La escalera mecánica
Melania Trump, primera dama de los Estados Unidos, caminaba delante, despreocupada, decidida, con su elegante traje blanco. Pero algo la detuvo de forma abrupta delante ... de una escalera mecánica. Un sabotaje. Un complot. Una tentativa de magnicidio. La escalera conspiradora se detuvo justo a su paso, y las consecuencias pudieron ser terribles. «Es sorprendente que Melania y yo no hayamos caído de frente sobre los bordes afilados de esos escalones de acero», declaró Donald Trump, después de haberse enfrentado a la muerte.
El intrépido presidente no cree en las casualidades, así que exigió una investigación: de la ONU, de la CIA, de 007, de la Ruska Roma, de cualquier organismo competente. Descartada la casualidad, se abren varias hipótesis. Desde la ONU, creen que un colaborador pudo accionar el mecanismo de seguridad por error, pero esta hipótesis la descartamos por aburrida. Un informe del Times londinense apunta a una broma del personal de la ONU. A ver, como broma es floja, a no ser que estés muy aburrido, o que la víctima monte un pollo de proporciones internacionales, que entonces gana bastante. En este caso, Donald pidió la detención inmediata de los graciosos y, si por él fuera, un juicio sumarísimo y silla eléctrica.
Porque las bromitas no nos hacen ni pizca de gracia. Y siempre puede acabar muriendo alguien degollado por una escalera mecánica. No nos gustan los bromistas. No nos gustan los que tiran de sarcasmo o ironía. No hay que usar las bromas y la ironía para hablar de un presidente. A los presidentes de cualquier nación no se les debe frenar en su ascenso triunfal por una escalera. Y menos con bromas o sátiras mordaces. Porque eso les duele. Son las armas de los que no tienen armas.
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