El breviario
Después de la muerte del padre Mariano me ofrecieron su breviario. No era merecedor, pero acogí el regalo. Lo abrigaba una funda de cuero negro, ... fina y gastada por el tiempo. Al principio guardé el don cual rey Midas que escondía su oro. Después, consideré que lo mejor que podía hacer era usarlo para rezar, cómo lo había hecho él. Entonces, al abrirlo, al igual que el que olla un santuario natural, descubrí cómo era él; ordenado, profundamente religioso, con una religiosidad ascética, sin aditivos ni adornos superfluos.
La única estampa que conservaba era la del último Año Santo Lebaniego. La oración de Gloria Fuertes del dorso decía así: «Cristo, creo en tu cruz que nutre nuestra arteria. Bebo debajo de tu trono de espinas, duermo en tu ala siempre viva, y no hay por qué pedirte por los hombres porque todos los hombres están en tu memoria…» Toco las páginas, observo que del mismo modo que uno sigue una senda marcada por muchos pasos, sus dedos dejaban en las blancas hojas el rastro de años de oración sincera, realizada desde el profundo silencio.
Como un milagro, empiezo a ser consciente de quién oraba y en qué le convertía ese rezo diario; sereno, serio, meditado, interiorizado y creído en extremo. Decía el Papa Juan XXIII: «Los hombres son como el vino: algunos se convierten en vinagre, pero los mejores, mejoran con la edad». En estas fechas me fijo más en el día de Todos los Santos que en el de los Difuntos. Y, humildemente, doy gracias por esos 'huérfanos de altar' que Dios puso en mi camino para que yo no sea vinagre, sino, bueno, excelente, exquisito vino.
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