La carga de la vida
Por diez euros, cruzan la frontera de Ceuta a Marruecos con decenas de kilos a sus espaldas. Se les llama porteadoras y algunas mueren
Javier guillenea
Jueves, 27 de abril 2017, 11:40
Cuando se echan el bulto encima, el peso les obliga a correr. Si alguien cae frente a ellas no tienen más remedio que seguir adelante ... y pasar por encima. No pueden detenerse, es pura inercia. Tarde o temprano una mujer parará y quedará aprisionada entre cientos de personas con pesados fardos a sus espaldas. Ella tratará de avanzar pero caerá al suelo y ya no volverá a levantarse; morirá aplastada por una estampida de cuerpos y mercancías. Todo por unos diez euros.
Le sucedió el pasado lunes a Batul, una mujer marroquí de 40 años que falleció en una avalancha de porteadores cuando trataba de cruzar el paso fronterizo de Tarajal II, entre Ceuta y Marruecos. Sufrió la misma suerte que Soad, una joven de 22 años que perdió la vida en marzo, y que Zhora y Bushra, que murieron en 2009. También se habla de Karima. Según cuentan en la frontera, el lunes falleció en un hospital tras ser pisoteada. Y otra mujer, Lubna, se fracturó las dos piernas ese mismo día. Pero estos dos últimos casos no son oficiales. Es posible que haya habido más víctimas mortales, y es seguro que muchas otras mujeres han resultado heridas en su desesperada carrera por ganar algo de dinero, pero su número se desconoce. Si nadie lo remedia, habrá más muertes.
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Una frontera entre dos mundos
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9.000
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Aunque no hay cifras definitivas, se calcula que antes de que se estableciera el sistema de tiques 2.000 para hombres y el resto para mujeres cruzaban a diario la frontera de Ceuta entre 7.000 y 9.000 porteadoras. Algunas fuentes, sin embargo, hablan de 20.000.
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10
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euros de media cobran las porteadoras por trasladar un fardo de entre 60 y 90 kilos, aunque el dinero que ganen varía según el peso del bulto y la calidad de los materiales que contenga. Hace años podían completar varios viajes al día, pero ahora tienen suerte si hacen uno.
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45.000
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marroquíes el 75% de ellos mujeres viven directamente del «comercio atípico» y otros 400.000 lo hacen indirectamente, según la Cámara de Comercio Americana de Casablanca. Se ha cifrado en 90 millones de euros anuales el monto que supone el soborno de policías fronterizos.
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30%
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El Instituto Elcano estimó en 2013 que el «comercio atípico» suponía el 30% de las exportaciones legales de España a Marruecos. Según otros estudios, en 2010 el 46% de las importaciones a Ceuta se convertían en exportaciones a Marruecos, lo que equivaldría a más de 405 millones de euros. Entre Ceuta y Melilla, este comercio genera más de 1.000 millones anuales.
Cada día varios miles de ciudadanos marroquíes, la mayor parte de ellos mujeres, atraviesan la frontera en dirección al polígono del Tarajal, en Ceuta, para cargar sobre sus espaldas grandes fardos de mercancías con pesos que oscilan entre 60 y 90 kilos. Con esa pesada carga a cuestas vuelven a cruzar la frontera y depositan su equipaje en una explanada denominada 'el parking', donde es recogido por hombres de las mismas empresas que han preparado los fardos en España.
La mercancía -ropa nueva o usada, alimentos, cajas de patatas fritas, papel higiénico, pañales e infinidad de productos del hogar- es trasladada a la localidad marroquí de Castillejos, donde se vende o se distribuye por todo el país, e incluso por el resto del continente. «En muchos lugares de África pueden encontrarse bolsas de plástico de Lidl, Mercadona o Eroski», explica Ana Rosado, miembro del equipo Frontera Sur de la Asociación de Derechos Humanos de Andalucía.
Las autoridades españolas llaman «comercio atípico» a una actividad que, observada sin el filtro de los eufemismos, no es más que contrabando. El negocio consiste en trasladar productos que llegan al puerto de Ceuta a polígonos próximos a la frontera o al barrio de El Príncipe, donde son embalados en fardos grandes pero llevaderos. Es una manera de exportar bienes sin tener que pagar impuestos. En Marruecos se considera equipaje de mano a lo que pueda llevar encima una persona. Y, por lo que se ve en la frontera, puede ser mucho.
