Una buena conversación
Es tan enriquecedor contrastar opiniones, discrepar con ingenio e inteligencia y debatir
Cada vez falta menos para que podamos disfrutar del placer de conversar con alguien, en torno a un café, una comida o paseando. Es tan ... enriquecedor contrastar opiniones, discrepar con ingenio e inteligencia, debatir sobre cualquier aspecto de interés; hay tantas cosas sobre las que hablar. La vida, los amigos, el trabajo, la familia, el amor, la amistad, el tiempo, los viajes, la edad, las experiencias, los hijos, las aficiones, los sueños...
Claro, para conversar debe haber interlocución, contraste, debate, riqueza de ideas y, sobre todo, ganas de hablar con la otra o las otras personas y no todos estamos dispuestos a hablar, a charlar. Sobre todo, no todos tenemos la apertura mental como para poder hablar, casi, de cualquier cosa. Pero sí que hay un aspecto que es inapelable, si en una pareja se van acortando los temas de conversación, hay problemas. Si en una empresa los equipos no se comunican entre sí y con otros equipos, hay problemas. Si en un deporte de equipo no se hablan entre los participantes, hay problema, Si en una familia no nos hablamos entre nosotros o trivializamos las conversaciones a temas vanos y sin sustancia, hay problemas. Si entre padres e hijos no hay comunicación, más problemas. Si entre profesores y alumnos no se hablan, habrá problemas. En el fondo todos necesitamos hablar, comunicarnos, incluso hay personas que saben hacerlo con gestos o con miradas o que son campeones de la escucha activa; eso también cuenta.
Desde las tertulias del Café Gijón en Madrid, incluso antes en nuestros ancestros en torno al fuego del hogar, hasta los tertulianos de los medios de comunicación, siempre hemos necesitado contrastar opiniones, para enriquecernos ampliando nuestra visión de las cosas o para empobrecernos siguiendo en nuestras trece desafortunadas ideas. Y cuando encuentras a alguien con quien poder hablar de todo, desde el fondo de tu alma, hasta del tema más trivial. Cuando conoces a esas personas con las que, al finalizar la charla, y 'rumiar' todo lo tratado, te dices «Jo, qué buena conversación, qué bien lo he pasado», entonces constatas su inmenso valor en tu vida. En cierto sentido, cuando escribo estas palabras, estoy hablando (y físicamente, muchas veces, lo hago) con esa persona imaginaria, que representa a todos los que van a leer este artículo, y disfruto al sentirme escuchado y también al imaginar las respuestas, los comentarios, las ideas que ese interlocutor tiene conmigo y, con acuerdo o desacuerdo, me encanta percibir esa reacción, aunque sólo sea en mi imaginación. Para terminar la charla, sólo decirle, que me ha encantado, que si discrepa le honra, que su aceptación me reafirma y que, en cualquier caso, ha sido un verdadero placer tenerle al otro lado de estas letras. Muchas gracias.
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