Racinguistas por miles, con y sin entrada
Fiesta y pasacalles. El limitado envío de localidades de la zona viistante y los precios del resto de graderíos no impidieron otro desplazamiento masivo
Más de tres minutos tardaba en pasar el corteo racinguista al completo en Gijón. Quizá suene a poco, pero no lo es. Cuando la cabeza ... de la comitiva ya había llegado a la estatua de Manolo Preciado, la cola de la misma apenas había abandonado la Plazuela Campu La Guía. Cierto es que el trayecto es corto; apenas cruzar un puente, bajar la cuesta y enfilar el aparcamiento de El Molinón, pero aun así el corteo, casi más una improvisada marcha de una gran parte, pero solo una parte, de la multitud de racinguistas que se desplazaron ayer a Gijón reunió a alrededor de 2.000 personas. A ellos se unirían quienes habían estado por otras zonas de la ciudad. Algunos, incluso, como acompañantes sin entradas.
Aunque el Sporting envió a Santander poco 570 entradas, de nuevo la respuesta cántabra fue multitudinaria. Pese a los 52 euros del billete más barato (excepción hecha de los de la zona visitante). Pese a que al ser declarado partido de alto riesgo -sin ninguna incidencia que reseñar- no se vendieran el último día en taquilla el puñado de entradas que quedaban por vender. El verdiblanco se dejó ver, y no solo en la zona visitante, sino en otras zonas del graderío de El Molinón-Enrique Castro 'Quini'. Y en toda Gijón.
2.000 personas
al menos, participaron en el improvisado y breve, por la distancia, corteo desde La Guía hasta El Molinón. A ellas hay que sumar las que estaban en otras zonas de Gijón.
53 euros
costaba la entrada más barata, con la excepción de los 25 de las de la zona visitante reservadas a abonados –por sorteo–,y peñas, y aun así el racinguismo respondió
Las peñas partieron a las nueve de la mañana, casi simultáneamente con el Racing. Los unos, hacia esa plaza de La Guía donde se habían citado y convocado a todo el racinguismo que quisiera unirse -preferentemente vestido de verde-. Los otros, hacia el hotel de miniconcentración antes de su llegada al estadio, donde cerca de las tres de la tarde les esperaba un nutrido grupo de aficionados, pero no el gran grueso que aún organizaba su multitudinario pasacalles; más un paseo con escolta policial incluida hacia el campo.
Ya a las once de la mañana la zona se había comenzado a vestir de verde en un goteo de aficionados lento, pero fluido y constante. Fotos en la estatua de Manolo Preciado, picoteo en algún chigre, cánticos y fiesta callejera y una cada vez mayor afluencia caracterizaron la previa en la plaza mientras los cántabros se dejaban ver también en otras zonas de Gijón.
En la perspectiva, las expectativas por un partido de amistosa rivalidad y en el que un Racing en buen estado de ánimo tenía mucho que ganar. En contexto, encuentros entre cántabros y pequeñas historias como la de la familia dividida al 50% entre uno y otro club; como la del responsable de márketing, Pablo Ortiz, buscando ideas antes de comer con sus colegas del Sporting.
Las claves
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La guia Centro neurálgico de las peñas, allí se concentró una buena parte del racinguismo
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Repartido En una jornada muy larga, también otras zonas de Gijón se tiñeron de verdiblanco
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Clásico Fotos en la estatua de Preciado, corteo y visita gastronómica no faltaron en la jornada
En el recuerdo, la recurrente figura de Preciado, con visita a su estatua incluida, y los tiempos no tan lejanos, en la época más oscura del Racing, en la que estos desplazamientos se producían para la visita al filial gijonés. Ayer era diferente. El Racing era el que llegaba como colíder ante un rival en crisis que acaba de cambiar de entrenador.
Como un Racing concentrado en su hotel y afanado en que no se convirtiera en un hervidero hora y media antes. Como el chaval que viajaba por primera vez solo en uno de los autobuses de las peñas sintiéndose uno más de la Gradona. Como la familia que había comprado las -caras- entradas y protestaba por el sorteo. Cientos de historias de racinguismo y otro capítulo de desplazamiento en masa que sigue puliendo la imagen del Racing de equipo con una masa social inquebrantable. Tanto como para provocar, junto a la parroquia local, que fuera imposible reservar mesa. «¿Cinco? Imposible?» respondían ya a un grupo todavía a las once de la mañana. Para buscar fonda había que moverse a San Lorenzo o Cimadevilla.
Después, en una grada casi repleta, obvia mayoría rojiblanca, pero racinguistas con mucha voz y presencia salpicados por las tribunas y, sobre todo, en una de las esquinas de El Molinón, en un duelo de vítores y ánimos de unos y otros.
Los 53 euros a los que el Sporting colocó la entrada más barata, escarmentado por lo mal que sentó hace un par de años la aún más masiva presencia cántabra y espoleado, de paso, por la posibilidad de hacer caja, no impidieron que se vendieran multitud de entradas de forma electrónica o mediante encargo, poblando más aún las gradas gijonesas, pero aun así, pese a una abrumadora excursión que, sumando quienes viajaron sin entradas pudo aproximarse a los 3.000 cántabros, fue algo menor a la de otras ocasiones. Y aun así el corteo fue un flujo constante de tres minutos de ancha procesión. Pese a no estar todos. Pese a no estar convocado como tal. Pese al alto riesgo -cuya declaración se entiende por lo masivo, pero que no fue tal- y a los precios. Si una ilusión persigue al Racing, al Racing lo sigue o lo persigue, como se prefiera, su afición.
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