El trasiego no es nuevo, pero la crisis económica ha provocado en los últimos tiempos un notable aumento de porteadores. Hace un año podían llegar a 14.000 en un día, lo que provocaba serios problemas de seguridad. En un intento de poner orden en el caos, el 27 de febrero se abrió el nuevo paso fronterizo de Tarajal II y las autoridades españolas establecieron un sistema de tiques para limitar a 4.000 la cifra de porteadores, pero lo único que se ha conseguido es aumentar el riesgo de avalanchas. «La imagen real es mucho peor de lo que se ve en las fotografías -afirma Reduan Mohamed, colaborador de una ONG de asistencia a inmigrantes-. Las colas de los que caminan con los fardos son infernales, y si ahora es tremendo, imagínese lo que puede ser en verano. Todos los días hay heridos, y al paso que llevamos habrá más muertos».
El día comienza a las seis de la mañana en los alrededores del paso de Tarajal II. A esa hora ya se ha formado una larguísima fila de porteadoras -son mujeres en su mayoría, aunque cada vez hay más hombres- en espera de recoger los tiques que tendrán que mostrar a su regreso si quieren volver a entrar en Marruecos con un fardo a sus espaldas. Muchas de esas mujeres han pasado la noche allí para no perder su oportunidad de entrar, y otras tantas lucharán para conseguir el ansiado boleto.
«En la Edad Media»
La apertura del nuevo paso sólo ha servido para que cerca de 10.000 marroquíes se hayan congregado en los últimos días en busca de un tique de los que reparte la Policía española o de los que revenden quienes prefieren ganar un poco menos de dinero antes que afrontar una jornada agotadora y humillante. Las colas, en las que hombres y mujeres están separados en los últimos metros de la raya fronteriza pero juntos durante las largas horas de espera para atravesarla, son un hervidero humano en el que cualquier incidente puede provocar una avalancha. «Es como si fuera una frontera de la Edad Media. No hay escáneres para comprobar los fardos, ni sistemas de identificación; por ahí puede entrar cualquier persona y cualquier cosa, hasta armas», dice Iván Ramos, portavoz en Ceuta de la Central Sindical Independiente y de Funcionarios (CSIF).
El Tarajal II está muy cerca del polígono en el que aguarda la mercancía, pero una valla obliga a quienes logran cruzar la frontera entre empujones, carreras y golpes de los mejaznis (miembros de un cuerpo similar a la Guardia Civil) a dar un rodeo de unos cuatro kilómetros para llegar a su destino. Más tarde deberán recorrer ese mismo camino con decenas de kilos a sus espaldas, pero antes tendrán que esperar de nuevo hasta recibir la llamada de los encargados de distribuir los fardos.
«Los hombres aguardan en el polígono, pero a las mujeres las llevan a la playa, donde tienen que permanecer vigiladas en una fila enorme», explica Ana Rosado. Sin sombra, sin baños públicos, sin posibilidad de abandonar la cola para no perder la vez, las porteadoras se ven expuestas a condiciones que se vuelven inhumanas en verano. «El calor es insoportable, y más para ellas, que llevan encima mucha ropa para que los golpes de la Policía les duelan menos».
Cuando llegue su turno, los estibadores del Tarajal les colocarán sobre la espalda los fardos marcados con números y letras que preparan las cada vez más potentes compañías del sector del «comercio atípico». En los últimos años han aparecido en el polígono grandes comerciantes de Casablanca, Tánger, Madrid, Barcelona, Bruselas o Shanghái, que utilizan el lugar como punto de entrada a África sin pagar las tasas aduaneras. Entre todas destacan las empresas chinas, que compran a precio de saldo ropa y calzado en diferentes mercados internacionales y lo venden un poco más caro al otro lado de la frontera. En sus naves de Madrid, estas compañías preparan cuidadosamente los fardos por los que cada mañana lucharán miles de personas en Ceuta. Todo muy profesional.
Las empresas optimizan costes y las porteadoras mueren en avalanchas. Si tienen suerte cruzarán ilesas la frontera con decenas de kilos encima. Aunque, como recuerdo de la existencia que llevan y la que volverán a vivir al día siguiente, antes de llegar a su destino les espera un nuevo escollo: los últimos metros hasta el lugar donde se desprenderán de su pesada carga están en cuesta.
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