COLEGIADOS EN LA POLÉMICA
Cada vez más preparados física y técnicamente, los árbitros españoles de fútbol soportan una creciente presión mediática, aunque no están expuestos a estallidos de ira como el que ha paralizado la liga griega
JOSEBA VÁZQUEZ
Domingo, 18 de marzo 2018, 08:10
Por aquí no hemos visto saltar al césped al presidente de un club y encararse con el árbitro, amagando con echar mano de la pistola ... que portaba a un costado, tal como hizo el pasado fin de semana el propietario del PAOK Salónica, Ivan Savvidis, al final de un partido contra el AEK de Atenas. Su deplorable comportamiento ha supuesto la suspensión de la liga griega por parte del Gobierno heleno. Ni hemos visto algo así, ni falta que nos hace, aunque podemos recordar al barcelonista Hristo Stoichkov propinando un pisotón al colegiado Urizar Azpitarte hace 28 años; al extremo del Granada Dani Benítez lanzando una botella de plástico a la cara de Clos Gómez en mayo de 2012; o al atlético Arda Turan arrojando tres años después una bota a un linier como si de un muñeco de feria se tratara. ¡Cómo están las azoteas!, que diría mi psiquiatra de cabecera.
No parece un oficio sencillo el de árbitro. En cualquier deporte, pero tal vez de forma particular en el fútbol, donde las masas son más numerosas y las pasiones se elevan a la estratosfera en proporción directa a las enormes cantidades de dinero que entran en juego. Este cóctel convierte en extrañas las jornadas de Liga en que no se viven agrias polémicas. Contribuyen a ello los fallos de bulto que en ocasiones cometen los colegiados; y no digamos si estos benefician o perjudican a los equipos grandes. «El error es algo consustancial a este trabajo; lo analizas, pero no le das tanta importancia como se le puede dar desde fuera», apunta Eduardo Iturralde González, que se sigue considerando árbitro -«por supuesto»-, a pesar de que lleva seis años retirado. Con 291, Iturralde era el colegiado con más partidos en Primera hasta que, la temporada pasada, le arrebató ese liderato Alberto Undiano Mallenco.
Con mayor o menor trascendencia en sus actuaciones, lo cierto es que todo lo que les rodea somete a los miembros de este colectivo a una gran presión. Por un lado, la derivada de la exigencia y evaluación continua que ejerce el propio Comité Técnico de Árbitros (CTA); por otro, la que perciben en los estadios, donde a menudo se convierten en diana de chanzas, insultos y amenazas; y finalmente, la que nace al calor del debate mediático posterior a los partidos. ¿Cómo se soporta esto? «Te acostumbras -resume Undiano-. Aquí intervienen mucho los medios de comunicación. Cuando empecé, hace 18 años, había televisión y radios, pero hoy eso se ha multiplicado por treinta o cuarenta, sin olvidarnos de las plataformas de internet. Uno intenta estar lo más aislado posible y convivir con ese error que has podido cometer».
«Nunca ha recibido nadie una directriz, directa ni indirecta. Eso es una falacia»
E. Iturralde González Exárbitro
A este mismo aspecto alude Juan Ignacio Gallardo, director del diario 'Marca'. «Están sometidos a una exigencia monumental que proviene de la cultura futbolística de nuestro país. Y, además, somos el único de Europa con cuatro periódicos deportivos de alcance nacional, tres o cuatro programas nocturnos de radio de enorme audiencia, espacios de televisión mediodía y noche... Es decir, la figura del árbitro está sometida a la revisión de millones de ojos».
El conocimiento del medio
Un examen permanente, vaya. Para intentar superarlo, Iturralde González cree fundamental un estudio pormenorizado del hábitat. «Lo más difícil para un árbitro de Primera es conocer bien el medio donde se menea», dice. Y eso, además de la preparación técnica y física, supone «analizar los equipos, conocer cómo defienden, cómo sacan los córners, el jugador que más faltas tácticas hace...», detalla Undiano. Pero, ojo, esa investigación previa es mutua: el jugador también 'vigila' al árbitro. «Sabemos que nos estudian mucho, pero también nosotros a ellos», cuenta Jesús Barbadilla, vicepresidente de la AFE (Asociación de Futbolistas Españoles). «Es normal que a veces salten chispas en el campo entre nosotros, pero la relación es mucho mejor de lo que parece. Nosotros sabemos el sacrificio que tienen que hacer para llegar a ser árbitros y a la inversa», afirma Barbadilla.
