La ley de Milei
Si hace un siglo le llegan a decir a Fernando Pessoa que su 'banquero anarquista' iba a saltar de la ficción novelesca a la realidad ... más prosaica, seguro que no hubiera dado crédito. Pero ahí está Javier Milei, todavía acomodándose en la Casa Rosada y ya poniendo patas arriba la República Argentina. Como buen anarquista, claro. No es la primera vez que los ácratas tocan pelo, pero claro, aunque Milei vaya de libertario, tampoco es que sea exactamente de la CNT, ni un heredero de Durruti. Lo suyo es más la libertad de empresa. Pero libertad con una a mayúscula… dentro de un círculo.
Otros ácratas ilustres redactaban ensayos, a lo Bakunin, lanzaban manifiestos como los de Tristán Tzara o la emprendían con la Reina de Inglaterra, como los Sex Pistols. Milei, en cambio, se carga leyes. Trescientas de un decretazo, en concreto. Eso es un hombre de acción, qué demonios. Uno que va a desmontar el sistema, el Estado, desde dentro. El tiempo dirá si lo suyo es genialidad o locura, pero cuesta no fantasear con qué haría uno en su lugar. ¿Qué aboliría yo primero? ¿Los radares de velocidad? ¿Las clases de gimnasia? ¿Las faltas de ortografía? La ley de Milei, en cambio, es más bien de tijera: recortar, recortar y recortar. Quitar presión fiscal a empresas, y liberarlas de cualquier obligación. Eso sí que es progreso, sí.
Pero donde seguro que no va a recortar es en policía, porque una cosa es la libertad de empresa y otra el libertinaje para el resto del mundo. Y si ya le ha molestado la primera cacerolada, a ver cómo reacciona cuando la población proteste de verdad.
En fin, los argentinos sabrán lo que han hecho, pero para una vez que un político está dispuesto a cumplir sus promesas electorales, resulta que es Milei.
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