Cuando a primeros de noviembre veíamos instalar las luces y adornos navideños nos parecía muy pronto. Sin embargo, en dos días tenemos la cena de ... Nochebuena y la comida de Navidad. Ya han sido precedidas por las mesas compartidas de viejos amigos, compañeros de trabajo o de ocios diversos. Son celebraciones muy esperadas por casi todos con ese sabor agridulce entre la nostalgia y el recuerdo, inevitable la evocación de los ausentes, pero al mismo tiempo de afirmación de haber vivido un año más y poder estar de nuevo juntos. Claro, no es lo mismo las reuniones familiares que las profesionales o de amigos. En las familiares el peso de la memoria es más evidente.
Pese a que cada vez se realizan más en restaurantes fuera de casa, la deslocalización del trabajo de las generaciones jóvenes no siempre posibilita los desplazamientos -«vuelve a casa vuelve, en Navidad»- y lo celebran solos, el ámbito doméstico es el espacio físico de reunión. Las madres, abuelas en algún caso, son las que convocan. Y prepararán los menús que se han hecho tradición en la familia. ¿Manjares exquisitos? Si ya los comemos cuando queramos a lo largo del año. Nos apetecen esos platos que asociamos a la Navidad en nuestras casas, los postres habituales. Lo que añoramos cuando no pudimos estar. Y al final, apaga la televisión, por favor, esas risas con las intervenciones que se superponen.
Esos momentos dedicados al tiempo que vivimos juntos y que cada uno los recuerda diferentes. ¿Cómo se llamaba aquel amigo?, ¿dónde estaba la casa exactamente?, ¿dónde se fueron a vivir? En esa línea de evocación Víctor Conde nos ha hecho una propuesta con la publicación de su libro 'Torrelavega en la nostalgia. Recuerdos en zapatillas'. Una disculpa para recordar la ciudad del pasado. Cada uno, cada generación, tiene un álbum de la memoria. Compartirlo será más deseable que las discusiones inútiles sobre ciertos temas actuales.
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