Johnson, desatado
Inquieta la arbitrariedad desalmada que exhibe quien representa el poder en una democracia con tanto arraigo como la británica
La decisión de Boris Johnson de promover de forma unilateral una ley que modifica sustancialmente el protocolo sobre Irlanda del Norte establecido entre Londres ... y Bruselas para acordar la salida del Reino Unido de la UE en 2019 es una afrenta al Derecho Internacional que solo obedece al juego partidista del primer ministro británico en relación al ala más antieuropea de los conservadores. No hay razón alguna para suponer que la iniciativa del líder de Downing Street pudiera beneficiar a los habitantes del Ulster o al resto de Gran Bretaña, una vez que de común acuerdo se solventaran los problemas administrativos que derivan del establecimiento de una frontera antes inexistente. Que Irlanda del Norte se mantuviese dentro del mercado comunitario a pesar del 'Brexit', formando parte del Reino Unido, fue la solución para preservar el espacio comercial de la isla y la vigencia del Acuerdo de Viernes Santo de 1998. Ninguna salida de parte podría mejorar la situación. Aunque los meses de tramitación parlamentaria e incluso de litigios judiciales que esperan al proyecto impiden saber cuál será su resultado final en medio de las incertidumbres políticas que atraviesa su promotor, cuya extrema debilidad ha ejemplificado la dimisión reclamada por el 40% de sus diputados.
La unilateralidad de Boris Johnson ha desbordado totalmente los cauces humanitarios al resolver que los migrantes que entren irregularmente en el Reino Unido sean derivados hacia Ruanda independientemente de su origen. Una decisión contestada desde Naciones Unidas, que el heredero de la Corona -el príncipe Carlos- ha calificado de «espantosa» y que 24 obispos y arzobispos anglicanos han considerado vergonzosa para la nación, reclamando que se trate «a quienes buscan asilo con compasión y justicia».
Más allá del problema que supone instigar un conflicto comercial entre el Reino Unido y la UE en un momento tan crítico para la estabilidad en el mundo, o de la vuelta de tuerca introducida por Londres frente a corrientes migratorias imparables, lo inquietante es la arbitrariedad desalmada de la que parece hacer gala quien representa el poder de la democracia con más arraigo. Una arbitrariedad contagiosa que ha llevado a la ministra principal de Escocia, Nicola Sturgeon, a anunciar un nuevo referéndum de independencia aunque Londres se oponga a su celebración. El 'premier' conservador se ha convertido en un problema para su propio país.
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