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La 'procesión' de ciclistas en las duras rampas del puerto fue digna de ver.
Ciclismo

Peña Cabarga se rinde 700 veces

La V edición de la Marcha Cicloturista, que repitió el mismo recorrido de siempre con final en las rampas del coloso, fue aplaudida a su paso por las carreteras de Cantabria

Marcos Menocal

Domingo, 8 de mayo 2016, 21:39

Siempre se resiste. Cada año se supera y la sensación es que sus rampas son más exigentes. Como si tratasen de defenderse de la oleada de 800 cicloturistas dispuestos a desafiarlas. La Peña Cabarga, esa cumbre que se erige majestuosa por encima de las nubes, este domingo no le quedó más remedio que rendirse ante tal demostración de pundonor. Eso sí, vendió cara su derrota como cada año y los valientes, del primero al último, que hollarón su cumbre se retorcieron algunos más que otros encima de su bicicleta. Peña Cabarga es un reclamo en el que sufrir se convierte en una bendición. Bendita locura.

Desde Solares al pico del puerto en el que Chris Froome nunca olvidará como Juanjo Cobo le resistió hasta la extenuación, en esta prueba, siempre hay 69 kilómetros, para el que se decanta por el recorrido corto, o 137, para el que apuesta por el largo. La caravana, primero se pasea por la costa Somo, Pedreña o Ajo y luego regresa y se adentra en las montañas Mirones, San Roque de Río Miera o Selaya. En el menú hay de todo, por eso al alba (8.00) todo eran dudas sobre la indumentaria. «Salgo de corto, pero atrás meto un chubasquero por si acaso», le indicaba un participante llegado de Madrid a su colega. En el enorme aparcamiento del Balnerario de Solares, habilitado para la ocasión, todo eran nervios y prisas. El sol no se atrevía a salir y el viento sur amenazaba. Entre una amalgama de colores, bicicletas y gafas sicodélicas se mezclaban, con total normalidad Óscar Freire o Iván Gutiérrez, un tricampeón del mundo de ciclismo y un medalla de plata en contrarreloj, por ejemplo, o los Pacheco, Gastón, Ahedo y compañía, que al ser todos de casa resultan como más cercanos. Entre todos arroparon al dorsal 1, Alfonso Gutiérrez, al que la Marcha le rindió un homenaje más que merecido.

«¿Has cogido agua?» «Juntaos que os hago una foto»... La salida fue todo un escenario de estampas que dan sentido al cicloturismo. Controlada por los moto-enlaces, bajo la tutela de la Guardia Civil, comenzó la aventura. Iván Santiurde (trazado largo, 4:20.04) y Antonio Inés (trazado corto, 2:14.57) fueron los que menos tardaron en bajarse de la bicicleta en la mañana de ayer. Antes, el paso de los ciclistas fue toda una fiesta. En el Alto de Ajo se arremolinó el público. «¡Vamos, gandul!» Se escuchaba. Los ciclistas son capaces de reírse a pesar del dolor de patas. Buen humor. Y así se llegó al Alto de Hermosa. Por allí, las risas empezaron a desaparecer. La carretera que serpentea por Rubalcaba, Mirones hasta llegar a Miera suele ser el anticipo del purgatorio. Los tres kilómetros que llevan a Linto se convierten en la tortura consentida. Cada cual corre y se exige lo que quiere y la pasión hace que algunos no dejen nada para otro día. Hay quien desconecta y pasa a modo supervivencia y los hay que se miden para ver hasta dónde llegan.

El Alto del Caracol, de segunda categoría, pone a prueba a los esforzados. «¿Quieres algo?», se escucha una y otra vez en las cunetas de sus rampas. Los familiares apoyan a los suyos para que no les falte de nada en su agonía. El viento azotaba, una veces de cara y otras por la espalda, y ascender hasta su cumbre siempre fue un ejercicio de autoestima. Ese es el tiempo de los pulsómetros, potenciómetros y todos esos avanzados artilugios que adornan las bicicletas de los cicloturistas. Con ellos miden sus fuerzas y dosifican. El puerto pasiego es la antesala del límite y donde el ímpetu se mide con calculadora pensando en lo que aún está por llegar.

Por allí se formó un grupo cabecero de unas cincuenta unidades, con Santiurde a su aire, y el resto, como si se hubiesen enfadado ascendiendo en procesión de uno a uno, dos a dos, cinco a siete... Abajo, en Selaya, no podía faltar el avituallamiento con sobao y quesada. «¿Qué es eso?», preguntaba extrañado un pucelano al tiempo que engullía como recuperador un trozo de los manjares.Selaya se detuvo un rato para ver cruzar sus calles a una banda de ciclistas.

Algún empujón no viene mal

La carretera que les llevó hasta Heras, a través de Villacarriedo, Cayón, Pámanes y Solares pica para abajo y eso se agradece. Los primeros se lo tomaron con calma, como si se reservasen para la traca final, mientras que por detrás todos corrían. Había prisa por acabar. Un gel por aquí; un plátano, por allá; un trago de Coca Cola... En cada grupo se compartía todo menos el dolor de piernas.Ese, cada uno tiene el suyo. Y así, los participantes se plantaron en las faldas de Peña Cabarga. Las cunetas de este puerto aguardan en silencio, conocedoras del secreto que esconden, sin embargo el público apoya solidario.Todo son aplausos y por momentos, el cicloturista se siente igual que aquel día Froome y Cobo. Es un rato pasajero, pero que dura una eternidad. Los dos últimos kilómetros son en ocasiones un ejercicio de equilibrios. Los aficionados se afanan en empujar a los que más lo necesitan. Se agradece. La dureza se pone caprichosa.

Al final, el dolor muscular se cura con el cocido y la quesada de la comida que les espera en Solares. Allí, cada uno tiene algo que contar; ese es el premio que nunca falta en La Peña Cabarga. Todos le hacen hincar las rodillas al coloso y eso hay que contarlo. Como para no.

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