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En sentido metafórico, una marea de uniformes naranjas inundó este mediodía la calle Serrano de Madrid. Es aquí donde se encuentra la embajada de Japón. ... En sentido literal, fue la lluvia quien llenó de agua la calle en la que se concentraron los 148 trabajadores de la planta de Bridgestone de Puente San Miguel. No lo hicieron solos. También se manifestó la plantilla de Basauri (Vizcaya) y Burgos, aunque estos últimos todavía no se han visto afectados por el ERE planteado por la empresa japonesa. Para llegar aquí un viaje en autobús desde Cantabria, de madrugada con el objetivo de presionar a la directiva de la empresa para que de un paso atrás en su propósito de despedir a casi 550 personas y escuche «a quienes han sustentado la producción día a día durante años». A los trabajadores.
Desde Reocín partieron tres autobuses a primera hora de la mañana. Dos a las 5.30 horas y otro -en el que ha viajado El Diario Montañés- media hora más tarde para esperar a quienes salían del turno de noche. Por diversos motivos, una veintena prefirió ir en oches particulares, por lo que en total fueron cerca de 170 personas, entre empleados, familiares, jubilados y representantes sindicales. Todos con una misma idea en la cabeza: visibilizar su rechazo al expediente de regulación de empleo que podría dejar en la calle a 211 trabajadores solo en Puente San Miguel. La mitad de la plantilla.
El ambiente en el viaje, marcado por el cansancio, estuvo cargado de conversación y preocupación. Algunos intentaban dormir, otros no paraban de hablar de lo que puede venir. Las chaquetas del uniforme gris y naranja, colgadas en los respaldos o sobre las piernas, recordaban el lugar común que les une: una fábrica en la que, en muchos casos, llevan trabajando desde hace dos décadas. «El que menos lleva, entró hace 20 años», se decía entre los asientos. Aún no saben quiénes se irán a la calle. La empresa solo ha confirmado que los mayores de 55 años no se verán afectados. Para el resto, todo es incertidumbre.
A medida que el autobús se acercaba a la capital, los comentarios se tornaban más crudos. «Esto es irreversible», decía uno de los trabajadores. «Es una cuestión de dinero, da igual lo que se negocie. Aunque recorten la cifra, será una masacre. Un batacazo». Otros hablaban ya de planes alternativos, aunque no sin resignación. «Yo soy soldador, me tocará volver a ponerme la pantalla», contaba Raúl Martínez, con 18 años de antigüedad en la empresa. «Mi hijo empieza la universidad el año que viene, y se junta todo».
El atasco a la entrada de Madrid tensó aún más los ánimos. La manifestación estaba convocada a las 12.00 horas y pasadas las 11.00 los autobuses seguían parados en la A-1. Dentro, las noticias corrían de boca en boca: la ministra de Trabajo, Yolanda Díaz, recibiría a los representantes sindicales a las 12.30 horas. La preocupación crecía. «Primero se entera la prensa que nosotros», murmuraban algunos.
Ya en la calle Serrano, las bocinas comenzaron a sonar con fuerza. El cielo, cubierto de nubes negras, descargaba con intensidad. Pero ni el agua ni los truenos pudieron silenciar los gritos: «Frente a los despidos, ni un paso atrás», «Japón escucha, en Bridgestone no se va nadie», «No sobra nadie en Bridgestone». Allí estaban todos. Trabajadores de Puente San Miguel, Basauri y Burgos. También jubilados de la planta cántabra. Entre ellos, el alcalde de Reocín, Pablo Diestro, que viajó en uno de los autobuses. Su ayuntamiento financió dos de los vehículos, y el Ayuntamiento de Torrelavega pagó el tercero.
Durante dos horas, la embajada fue epicentro del enfado de una plantilla que ve peligrar su sustento y, sobre todo, su futuro. La Policía Nacional controló el tráfico en la zona y llegó a identificar a varias personas por lanzar petardos y por cruzar la carretera fuera del paso de peatones. La manifestación concluyó a las 14.00 horas, sin incidentes de gravedad, y los trabajadores regresaron a los autobuses sin respuestas, pero con algo más de visibilidad.
Mientras tanto, dentro de los despachos, se desarrollaban reuniones clave. Yolanda Díaz recibió durante una hora a cinco representantes sindicales, uno por cada sigla con representación en la mesa (UGT, CCOO, BUB, SITB y ELA). Ricardo Gutiérrez, portavoz suplente de SITB, valoró el encuentro con cautela: «Nos ha manifestado su apoyo porque el ERE es competencia del Ministerio al afectar a dos comunidades. Nos pedirá documentación para revisar los ERTES previos y se ha comprometido a visitar alguna planta. Hay algo más de esperanza, pero seguimos en la misma línea. Lo que pedimos es un plan industrial que garantice la continuidad».
También se reunieron con el ministro de Industria, Jordi Hereu, que aseguró que contactará con los consejeros autonómicos para estudiar posibles subvenciones.
A pesar de ello, la sensación general entre los trabajadores sigue siendo la de desamparo. Sergio Herrera, 24 años en plantilla, lo expresó con crudeza: «Esperaba llegar a los 25, pero no tiene pinta. Esta manifestación es para que se nos vea. Lo afrontamos con realismo. Es muy complicado. No se ha digerido, pero no te queda otra. Como mucho, minimizar el golpe, pero nos le vamos a llevar. No veo salida del túnel».
De vuelta al norte, la lluvia seguía cayendo. En los asientos del autobús, se compartían noticias de última hora y un cansancio silencioso. El sentimiento entre los trabajadores no ha cambiado: lo que está en juego no es solo un empleo, sino la historia y la vida de cientos de familias. El mensaje ha quedado claro. Bajo la tormenta, con los uniformes empapados y la voz al límite, han gritado hasta el final porque, frente a los despidos, no están dispuestos a dar un paso atrás.
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