La dama que cruzó la bahía y conquistó a Laredo en una almena
Siempre sacaba tiempo para estar al pie de La Torre junto a su inseparable José y para colaborar activamente con la Asociación de Amigos del Patrimonio de la villa pejina
Luchadora. Alegre. Comprometida. Vital. Ana Belén llegó hace veinticinco años a Laredo desde su Santoña natal y desde el primer momento se ganó el corazón ... de quienes encontraron en ella a una persona extraordinaria. Cercana y entrañable en el trato, entregada a cuantas causas altruistas acudiesen a su puerta, destacaba por el cariño con el que se dirigía a todo el mundo, más allá de que el mensaje fuera serio.
Su esposo, José Manuel Incera, la conoció en el 'Alba' santoñés y enseguida la embarcó en su sueño del bar La Torre, que estaba a punto de iniciar su andadura en la Puebla Vieja pejina. Lo que pocos sospechaban es que ella hiciera de este coqueto enclave de la rúa Santa María, situado frente a a la plazuela Marqués de Albaida, la almena desde la que asomar al mundo y dejar una huella imborrable.
Durante varios años ejerció de auxiliar en la clínica dental Jubera, como si la vida tuviese claro que personas como ella debían estar al cuidado de las mejores sonrisas. Pero incluso en esa etapa, siempre sacaba tiempo para estar al pie de La Torre junto a su inseparable José. Detallista y apasionada de la decoración, entre quinitos y bailes se fraguaron profundas amistades. Sin descuidar una faceta social en la que se involucró: la protección de la Puebla Vieja, colaborando activamente con la Asociación de Amigos del Patrimonio de Laredo.
Sus vecinos de la Callejilla fueron otros de los agraciados al contar con ella en sus filas. Con Ana Belén el confinamiento fue más llevadero, con un sentido del humor sano y contagioso con el que se asomó cada día al balcón para compartir momentos inolvidables.
Mujer de una profunda fe cristiana, bordó ella misma media docena de albas para los monaguillos cuando Daniel, el mayor de sus tres hijos, desempeñó esa labor en la parroquia de Santa María de la Asunción. Un puesto por el que también pasó Jorge y que desataba la admiración de la pequeña Celia, el ojito derecho de una persona ejemplar en la asignatura de esposa y madre.
Incluso cuando la enfermedad avanzaba implacable, se empeñó en ser ejemplo de fortaleza. Una persona buena en el más rotundo sentido de la palabra. Una laredana irrepetible nacida en Santoña y que a sus cincuenta años partió prematuramente al cielo.
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