Qué bien te veo
Debo confesar que cuando me dicen «¡qué bien te veo!», aunque sea un halago, me recorre un escalofrío porque el cumplido me hace sentir mayor. ... La expresión, a simple vista inocente y afectuosa, si se analiza en profundidad enfrenta a quien la recibe a un tiempo vital ya bastante dilatado. Te ven bien porque con la carga de años que llevas encima podrías estar peor. Vamos, que es como si te dijeran que para lo mayor que eres, no estás ni tan mal. Este 2025, en que se conmemora el quincuagésimo aniversario de la muerte de Franco, me ha enfrentado al espejo del tiempo. Tenía yo entonces dieciocho años, veintidós en el intento de golpe mientras hacía la mili, y poco después, con veintitrés, saludaba con admiración agradecida a Gutiérrez Mellado en la UIMP. Recuerdo también haber asistido en Santander a un mitin de Adolfo Suárez, ya en su etapa del CDS.
Si comento esta cronología personal, las generaciones jóvenes ponen cara de extrañeza: les suena a prehistoria. Es cuando me doy cuenta de que para ellas mis recuerdos tienen valor arqueológico. Quizá por eso algunos me dicen lo de «¡qué bien te veo!». El halago suele llegar acompañado de golpecitos en la espalda, como si uno fuera un coche viejo recién bruñido, al que le dan pataditas en los neumáticos para calibrar su aguante. Yo, educado, respondo que quizás se me vea bien por la carrocería, porque por dentro tengo que seguir un mantenimiento riguroso a base de pastillas para mejor funcionamiento del motor y las tuberías.
Pese a todo, prefiero que me digan eso antes de «¡quién te ha visto y quién te ve!». Al fin y al cabo, es reconocer que sigo aquí, aunque el calendario me advierta que ya pertenezco al museo de los coches clásicos.
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