Ocasionalmente, no ven penaltis clamorosos o aparece ante sus ojos, como un espejismo, otro inexistente, pero los veinte hombres que conforman la élite arbitral española son buenos, muy buenos, en opinión de los expertos. «Están al mejor nivel europeo física y tácticamente. Ahora son auténticos atletas; no les pilla nunca una jugada de lejos», comenta Francesc Aguilar, subdirector de 'Mundo Deportivo'. «En las concentraciones de UEFA o FIFA, los árbitros españoles destacan absolutamente». Otra cosa es que apenas disponen de oportunidades de dirigir grandes finales, porque, en los últimos años, suelen estar copadas por equipos de nuestro país. La mayor crítica de Aguilar a los jueces de campo es que «en España se abusa de la interpretación en algunas jugadas, de forma que cada árbitro tiene casi su propio reglamento».
De la excelencia de la que puede presumir el CTA da cuenta el hecho de que, en el presente 2018, cuenta con diez colegiados internacionales, la mitad de los de Primera División. Es el tope posible, compartido con poquitas ligas, y «la mayor aportación española de la historia», según los portavoces del estamento arbitral. No siempre ha sido así. Muchas cosas han cambiado, en general a mejor, en este mundo en las últimas décadas. Empezando por algunas estéticas. Volviendo a los mencionados Urizar y Clos Gómez, vemos, por ejemplo, que nuestros colegiados han ampliado el antiguo negro invariable e integral con coloridas camisetas amarillas, verdes, celestes, rosadas...
Salarios de seis cifras
Tampoco el tipo estilizado y fino del recién retirado Clos es el mismo que el de sus antecesores, más fofitos, menos ágiles. Y es que los árbitros de élite, incluso los de Segunda, deben superar cuatro veces al año exigentes pruebas físicas, de las más selectivas entre los campeonatos europeos. Estas son las que determinan los ascensos y descensos de categoría, junto a los informes de los delegados que evalúan al juez de cada partido, un aspecto siempre abierto a suspicacias.
Los 25 años del hombre de confianza de Villar
Veinticinco años en el mismo cargo pueden antojarse excesivos, o no. Depende del prisma desde el que se observe el fenómeno. El tiempo que acumula Victoriano Sánchez Arminio al frente del Comité Técnico de Árbitros no asusta si se compara con los 29 años y medio que ha permanecido Ángel María Villar al frente de la Federación Española de Fútbol –desde su primera elección, en julio de 1988, hasta su destitución por el Tribunal Administrativo del Deporte, el pasado diciembre–, pero supone todo un récord si lo contrapesamos con el periodo de permanencia de sus predecesores. Sánchez Arminio (Santander, 1942), vigésimo sexto presidente en la historia del organismo, cumplió el jueves ese cuarto de siglo como máximo responsable del estamento arbitral. Entre los anteriores, solo se acerca a su apego al sillón José Plaza, que ocupó el puesto durante ventiún años en dos etapas.
Tanto tiempo en el cargo es un mal signo, en opinión del director de ‘Marca’. «Una persona empapada de aspectos del fútbol del siglo pasado no ayuda al progreso. Los árbitros corren el riesgo de quedarse anquilosados por el régimen que les imponen sus directivos. Hay que evolucionar y eso pasa por renovar los rectores», juzga Juan Ignacio Gallardo. «Es vital un cambio en la cúspide», asiente Francesc Aguilar. El subdirector de ‘Mundo Deportivo’ es de los que piensa que «quienes mandan deciden qué árbitros llegan a Primera, casi estilo César, levantando o no el pulgar». A esta crítica se apunta Iturralde González, que afirma sin tapujos que «los ascensos y descensos los decide Victoriano siempre». «Cuentan los informes de los delegados informadores y las pruebas físicas, pero los informes están sujetos a la subjetividad», añade.
