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La superación fue la seña de identidad de José María Orcajo Santamaría (Torrelavega, 1949-2022), quien ha fallecido repentinamente a los 73 años dejando un ... hondo pesar en todos cuantos le conocieron. Era un 'torrelaveguense de los de toda la vida', miembro de una familia de comerciantes de alimentos en una actividad que comenzara su padre a mediados del siglo pasado, centrado en la quesería. El padre de José María, que se llamaba como él, vino a vivir a Torrelavega procedente de la localidad burgalesa de Rabé de las Calzadas, donde la familia tenía una pequeña quesería, afamado producto que comenzó a introducir en Torrelavega. Casado con Luisa Santamaría Franco, abrieron una quesería de venta al por menor en la plaza San José, uno de los barrios mas antiguos y castizos de la ciudad, residiendo en el piso superior, donde nacieron sus dos hijos. José María comenzó sus estudios primarios en el cercano colegio Menéndez Pelayo.
No llegó a acabar los estudios de Maestría Industrial, por lo que pronto se unió a su padre en la comercialización para pequeños comercios y hostelería, pudiendo entonces ampliar el negocio a la venta de aves y huevos, y más postreramente, a la carne.
Se casó con Blanca Trugeda, también miembro de una conocida y antigua familia de Torrelavega. Tuvieron tres hijos: Diego, ingeniero; Carla, abogado, y José María, trabajador del grupo Amica. Muy aficionado al deporte, especialmente al montañismo, fue en 1974, presidente de la sección de Montaña de la Sociedad Deportiva Torrelavega, época en la que se creó la Marcha Interprovincial con Vivac. Su afición a las cumbres le llevó a coronar, en 1975, el Mont Blanc con montañeros de Torrelavega. Implicado en el devenir de la ciudad, fue directivo del emblemático Círculo de Recreo.
La creación de las grandes superficies comerciales y la progresiva desaparición del pequeño comercio local hizo que en 2005 cesara en la actividad, dedicando gran parte de su tiempo a la lectura -fue un empedernido lector, como su esposa- y a viajar, habiendo visitado en varias ocasiones lugares señalados de la América hispana. Su esposa, Blanca, trabajó en el prestigioso bufete de sus hermanos Raimundo y Javier Trugeda.
Cuidaba su estado físico, por lo que cada día, al filo de las seis de la mañana, dedicaba un buen tiempo a recorrer diez o doce kilómetros, excepto las últimas semanas en las que una dolencia ósea le había obligado a interrumpir esta actividad. Le gustaba la gente joven y solía reunir a sus sobrinos para fijar un día de camaradería; igualmente, sus nietos Juan, Nuria y Blanca llenaban las horas del feliz abuelo. Su hijo Diego resumía el sentimiento que le dejaba su padre: la superación ante las adversidades que le había presentado la vida.
Como el mejor amigo que alguien puede tener le definía uno de los más cercanos que tuvo, Curro Angulo, que hablaba ayer de él como un buen y ameno conversador pero, sobre todo, una persona vital «y el mejor amigo que uno puede encontrarse en la vida». Descanse en paz este torrelaveguense que deja un grato recuerdo en una generación y que ya se encuentra en la casa del Padre.
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Nacho González Ucelay
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