Los huesos del oráculo
La continuidad de su sistema de escritura milenario es una de las claves que explican cómo China y los chinos han permanecido unidos a lo largo de los siglos
El 22 de octubre del año 1989, junto a otros compañeros de clase, yo estaba recorriendo las calles de Reinosa con unas huchas, recaudando dinero ... en el Día Mundial de las Misiones -el Domund- sin tener muy claro qué eran las misiones ni por qué había que ayudar a los misioneros. Recuerdo con nitidez aquel día y aquella campaña de donación porque es la última en la que utilizamos unas huchas de cerámica lacada con la forma de una cabeza humana. Las había de varios modelos: una cabeza africana, la de un indio, la de un árabe... y la de un chino. A nuestro grupo le tocó la hucha con la cabeza del chino. Yo tenía 10 años y pedíamos dinero para «ayudar a los chinitos». Era 1989 y, por lejano que hoy parezca, esto lo he vivido yo en primera persona.
¿Cómo se pasa de ser una nación necesitada de ayuda internacional a ser la primera potencia mundial en sólo 30 años? Esta es una historia fascinante que comienza hace aproximadamente 3.200 años en algún remoto lugar en los márgenes de uno de los mayores ríos de Asia: el río Amarillo. Allí, los oráculos de una civilización de agricultores del arroz, para realizar sus predicciones y adivinaciones, escribían unos iconogramas en los fragmentos del caparazón de una tortuga, los arrojaban al fuego y, en función del modo en que estos ennegrecían, decían ser capaces de leer el futuro. Los símbolos dibujados sobre aquellos pedazos óseos son los bisabuelos del sistema de escritura que hoy siguen empleando los chinos actuales. No es una cuestión anecdótica.
Existe un desconocimiento generalizado sobre China. En Occidente nos olvidamos a menudo de cómo era el mundo, más allá de las fronteras europeas, anterior a 1750, antes de la Revolución Industrial. Lo cierto es que China ya existía entonces y era -llevaba siéndolo desde 3.000 años antes- la nación con el mayor PIB del planeta y, también, la única que había sido capaz de mantener su unidad territorial prácticamente intacta durante 20 siglos. De cuantas se alumbraron, China es la única civilización de la Antigüedad que sobrevive hoy en día. Imaginemos que, en pleno siglo XXI, el Imperio Romano continuase existiendo como entidad política o como concepto territorial. Supongamos que aquel Egipto de los faraones conservase una línea cultural, lingüística o estratégica hasta la actualidad. Exactamente eso es China. Como propone el académico inglés Martin Jacques: «China es el único estado-civilización del planeta».
El actual inquilino de la Casa Blanca, Donald Trump, popularizó durante su anterior campaña electoral el slogan 'Let's make America great again' ('Hagamos América grande de nuevo'). Lo cierto es que, hoy en día, EE UU es la primera potencia mundial y su hegemonía tecnológica y militar está asegurada durante, al menos, varias décadas más (de facto, en términos de poder paritario de compra- ya ha sido superada por China como primera potencia económica mundial). Sin embargo, la supremacía estadounidense como nación más poderosa del mundo es muy reciente: sustituyó al Imperio Británico tras la Segunda Guerra Mundial, hace sólo 80 años. Trump, quien declara abiertamente no leer libros, apela a unos «días de mayor grandeza americana» que están, literalmente, a la vuelta de la esquina: los años ochenta y noventa del siglo XX. Los chinos, en cambio, están pensando en la gran superpotencia que fueron durante la mayor parte de la historia de la Humanidad reciente, unos 3.000 años. El ascenso de China no obedece a un 'momentum' histórico, sino que, en realidad, se trata más bien de un 'déja vù', del regreso al momento previo a la apertura de eso que ellos consideran «el ominoso paréntesis del siglo de humillación» a que fueron sometidos por las potencias occidentales -1848 a 1948-.
Hoy, los caracteres chinos vuelven a llenar nuestro día a día. Quien lea estas líneas tiene en su bolsillo, en sus pies o sobre su piel algún producto en el que hay inscrita esa caligrafía. Esos complicados símbolos, herederos de aquellos dibujados primitivamente en los huesos del oráculo, aparecen impresos en logos, empaquetado e instrucciones de todo tipo de productos que consumimos a diario. Con ellos amueblan su realidad y abordan el mundo los integrantes de la civilización viva más antigua que existe. La continuidad de su sistema de escritura milenario es una de las claves que explican cómo China, y los chinos, han permanecido unidos y aislados a lo largo de los siglos.
Aprender chino es, sin duda, uno de los mejores planes de inversión que existen. El retorno está garantizado. No hace falta ser un oráculo para adivinar que China proviene de un pasado muy remoto, que China no surge de la nada y que China va para largo. No sabemos qué va a deparar el siglo XXI, pero aprender a comunicarnos con los chinos en su propio idioma es un buen comienzo.
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