Once Sangallis
Diario de un sufringuista ·
Este partido ya me lo conozco yo», les dijo a sus compañeros Marco Sangalli en el vestuario. Y les advirtió, quizás para rebajar la euforia, ... que en cuanto ganas dos partidos te pones tercero o cuarto, pero después llega otra vez el bajón. Y eso es la Liga Geyper, o sea, la Segunda de toda la vida: una batalla encarnizada, en la que hasta el último instante no se puede dar nada por seguro. Precisamente Sangalli protagonizaba una de las sorpresas del día, con toda una revolución en el once titular. El debate en la grada estaba servido: ¿Es mejor Grenier que Morante? ¿Alves que Germán? ¿Lago Junior que Mboula? Es lo que tienen los descartes y las decisiones técnicas, que siempre se juzgan mejor a posteriori.
El caso de Marco es en cambio algo distinto. Un refuerzo que llegó casi en silencio mediada la temporada pasada, y que hasta ahora no había logrado una respuesta unánime. Jugador de equipo, parece evidente su papel de hombre de confianza del míster. Lo mismo sirve para un roto que para un descosido, para achicar agua cuando toca defender o para redoblar esfuerzos cuando se apela a la heroica. Es decir, uno de esos jugadores que todo entrenador quiere en su equipo, aunque a los aficionados nos lleve bastante más tiempo apreciar sus virtudes.
Pero Sangalli ha resultado ser un jugador especial. Discreto hasta límites insospechados, su protagonismo se limita a un empuje especial, un derroche generoso y entregado. Una forma de ser completamente alejada del tópico del futbolista, tantas veces a la sombra de un ego sobredimensionado. El donostiarra, en cambio, es un tipo tranquilo al que te encuentras normalmente en las librerías del centro, seleccionando su próxima lectura. Qué suerte ha tenido, eso sí, de no coincidir con Iván Ania, aquel entrenador que expulsó del equipo a un jugador por leer libros.
José Alberto, en cambio, ha sabido leer bastante mejor a Sangalli, y sacar mucho partido a sus virtudes. Ayer dominó la banda y suyos fueron algunos de los mejores pases de gol. Y a punto estuvo todo de salir todo bien, o incluso fantástico, cuando en la primera parte Arana la pedía completamente solo en el punto de penalti. El problema, ¡ay! fue que no jugábamos con once Sangallis, y el extremo que la llevaba prefirió jugársela en solitario en lugar de pasársela al compañero mejor situado. A veces se nos olvida que la humildad y el compañerismo es lo que hace grandes a los equipos humildes.
A la salida del campo, Sangalli advertía que al final de temporada «siempre suceden cosas raras». Algo que hay que tomar por el lado positivo: también puede ocurrir que a partir de ahora cojamos la racha buena. Justo, cuando menos lo esperamos.
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