La verdadera historia del Parque de Cabárceno
El autor del artículo relata cómo se gestó lo que entiende como «un ejemplo singular de remediación ambiental»
Se están conmemorando actualmente los treinta y cinco años transcurridos desde la inauguración del Parque de la Naturaleza de Cabárceno. En el pasado se han ... publicado algunos buenos libros centrados en su aspecto como zoológico e incluso sobre sus características geológicas. Y en estas fechas distintos medios de comunicación están haciendo alguna mención sobre los primeros tiempos en que se gestó, aunque pocas noticias relatan los detalles sobre esta cuestión. Sin ninguna intención de reivindicación personal sobre mi participación en la misma creo que es un momento oportuno para, antes de que esta memoria se desvanezca, compartir alguna información relatando hechos sobre el proceso de transformación de una histórica mina de hierro, abocada a su cierre, en un ejemplo singular de remediación ambiental de un espacio fuertemente alterado.
Se remonta la historia al año 1988, siendo Juan Hormaechea presidente del Gobierno de Cantabria y el que suscribe director general de Medio Ambiente. Se estaban dando por entonces los primeros pasos para solucionar el desastre de gestión de residuos sólidos urbanos que se hacía en Cantabria.
Recibo una llamada de la secretaria del presidente, Victoria, comunicándome que Hormaechea deseaba verme. En ese encuentro, el presidente me comunica que en sus sobrevuelos en helicóptero ha encontrado un lugar en el que podría caber toda la basura de España. Se estaba refiriendo, claro, a Cabárceno. Al transmitirle mis objeciones a darle semejante uso al lugar pues geológicamente no era el más idóneo, me pregunta qué otro uso pudiera tener un espacio tan singular. En aquellos tiempos él pretendía construir un recinto para osos en las campas próximas a la estación inferior del teleférico de Fuente Dé, proyecto que tenía en pie de guerra a los grupos conservacionistas. Y le sugerí que lo pusiera en Cabárceno. Y siendo absolutamente verídico lo que cuento, de inmediato debo reconocer que jamás pensé que esa sugerencia pudiera dar lugar a la realidad actual que es el Parque de la Naturaleza de Cabárceno, sin ninguna duda mérito de Juan Hormaechea no solamente por lo arriesgado de la iniciativa que quería llevar a cabo, sino también por su muy directa implicación en todo el proceso desde esos tiempos que relato hasta la inauguración del parque. Desde que el Consejo de su Gobierno me encargó la dirección de las obras, su presencia, en ocasiones hasta altas horas de la noche, sus ideas y consejos fueron fundamentales para una actuación tan singular y compleja. Los numerosos intentos de la oposición, algunos de cuyos miembros años después alababan tan singular parque, para que fracasara el proyecto fueron inútiles.
Unos días después de la entrevista citada, de nuevo fui requerido por Hormaechea para ir directos al aeropuerto de Parayas y subir al helicóptero. Nos iban a acompañar Antonio Luis García del Campo y su esposa, ambos veterinarios y directores del zoológico madrileño, que a la postre desempeñarían un importantísimo papel como asesores en la materia zoológica. Tras sobrevolar la mina, la aeronave se posó en la parte superior de lo que hoy es el magnífico recinto acotado a los osos y el presidente comenzó a señalar la futura ubicación de los distintos espacios en los que quería que convivieran distintas especies: osos, elefantes, leones... Todo esto para mi sorpresa, y, más aún, para sorpresa del director de la mina, que personado en el lugar además de advertirnos del riesgo corrido pues estaban haciendo voladuras, debió dudar de la salud mental de quienes allí estábamos hablando de fauna salvaje.
De regreso al despacho presidencial recibí la orden de comenzar de inmediato la negociación con la empresa titular de la explotación, Altos Hornos de Vizcaya, y cerrar el convenio para acceder a la propiedad de los terrenos. Las circunstancias, vicisitudes y características del acuerdo no caben en este artículo, pero sí quiero indicar que incluía la incorporación a la empresa pública Cantur de toda la plantilla en activo, 35 mineros. Y si cito este tema es porque uno de los recuerdos más gratos que guardo de tan singular gestión es el ejemplar comportamiento de todos ellos, primero colaborando en la ejecución de las obras y luego adaptándose como cuidadores de la fauna del parque. De todos los recuerdos que guardo de mi vida profesional tiene para mí un valor especial la placa que me entregaron en agradecimiento a mi gestión, humana, así figura en ella, en la construcción del parque.
Hoy resulta muy difícil hacerse una idea de lo que supuso la recuperación y transformación de un espacio tan degradado. Si acaso viendo en mi archivo fotográfico personal cuál era su estado entonces y cual su estado en la actualidad. En aquellos tiempos que apenas los problemas ambientales comenzaban a preocupar, constituye un ejemplo extraordinario de remediación ambiental y recuperación de la biodiversidad.
Quiero finalizar con una mención general a quienes lograron algo nada frecuente, la suma de esfuerzos para llevar a buen puerto lo que hoy es motivo de orgullo para la mayoría de los cántabros. Como dije al principio, a Juan Hormaechea, con quien mis discrepancias políticas no impiden que valore su mérito en esta y otras actuaciones. A mi colaborador Jorge Rodríguez Avello, con una decisiva aportación en la dirección técnica, a los responsables técnicos de las empresas ejecutoras de las obras, especialmente al empresario Antonio Quesada. A mi gran y leal amigo Ernesto Uriszar, quién en un periodo vacacional de su trabajo en plataformas petrolíferas en Alaska accedió desinteresadamente a acompañar a dos mineros, poco conocedores del idioma inglés, a aprender a manejar elefantes en la reserva de Longleat, en Inglaterra, donde los adquirí. Y, como no, a mis admirados mineros.
A la inauguración continuaron los trabajos de ampliación y en ellos tuvo un papel muy relevante Basilio, el encargado de obras en la Administración regional.
Mi reconocimiento a quienes me sucedieron en la posterior gestión del parque, cuyo esfuerzo ha permitido conservar y mejorar la herencia que ellos recibieron. Si acaso quiero sugerir que se ponga en valor el patrimonio histórico minero, no solo en el propio recinto de Cabárceno, recuperando los vestigios de actividad minera en la sierra de Cabarga. En el contexto de una recuperación más amplia de ese patrimonio (Udías, Novales, Áliva, Reocín , Mioño…). Un buen recurso para ese necesario turismo sostenible.
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