«Las sociedades recaen en los mismos errores, pero se sobreponen y cambian»
La cultura desde dentro ·
El autor de 'Los días desiertos', cree que estamos inmersos ya en un «nuevo escenario vital en el que nos han asignado un papel muy poco relevante»-Para un poeta, ¿encerrarse es el paraíso, una condena con tentaciones, o la mejor manera de emular a Emily Dickinson?
-La evocación del poeta solitario, aislado del mundo y encerrado en su torre de marfil en comunicación con lo inefable, proviene del Romanticismo, o, mejor dicho, de una determinada idea del Romanticismo. La imagen que probablemente mejor lo simboliza es la que propone Caspar David Friedrich en su cuadro 'El caminante sobre el mar de nubes'. Sin embargo, hay muchas formas de ser poeta, de sentirse poeta, y todas tienen su espacio y su sentido en nuestra contemporaneidad. Personalmente me considero «un poeta» (¡qué término tan difícil de enmarcar!) en la línea vital de, por ejemplo, Wallace Stevens, es decir, alguien que en su día a día era abogado de empresa y jamás ejerció en sociedad de «'poeta', sea eso lo que sea. En estos momentos estar encerrado es sencillamente una obligación, una responsabilidad ciudadana.
-En 2019 publicó 'Los días desiertos'. ¿Era una premonición?
- Los días desiertos' es el fruto de una reflexión -en el ámbito de la palabra poética-, surgida de la constatación de encontrarnos inmersos en un evidente cambio de paradigma. Estamos sumergidos en el proceso de alumbramiento global de un nuevo mundo, de una nueva sociedad, de una nueva economía, de nuevas formas de ser y de estar en el mundo. El sentimiento de perplejidad, curiosidad y desasosiego que me produce el momento histórico que vivimos está en la raíz de la obra. Lo que vivimos en estos momentos, la propagación por el planeta del virus, las consecuencias de todo orden (político, económico, social...) que el hecho está teniendo y va a tener a medio y largo plazo, la solución que tendrá la pandemia..., todo está en relación con el nuevo mundo que se está alumbrando, o que en realidad ya está aquí, ya es nuestro nuevo escenario vital, la nueva obra que toca representar y en la que nos han asignado un papel muy poco relevante.
EL PERFIL
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En datos (Santander, 1964). Premio de las Letras 'Ciudad de Santander', es editor, antólogo y autor de diversos estudios. Desde hace una década es coordinador documental y editorial de La Bahía y el Archivo Lafuente.
-¿Ahora más que nunca la lectura y la escritura son resistencia y resilencia?
-Para mí siempre lo han sido, sobre todo la lectura. El contacto diario con los libros es una forma de estar en la vida. No concibo una existencia plena y realmente fecunda sin la lectura. Por eso el confinamiento al que estamos obligados no me 'pesa' no me 'desespera'. Este aislamiento forzoso se ha transformado, de forma natural, en un tiempo que propicia entregarse a la lectura, a esos libros que estaban esperando su momento, o a los que tú no les podías dar su justo tiempo. La lectura no evita el dolor, nada evita el encuentro ineludible con el dolor, pero creo que quien ha leído y lo ha hecho bien, está quizá algo más capacitado para sacarle un sentido al encuentro con el dolor, la tristeza y la muerte.
-¿Qué lectura ha asomado en estos días de recogimiento?
-Estoy leyendo mucho y, como siempre, muy variado. Pero si tengo que hablar de una revelación, sin duda me referiré al libro 'Vida secreta de Cristina Campo' (Trotta), escrito por Cristina De Stefano, pues me ha descubierto la vida y la obra de Vittoria Guerrini, todo un poderoso concentrado de deslumbrante literatura.
«Estamos sumergidos en el alumbramiento de un nuevo mundo»
«En el pánico se puede caer en la tentación de anhelar esa volátil eficacia cortoplacista»
-Ya lo habrá pensado. ¿Saldremos de esta, más allá del umbral de nuestras casas?
-Evidentemente. Pondré ejemplos: España sobrevivió a su guerra civil, a los bombardeos, la destrucción de infraestructuras, los asesinatos de miles de personas, el hambre, la enfermedad, el franquismo posterior...; Europa resurgió de las cenizas de la II Guerra Mundial, de la destrucción de sus ciudades, de la aniquilación casi completa de varias generaciones; Rusia no terminó de sucumbir bajo el comunismo, Stalin y el odioso Partido; los judíos no pudieron ser exterminados del todo por el nazismo y el Holocausto. Las sociedades siempre se han sobrepuesto a las tragedias, a las plagas, a las guerras, a las enfermedades que las han asolado. Se sobreponen y cambian, se transforman, evolucionan..., y con frecuencia olvidan y recaen en los mismos errores y comportamientos. Y por otro lado están los individuos, las personas. Los que sí sucumben y ven truncadas sus esperanzas, sus ilusiones. Esa es otra historia.
-Creo que la esperaba: ¿Qué nos enseña la poesía en días como estos?
-Voy a parafrasear al Rilke que escribió: «Pues lo bello no es nada más que el comienzo de lo terrible... Todo ángel es terrible...». Yo creo que en lo que llamamos poesía reside el convencimiento humano -la promesa, el anhelo-, de que lo terrible es también la senda hacia lo bello, y que detrás de lo terrible siempre habita el Ángel que nos da esperanza, el pan y el vino para proseguir el camino. La gran poesía aborda la vida en toda su complejidad, y uno de los elementos que articula esa complejidad es el del viaje de ida y vuelta (entre lo bello y lo terrible) que toda existencia conlleva.
-¿No cree que muchos aprovecharán para convertir las mascarillas en bocas cerradas?
-A corto plazo el poder totalitario es más eficaz que el democrático a la hora de enfrentarse a una crisis como la actual. El totalitarismo no tiene que debatir, consensuar, intercambiar opiniones, dar explicaciones. El totalitarismo toma decisiones sobre la marcha, poniendo en escena su supuesto control de la situación. En momentos de pánico las sociedades democráticas pueden caer en la tentación de anhelar esa volátil eficacia cortoplacista. A veces, en sociedades como la nuestra, con una democracia debilitada, el poder contempla la crisis como una oportunidad propicia para dejarse llevar por una latente vocación populista, contando para ello incluso con el asentimiento inconsciente del votante.
-¿Es peor el contagio de ciertas imposiciones ideológicas?
-Uno de los problemas de determinadas ideologías radica en que transforman emociones y creencias colectivas en catecismos políticos sustentados por dogmas de fe, por fórmulas de naturaleza impracticable en el seno de sociedades abiertas. Con la aplicación de ese catecismo pretenden resolver problemas surgidos de la estricta e indomable realidad. Si es necesario un largo proceso formativo para transformar fanáticos en ciudadanos, no digo nada para transformarlos en ciudadanos dirigentes y diligentes.
-Dígame tres palabras sobre las que soñar...
-Me sobra una: dolor y alegría. En momentos como los que estamos viviendo siempre me viene al recuerdo la sobrecogedora experiencia vital que da todo su sentido al verso de José Hierro: «Llegué por el dolor a la alegría».
-¿Ha cambiado su concepto del miedo?
-No. El miedo es todo aquello que te esclaviza, que te somete, que no te permite elegir, tomar decisiones.