi parte!

– Si pudiera hablar con Bach, ¿qué le diría?

– Le diría: 'Usted dedicó su vida a transmitir el mensaje de Dios, pero también fue humano y cometió errores'. Y le recordaría una de sus cartas, donde se quejaba de tener menos funerales y por tanto menos encargos y menos dinero. Eso esta feo, jajajaja, pero me hace verlo más humano.

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