El paisaje de La Magdalena vandalizado
El principal patrimonio cultural de Santander son sus vistas; no se entiende que no estén suficientemente protegidas
El principal patrimonio cultural de Santander, y su mayor capital, son sus paisajes. Si entendemos por monumento lo más destacado, valioso y que mejor expresa ... la identidad de una sociedad, o los hitos que justifican que muchos miles de personas se acerquen a visitarnos, cabe aseverar que el principal monumento que tiene nuestra ciudad es la calidad de sus paisajes.
Tras el incendio de 1941 la ciudad perdió todo su núcleo histórico y, como consecuencia, el centro de gravedad de su identidad histórica y cultural se desplazó hacia el Sardinero, centrándose en la imagen de ciudad balneario que hoy todo el mundo conoce y admira. La belleza de Santander se refiere a sus paisajes, siendo más reconocidos los que se sitúan al Este, a partir de la peña de San Martín y el Paseo de Reina Victoria.
Esa privilegiada cualidad sostiene su calidad de vida, pero al mismo tiempo oculta, en gran medida, sus flaquezas urbanísticas. Si desprendiésemos a Santander de sus paisajes quedarían en evidencia sus profundas carencias urbanas sin resolver. Sin embargo, desde cualquier enclave de Santander, por modesto y desestructurado que sea su entorno, en el radio de un cuarto de hora a pie se puede estar al borde del mar y disfrutar de un paisaje excepcional. La costa y la bahía suponen un desahogo psicológico y urbanístico impagables.
Por ello, no se entiende que no estén debidamente protegidos estos lugares y estén a merced de actuaciones irreflexivas o destructivas, que van en contra de nuestro principal patrimonio medioambiental. La irrupción del primer espigón en la ensenada de la Magdalena supuso un acto insensible e inculto que no se preocupó de evitar degradar el paisaje. Los aspectos puramente técnicos se impusieron como si fueran la única verdad que tener en consideración. El espigón, una serpiente de rocas arrojadas, resulta propio de un entorno industrial o de las escolleras de una carretera, lo que demuestra el poco respeto hacia un lugar icónico de nuestra ciudad.
Quizás, por tenerlo tan a mano, no advertimos la importancia de estos paisajes y deberíamos escuchar a quienes nos visitan para darnos cuenta de la fortuna por disfrutar de vistas tan excepcionales como las del Paseo de Reina Victoria, y la responsabilidad que conlleva de velar por su conservación.
Las obras del primer espigón generaron un importante conflicto social. Muchas personas de bien, alarmadas por el brutal atentado paisajístico, se manifestaron en numerosas ocasiones para oponerse a esta degradación. La playa de la Magdalena nunca ha estado más alterada que a partir de entonces y ahora se quiere construir un segundo. La ministra de Medio Ambiente y nuestra alcaldesa pactaron, en una sola mañana, no retirar el primer espigón e ignorar lo acordado en el Parlamento regional y en el pacto municipal, y además construir un segundo en una destructiva huida hacia adelante.
Estos espigones no son para soportar el embate de las olas, son barreras para sostener la arena que se desplaza por el fondo. Es decir, todas las rocas que asoman de la superficie del agua no tienen misión alguna y el primer espigón podría haber sido completamente sumergido, sin afección al paisaje. La construcción del segundo espigón dejará la playa encerrada entre dos barreras de rocas marcadas con señales de peligro.
Ni ayuntamiento ni ministerio han querido recibir nunca a las personas críticas con esta actuación, ni ha habido posibilidad de explicar y reivindicar la protección del paisaje. Hoy, después de siete años de paralización, han tenido la arrogancia de resolverlo volviendo al mismo planteamiento que generó el conflicto, sin escuchar las opiniones de quienes buscan una alternativa que lo preserve.
En estos días salen noticias de que han pintado de colores algunas rocas del espigón y lo presentan como vandalismo. Sin embargo, la actuación más devastadora no son las rocas pintadas, sino el propio espigón que ha vandalizado este excepcional paisaje, con el perjuicio irreversible que causa a la ciudad.
Los ciudadanos deberíamos de ser los principales custodios y exigir a los responsables que respeten nuestros más valiosos paisajes, que también son monumentos, aquellos que mejor representan nuestra historia, cultura e identidad.
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