La trágica nevada en Picos de Europa de septiembre de 1975
Varios supervivientes recuerdan, medio siglo después, aquella inesperada y brutal nevada que atrapó a un grupo de jóvenes y le costó la vida a uno de ellos
El 15 de septiembre de 1975 los Picos de Europa se cerraron sobre sí mismos en una tormenta imprevista y brutal. Nada habitual durante ... esa época del año. La nieve cayó con tal fuerza que transformó un final de verano en un escenario invernal de silencio y desolación. En medio de ese temporal quedó atrapado un grupo de jóvenes montañeros cántabros. Aquella jornada, marcada por la falta de previsiones meteorológicas y la precariedad de los equipos, se saldó con la muerte de un muchacho de 16 años de Torrelavega, llamado Jesús Muñoz Lunate. Hoy se cumplen cincuenta años de aquel suceso, publicado en las páginas de El Diario Montañés como se puede ver en la imagen que acompaña a este reportaje: 'Perece de frío un joven de Torrelavega en los Picos de Europa'.
Saturnino Fresno, uno de los montañeros que lo vivió en primera persona, recuerda todavía el impacto de aquella tormenta. Con apenas 20 años, subió junto a dos hermanos del grupo scout de Cueto con la intención de alcanzar la Torre de Cerredo, la cumbre más alta de los Picos.
Era septiembre, llevaban ropa de verano y las provisiones eran mínimas. «Íbamos en camiseta, con guantes de entretiempo. De repente el tiempo cambió, bajó la temperatura de forma brutal y en pocas horas teníamos 70 centímetros de nieve sobre nuestras botas», rememora. Los tres jóvenes se refugiaron en Cabaña Verónica, un pequeño refugio metálico inaugurado dos décadas antes, sin imaginar que esa construcción se convertiría en su único amparo y su salvación.
En medio de la tormenta escucharon «voces apagadas, gritos que venían de una oquedad cercana a la base de Horcados Rojos». Allí estaban atrapados otros tres chavales exhaustos tras pasar la noche a la intemperie. El frío había hecho estragos y el menor de ellos –Jesús– apenas respondía.
«Lo subimos hasta la cabaña arrastrado en un saco. Tardamos dos horas en recorrer 150 metros. Ya estaba inconsciente, gemía sin reaccionar», recuerda Saturnino. Dentro del refugio intentaron reanimarle. Pedro González, uno de los compañeros en aquella excursión juvenil, trató de aplicarle respiración boca a boca y masaje cardíaco. Nada funcionó. «Le cambiamos de saco, intentamos darle algo caliente. No admitía nada. Estaba agonizando y lo sabíamos», cuenta. La sensación de impotencia fue creciendo conforme las horas pasaban. Juanjo, hermano de Pedro y el tercero de aquella expedición de Santander, sufrió congelaciones en las manos y no podía ayudar. «No era capaz de coger ni un tenedor», recuerda Pedro como si fuera ayer. Los tres (protagonistas de la fotografía superior) formaban parte de un club juvenil que había heredado el espíritu montañero de los scouts. Unos pantalones largos, un bañador y un anorak ligero es todo lo que llevaban aquel día de 1975, pensando en que iban a realizar una bonita travesía con un tiempo acorde a las últimas semanas de verano. «Una cosa es pasar frío y otra que nieve de repente con esa fuerza. Nos pilló sin margen de reacción. En Cabaña Verónica tenía la sensación de estar encerrado, escuchando los gritos fuera, viendo cómo mi hermano no podía mover las manos y en bañador porque no tenía otra cosa seca para ponerme. Fue miedo, miedo real de pensar que no sabíamos cuándo saldríamos de allí».
Otros dos montañeros madrileños o mallorquines –las memorias difieren, aunque sí coinciden en que uno era sobrino del ministro del Ejército durante los años de la dictadura, Francisco Coloma– se sumaron a la tarea de buscar auxilio. Saturnino y uno de aquellos jóvenes se atrevieron a descender en plena ventisca hacia el teleférico de Fuente Dé. Avanzaron con la nieve hasta la cintura, con el miedo constante de quedar atrapados bajo una avalancha. «Aún me acuerdo del sonido de los aludes desprendiendo tras nosotros», relata el de Cueto.
Después de tres horas lograron alcanzar El Cable y alertar a la Guardia Civil y a la Cruz Roja. Pero para entonces Jesús ya había fallecido en la cabaña. La llegada de los equipos de rescate confirmó la tragedia. El cadáver del joven fue evacuado entre las rocas heladas mientras sus compañeros descendían agotados y «en shock». En Potes, los familiares esperaban con angustia, alimentados por las noticias que empezaban a circular. Para Saturnino fue la primera tragedia vivida en la montaña, una de tantas que le marcarían en una vida de alpinismo. «Era un chaval de 16 años. Aunque no le conocíamos, se convirtió en compañero en la montaña y su muerte fue muy dura. Esa experiencia se me quedó grabada para siempre», confiesa medio siglo después. A sus 70 años, Saturnino sigue siendo un apasionado de la montaña y, «si el tiempo lo permite», no descarta acercarse al lugar de los hechos coincidiendo con este 50 aniversario.
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