Lo que pasa en el club de Miguel Lago
La cortesía nunca pasa de moda, así que hasta diez minutos la prolongó en Santander el viernes el humorista Miguel Lago, hasta que el Casyc terminó de llenarse y Elton John dejó de cantar su blues, para que una voz enlatada empezase con el cachondeo desde las mismísimas advertencias legales: «ya saben ustedes que Miguel va de una polémica a otra, así que lo que pasa en el club, se queda en el club». Y más que con polémica, arrancó la cosa con tono local, aunque de alcance nacional, porque la comidilla de las tertulias políticas esta semana es la cántabra Leire Díez –para los entendidos, la 'fontanera' del PSOE–; entre algunos chistes para autónomos –«el 2025 pasa volando, ayer era Nochebuena y cuando te quieres dar cuenta ya has presentado la primera trimestral»– y, sobre todo, mucha caña a Pedro Sánchez. Leña al mono. Toda la artillería de golpe, en un bombardeo aplaudido a rabiar por una concurrencia que reía a mandíbula batiente con las aventuras de Koldo, Ávalos y demás personajes y personajillos de la res pública. Claro que Lago a lo que venía era a hacer su monólogo, o más bien a reivindicar esos veinticinco años de carrera haciendo comedia que, como diría Warhol, han quedado eclipsados por quince minutos de fama televisiva. O alguna temporada más, vamos. Pero el caso es que, en cuanto el actor se quitó el disfraz de tertuliano político y apareció el cómico, el espectáculo subió muchos enteros, pasando a ser para todos los públicos… o casi.
Y es que la duda está en si el humorista explota un personaje de ficción o si la realidad le supera, y en esa duda Miguel Lago se mueve como pez en el agua, aunque sea un pez piraña, porque el vigués muerde y no suelta la presa hasta que le ha sacado todo el jugo. Su construcción es la de un tipo algo estirado al que la ultraderecha le quedaría muy a la izquierda, pero que sin embargo debe sobrevivir en un entorno hostil en el que la sobreprotección que ha malcriado a las nuevas generaciones, el buen gusto brilla por su ausencia y hasta su querida esposa –«francesa, si es que no hay que decir más»– votó a los socialistas en las últimas generales.
De manera que Lago se embarca en su particular cruzada, desvelando desde dentro cómo funciona la televisión, en especial los programas de máxima audiencia, y no deja títere con cabeza, desde Sonsoles hasta la Infanta Elena, que acaba pillando sin estar ni invitada. Pero luego hace un viraje de 'stand comedy', la clásica autorreferencialidad, y entonces saca petróleo de su familia numerosa, atizando a tirios y troyanos, desde los adolescentes gilipollas hasta los profesores gilipollas… para acabar entonando el mea culpa: los gilipollas somos los padres. Brillante e hiriente, es el clímax de la velada. Y la sesión se cierra con una tercera parte participativa, una 'subasta de viejas' que desata la hilaridad general, acaba por demostrar que bajo el disfraz agresivo y reaccionario brilla una inteligencia mordaz y compasiva.
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