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De la nada al todo en un segundo
El racinguismo siguió el partido en peñas, bares y domicilios convertidos en fiestas improvisadas
El fútbol es una máquina capaz de generar sentimientos y emociones encontradas como la euforia o la desesperación, la alegría o la tristeza y de hacerlo, además en cuestión de minutos. En resumen, el aficionado a este deporte vive en una montaña rusa emocional. No existe mejor descripción para los 96 minutos que vivieron los seguidores del Racing durante el partido ante el Atlético Baleares. La hoja de ruta, para los que no fueron hasta Mallorca, estaba clara. Buscar un punto de encuentro en el que vivirlo todos juntos. La Tasca en los bajos de los Campos de Sport de El Sardinero, El Remigio en La Albericia o el Navajeda Sport Tavern fueron, además de los bares de los barrios, los lugares elegidos para vivir un ascenso.
También los hubo que optaron por un plan más íntimo y quedaron con el grupo de amigos en su casa para vivir un partido crucial. Esta opción fue la que eligieron José González, Alberto Sánchez y Rubén Sanz. «Mejor tranquilos, al menos durante la primera parte». Cerveza fría en la nevera y pizzas para acompañarla. «Todo a mano para no tener que movernos», bromea el trío de amigos.
Las peñas racinguistas también tenían sus planes para el duelo definitivo ante el Atlético Baleares. La Peña Juventudes Verdiblancas citó a sus socios en su local, situado en la Bajada de La Encina en Santander, para ver juntos el partido. Allí se reunieron los que no habían viajado a Mallorca -lo hizo únicamente un puñado de ellos- para animar al Racing a pesar de no contar con entrada para el choque y no dejar solos a los jugadores. Tampoco se lo montó mal la Peña San José 1913 de Astillero, que, desde media hora antes del arranque del partido en Son Malferit, disfrutó de una chorizada y una salchichada en el bar La Playuca. Además la charanga El Cancaneao amenizó la espera hasta el pitido inicial.
Quedadas por whatsapp
Camiseta del Racing, bufanda atada en el cuello o en la cintura y muchos nervios eran el pack que llevaron los seguidores hasta las localizaciones acordadas mucho antes del partido. Unos no podían seguir en casa por más tiempo, otros querían llegar y coger un buen sitio para no perderse ni un pase de los once valientes que iban a devolverlos a Segunda División. Ahí entraron en juego las redes sociales.
«Bajo antes al bar» o «Tío, paso por tu casa ya que se me cae todo encima» fueron los mensajes de auxilio. Quedaba mucho para el partido y la acción era la única forma de mantener a raya los nervios. Bebidas en la mesa y unas patatas bravas o rabas para acompañar al partido fueron las opciones más elegidas. Después, tras el pitido inicial, llegó el momento de ponerse serios. No estaban en Son Malferit, pero confiaban en que su empuje les llegase a los hombres de Ania.
«¡Vamos Racing oé!» y «¡Qué sí, joder, que vamos a ascender!» fueron las expresiones mas coreadas por los rincones de Santander y se mantuvieron hasta que el colegiado señaló penalti a favor del Atlético Baleares. «Esto no puede ser verdad», comentaban mientras se miraban entre ellos, incapaces de creer lo que estaban viviendo. Minuto 40 y Fullana no perdona desde los once metros. Ojos encharcados y miradas al suelo. «¡Papá! ¿Por qué?» lloraba Ariadna abrazada a la pierna de su progenitor. Los racinguistas cayeron en picado. En ese sube y baja de emociones ahora tocaba la peor parte. Pero había que creer y confiar en que había solución y sobre todo no caer en el derrotismo.
La emoción se desbordó y resultó imposible de contener antes de llegar al descanso. Ahí comenzaron las cuentas. «Un gol y todo solucionado», decían unos. «Tenemos que tirar a puerta, que así no se puede», apuntaban otros. Dos formas de ver la vida. Unos dispuestos a plantar cara cuando pintan bastos, mientras que otros se hundían poco a poco y veían cada vez más nubes en el horizonte. Pausa para el cigarro. Colas en la barra para reponer la bebida. Estirar un poco las piernas y todo listo para afrontar los segundos cuarenta y cinco minutos. Había que creer y en eso pocos ganan a los verdiblancos. Llegó la segunda mitad y cada minuto caía como una losa sobre los racinguistas. El silencio solo lo rompía algún 'uyy' o el más atrevido del bar que no quería ver decaer los ánimos y entonaba la Fuente de Cacho. Pocos se atrevían a seguirlo con la tonada. Su atención se centraba exclusivamente en la pantalla. Y entonces, Aitor Buñuel llevó al éxtasis a todos los seguidores. El balón cruzó la línea de cal y el corazón estalló como lo hizo segundos después la fiesta.
Camisetas al viento, abrazos con el que estaba al lado y sobre todo ese «¡Sí se puede!» que unió en una sola voz a todos los rincones de Santander y Mallorca. La historia había cambiado mucho. El gol tornó las caras largas en sonrisas. Comenzaron los cánticos mientras que el blanco y el verde teñían todos los rincones. Los aficionados vibraron y no dudaron en inmortalizar el momento. En plena era millennial los móviles tomaron el protagonismo. Selfies, mensajes por Whatsapp y notas de voz entre conocidos y amigos. Después de cuatro temporadas en Segunda B, no había intención de dejar escapar esos instantes y los aficionados los saboreaban lentamente y con calma.
La pequeña Marta, con seis años, le decía a su madre Inés García «Mami, llamamos al abuelo por si no se ha enterado». Bendita inocencia. Sólo quedaba esperar y eso casi resultó peor que ir por detrás en el marcador. Cada vez que el Atlético Baleares recuperaba el balón o se acercaba al área de Iván Crespo, el murmullo de inquietud inundaba el ambiente y la expulsión de Cejudo no ayudó a relajar los ánimos. El fútbol no podía ser tan cruel.
Últimos compases de agonía
Los últimos minutos de agonía llevaban a los aficionados al límite. Hubo quien decidió vivir los últimos minutos con las manos tapándose los ojos e incluso por salir a dar una vuelta a la manzana. El ascenso estaba ahí, pero el colegiado parecía empeñado en dilatar en el tiempo los últimos compases del partido. Gadea Barreda se quedaba sin uñas. Las iba mordiendo una a una mientras esperaba la señal del final del partido y miraba alrededor. Entonces, aunque el tiempo seguía avanzando inexorable, todo parecía a cámara lenta. Las bufandas preparadas, la garganta afinada y la camiseta de vuelta en su sitio. Solo faltaba la señal. Los verdiblancos contenían el aliento mientras acariciaban el sueño del ascenso, pero seguían sin confiarse. Había que esperar y cruzaban esas miradas de complicidad del que sabe que el trabajo ya está hecho, pero no se confía.
Y llegó el pitido final. Se acabó. El Racing jugará la próxima temporada en Segunda División. Los aficionados salieron a las terrazas y las glorietas, mientras los menos atrevidos se quedaban en la retaguardia, entonando la Fuente de Cacho.
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