Cómo enfrentarse a un matón (II)
H ace unas semanas que en esta misma columna me planteaba la cuestión de cómo enfrentarse a un matón. El matón, naturalmente, era y sigue ... siendo Donald Trump, cuyo comportamiento frente al resto del mundo lo acredita, de forma inequívoca, como tal. Entonces apuntaba a algunas de las medidas que tanto a escala colectiva (de la UE) como individual (de España) podíamos tomar para hacer frente a sus bravuconadas; hoy, tomando como referencia una reciente entrevista a Olivier Blanchard, uno de los más prestigiosos economistas de la actualidad, quiero volver a las andadas y centrarme en algunas de las medidas que propone, medidas que, de implementarse, podrían ayudar a que 'el cruce del desierto' que nos quiere imponer Trump sea algo menos traumático.
Dos son, en concreto, las medidas a las que quiero referirme. La primera de ellas es la que Blanchard denomina coalición de los dispuestos; la segunda se refiere a cómo luchar contra la desigualdad, uno de los gérmenes indirectos de la situación global que padecemos.
La coalición de los dispuestos viene a ser una versión sofisticada del dicho tan conocido, y que utilicé no hace mucho en este mismo contexto, de que la unión hace la fuerza. Lo que Blanchard propone es que todos aquellos países que consideren que hay que defender el sistema multilateral reinante hasta ahora, y que Trump quiere laminar, se unan para lograr acuerdos beneficiosos para todos ellos. Es evidente que, si algunos países no están por labor, y no hay ninguna duda de que Estados Unidos no lo está, los acuerdos no serán tan provechosos como si todo el mundo formara parte de los mismos, pero también lo es que los beneficios potenciales seguirán siendo muy importantes. La Unión Europea, que, por su propia naturaleza, tiene una enorme capacidad de negociación, podría jugar un papel muy destacado a la hora de, para cosas muy concretas (por ejemplo, la imposición de un impuesto mínimo a las multinacionales o la preservación del libre comercio entre los coaligados), hacer que este proyecto funcionara. Cierto que el sistema de comercio multilateral ha generado algunos problemas, y que los que se oponen a la globalización han logrado sacarlos a la luz, pero también lo es que hay margen para corregirlos y mejorarlos; mucho mejor hacerlo así que tratar de destruirlo, porque esto último sólo nos abocaría, en el mejor de los casos, a una mayor incertidumbre y, probablemente, a una contracción económica global.
Que la enorme desigualdad existente es, entre otras, una de las principales causas del auge de los populismos y, por lo tanto, de la victoria de Trump y de la implantación de sus políticas es algo que, me parece, nadie discute en la actualidad. Es por eso que luchar contra la desigualdad tiene que ser una de nuestras primeras prioridades. ¿Cómo hacerlo? Aunque discutible, la propuesta de Blanchard creo que es merecedora, cuando menos, de una seria consideración por parte de los poderes públicos y agentes sociales. Lo que Blanchard propone es abordar la cuestión en tres fases: en la primera habría que mejorar la educación, la sanidad y el acceso al crédito de los más desfavorecidos; en la segunda se deberían mejorar las condiciones laborales a través de un mayor poder de negociación de los trabajadores y de una mejor regulación laboral; en la tercera y última, habría que modificar los sistemas impositivos para que los impuestos fueran realmente progresivos y para que se taparan todos los agujeros (loopholes) que permiten y facilitan la evasión y elusión fiscal de empresas e individuos.
Seamos sinceros con nosotros mismos. Ninguna de las dos propuestas avanzadas por Blanchard es fácil de llevar a cabo, pues ambas exigen que muchos países, en ocasiones con intereses encontrados o, cuando menos, no coincidentes, se pongan de acuerdo; esto es tremendamente complicado y, a priori, exigirá que todos los interesados en alcanzar algún tipo de transacción pongan lo mejor de sí mismos para lograrlo. Como señalaba antes, la Unión Europea, por la forma en que nació y por su propia trayectoria vital, está en condiciones inmejorables para intermediar, con éxito, en este tipo de negociaciones. La alternativa, el no hacer nada o el intentar hacerlo de forma individual o sólo dentro de la propia UE, supondría dejarnos a todos a los pies de los caballos. Trump saldría triunfante, pero, sin lugar a dudas, nosotros y la mayor parte del mundo (muchos norteamericanos incluidos) estaríamos mucho peor.
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