¿Se puede ser cretino... Y genio a la vez?
Kanye West, ya un mito del pop, encarna una de las paradojas del siglo XXI que en realidad destierra la leyenda trágica sobre el talento
David Remartínez
Viernes, 31 de marzo 2017, 07:17
La respuesta a la pregunta de nuestro titular es sencilla: "Por supuesto". Muchos talentos eminentes han sido personas insoportables, muchos artistas han transitado su ... vida como unos auténticos memos, en las antípodas aparentemente de las emociones trascendentales de la belleza que sus obras han conseguido comunicar. La leyenda intelectual del siglo XX incluso exigía que cualquier genio arrastrase una infelicidad, un amargor, un vicio, una incomprensión que subrayase y justificase su distinción del resto de seres humanos. "Si tocas el cielo con tus manos, has debido conocer el infierno en tu corazón": así lo exigía la concesión oficial de la Posteridad.
Por fortuna, tamaña visión fatalista de nuestra existencia, donde el diferente había de ser sancionado incluso cuando colaboraba en la felicidad colectiva, incluso cuando su disparidad era sobresaliente, ha cambiado en estos tiempos eléctricos. Hoy puedes ser un genio y un estúpido y además vociferar en Twitter que vives absolutamente feliz. Kanye West es la cumbre de este afortunado fenómeno. Cuando el pasado mes de diciembre se reunió con Donald Trump, el presentador de televisión Stephen Colbert los definió como "los dos narcisistas norteamericanos más poderosos en una misma habitación". Un buen chiste, y a la vez, una observación precisa.
Pero antes de seguir, escuchemos.
Escuchemos Say you will, la canción que abre el álbum 808s & Heartbreak. Es una canción hipnótica, de una ternura instantánea, con unos coros aéreos, una especie de metrónomo saltándote de oído a oído y un tambor primario que arropa, conduce y cierra. Una conmovedora balada digital, mágicamente íntima.
El referido disco se publicó en 2008. Durante la gala de los Premios MTV, y mientras Taylor Swift agradecía el premio al mejor videoclip del año, el inefable West se subió al escenario, le cogió el micrófono a la popstar de la candidez, y espetó: "Disculpa Taylor, te dejaré terminar. Pero escuchen: Beyoncé ha hecho uno de los mejores vídeos de todos los tiempos".En ese preciso momento, el marido de Kim Kardashian se consagró como uno de los mejores cretinos en la historia del pop; justo después precisamente de haber publicado una de sus obras maestras: 808s & Heartbreak.
Pero volvamos a Say you will. West canta distorsionando su voz, un truco que ha convertido en seña de identidad y que quizá esconda un trauma, o un defecto transformado en virtud. La reinvención artificial de la misma voz para cada canción fue una de sus innovaciones en sus inicios como productor, una idea que posteriormente enfatizó como rapero cuando nadie le reconocía ese talento: ni los críticos ni los grandes maestros del micrófono.
El hip-hop, nacido en la calle de la improvisación y de la tenacidad del marginado, se ha convertido, paradójicamente, en un canon, en una religión con sus santos, sus mártires, sus normas y sus sacrilegios intolerables. Y West fue tildado de incapaz y arribista cuando quiso subirse a escena. Incluso siendo un exitoso productor en el año 2000, se encontró con todas las puertas cerradas para editar su primer disco.
Al más puro estilo norteamericano, y al más puro estilo siglo XX, tuvo que conocer la desgracia para que todos los profetas del flow se tragasen sus prejuicios. En 2002, West se estampó con su coche y se destrozó la mandíbula. Con los huesos todavía sostenidos por alambres, grabó su primera canción, Through the Wire, crónica del dolor físico y anuncio de su nueva carrera como artista total. Yo compongo, yo sampleo, yo arreglo, yo produzco y además interpreto, digan lo que digan. Porque voy a revolucionar la música negra y el pop. Porque voy a ser el Prince del siglo XXI.
Y a fe suya que lo consiguió. Desde 2004 ha encandenado un álbum deslumbrante tras otro; y especialmente desde 808s ha parido auténticas joyas de la música contemporánea, desconcertantes, incomparables con cualquier otro artista. Por si fuera poco, ha continuado produciendo singles de oro ajenos.
Cada vez que abre la boca en un estudio, West distorsiona el pop convencional con un nuevo pop que inmediatamente arrasa en ventas. Y cada vez que abre la boca fuera de un estudio, sube el pan. La colección de sandeces que ha regalado a los medios de comunicación compone un auténtico (y divertidísimo) tratado del disparate. Van tres:
"Soy la vasija de Dios. Pero el mayor dolor de mi vida es saber que nunca podré verme a mí mismo actuando en directo".
"Visitar mi cerebro es como visitar la fábrica de Hermès".
"Soy el Steve Jobs de Internet, de la calle, de la moda, de la cultura".
Para remate, desde 2014 está casado con la mujer neumática cuyas teleaventuras cuestionan las más sustanciales teorías de Charles Darwin. ¿Y qué? ¿Acaso no tienen derecho los genios a erigirse monumento al ego si les da la gana? Por supuesto. Y quien lo niegue, lo hace desde la misma envidia. Porque ante el genio, siempre, y ante todo, haga lo que haga, debemos gratitud.
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