Un periódico desarmado
Los domingos por la tarde, mi madre solía leer El Norte de Castilla, mientras sus hijos veíamos alguna película en la tele. Se ponía sus ... gafas de ver de cerca en la punta de la nariz y deslizaba las yemas de los dedos por sus labios, antes de pasar las páginas de un latigazo. Luego doblaba el periódico sobre sí mismo. A veces hacía una segunda doblez, de tal manera que el periódico terminaba desarmado después de pasar por sus manos. Yo comencé a amar los periódicos contemplando aquel trajín de páginas traspapeladas. Cuando empecé a comprar mis propios periódicos, no soportaba que tuvieran la más mínima arruga o imperfección. Y al terminar de leerlos acababan perfectamente planchados, y así los arrojaba a la basura, sin mácula.
Observando a mi madre, empecé a leer noticias sueltas que me interesaban en ese periódico desvencijado, con páginas no correlativas, que recogía abandonado en algún rincón. Con el tiempo aprendí a aprovecharlo todo: todas las secciones acabaron picando mi curiosidad. Cuando recalé en Cantabria hace veinte años, comencé a leer este periódico, algo que sigo haciendo a diario. A muchos de los que escriben aquí los llevo leyendo durante años. Ahora tengo ELA y añoro el tacto del papel impreso. Pero sigo leyendo los periódicos y suplementos digitales. Supongo que es una especie de dependencia adquirida.
En los últimos meses, al parecer hay quien ha decidido informarse a través de la inteligencia artificial. Tú le preguntas al ChatGPT o similares —la IA de Google— sobre una noticia concreta y, en vez de dirigirte a un medio en el que un periodista se ha currado la noticia, te hacen un refrito simplón de información que encuentran por ahí. No sé. Pueden hacer lo que quieran. Yo me quedo con el periódico.
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