Tal vez fuera este el motivo por el que Villar hizo a Sánchez Arminio miembro del comité de designaciones en cuanto el cántabro dejó el arbitraje, en 1989. A los cuatro años, el 15 de marzo de 1993, le nombró presidente del CTA. Victoriano era representante de la empresa Kraft cuando debutó en Primera, en 1976. Dirigió en ella 149 partidos en trece temporadas y pitó tres finales de Copa. Como internacional, fue juez de línea en el Mundial de España’82 y arbitró en los Juegos Olímpicos de Los Ángeles’84 y en el Mundial de México’86. Desde que ha estado disponible para ello, Villar le ha seleccionado como jefe de los árbitros una tras otra las siete veces que ha sido reelegido presidente de la Federación. Así hasta hoy. Veremos qué ocurre tras el 9 de abril. Arminio tiene ya 75 años y al nuevo proceso electoral no se presenta su valedor.
Tenemos así que este grupo de «deportistas», como ellos gustan de definirse, ha alcanzado un elevado grado de profesionalización, en concordancia con unas altas remuneraciones. Urizar Azpitarte venía a ganar aproximadamente la quinta parte que sus sucesores de hoy en día. Un colegiado de Primera cobra 3.685 euros brutos por encuentro, además de diez mensualidades de 11.307, arbitre o no. En Segunda, esas cifras son de 1.621 y 6.047 euros, respectivamente. Teniendo en cuenta que el promedio de partidos por temporada viene a ser de veinte, el juez de la máxima categoría sale por encima de los 180.000 euros brutos anuales, y el de Segunda por unos 92.000. También ingresan por la publicidad de la empresa Würth que portan en sus mangas.
«Su remuneración puede parecer alta, pero, si entendemos que también son actores principales de una industria que genera millones y millones de euros, creo que se ajusta a lo que mueve el fútbol», valora Juan Ignacio Gallardo. Iturralde González se felicita por el suculento dato, pero advierte del riesgo que conlleva a su juicio. «Puedes perder la independencia técnica respecto a los criterios del Comité. Los tienes que aceptar estés de acuerdo o no, porque si no lo haces te expones a perder tu estatus», comenta.
¿Y si encendemos la luz?
Una de las cosas que más duelen dentro del colectivo, por encima de los insultos que sus miembros puedan recibir en un estadio, es que se ponga en duda su honorabilidad. José Ángel Jiménez, vocal de relaciones externas del CTA, tacha de «oportunista, falaz, desproporcionado y falso de toda falsedad» el término 'Villarato' que acuñó en su momento el periodista Alfredo Relaño para referirse a la posibilidad de que los árbitros actuaran ocasionalmente sin imparcialidad, inducidos por instrucciones de sus jefes. «Nunca le ha llegado a nadie una directriz, ni directa ni indirecta. Es la mayor falacia que existe en el mundo del arbitraje. Hemos sido absolutamente independientes siempre», sentencia Iturralde. Lo que no ha evitado, por ejemplo, que el Barcelona haya completado dos años sin recibir un penalti en contra. «Es una estadística difícil de justificar, un dato raro, insólito, pero el fútbol está lleno de casos extraños. No creo que haya una conjura ni nada por detras», dice el director de 'Marca'. «Seguramente se debe al tipo de juego del Barça, que defiende muy arriba -razona Francesc Aguilar-, aunque claro que cuesta más pitarle un penalti al Barça que al Málaga».
¿Y no se evitarían suspicacias si los árbitros pudieran hablar públicamente de sus decisiones más polémicas y explicar por qué las tomaron? «Hay oscurantismo. Ni se conocen las sanciones a los colegiados, al contrario de lo que sucede con jugadores y entrenadores, ni los criterios para las designaciones», censura Aguilar. «Eso aportaría tranquilidad. Cuanto más transparente seas, mejor. Si no hay que ocultar nada...», abunda Iturralde. No opinan igual Undiano -«los árbitros decidimos en su día que debemos pasar lo más desapercibidos posible»-, ni los rectores del CTA. «Explicar en público las decisiones adoptadas en un partido no aportaría ningún beneficio a la competición y generaría aún mayor controversia», argumenta José Ángel Jiménez.
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