Juicio crítico
Soy un ser sociable, me encantan las conversaciones, pero sin pretender adoctrinar a nadie
Uno de los grandes males de los comportamientos sociales es el del seguidismo de las ideas de otros. Los influyentes, los grandes comunicadores, los líderes ... de opinión, los preeminentes en las redes sociales, todos son oportunos desde el aporte de una visión diferente o complementaria a la propia. Pero son malignos si condicionan nuestro pensamiento único que nos convierte en seres incapaces de pensar por nosotros mismos.
Todos los indicadores de los grandes estudios, acerca de los valores profesionales más relevantes para el desempeño de nuestro trabajo, señalan que el juicio crítico o el sentido propio a la hora de valorar las opiniones de los demás, es la competencia más valiosa, quizá por escasa. El juicio crítico se compone de dos factores; por un lado, la autocrítica sobre nuestro comportamiento, actitudes y opiniones (ni podemos, ni debemos creer que lo que nosotros pensamos es lo más correcto). Y, por otro lado, el juicio sobre las opiniones de los demás para que no condicionen las nuestras. Es un equilibrio inestable muy difícil de conseguir y que se sustenta en una gran dosis de sentido común entre lo propio y lo ajeno.
A lo que no debiéramos estar dispuestos es a que el pensamiento único, lo políticamente correcto, lo que me acerca a la masa, al grupo, sea lo predominante en mis criterios. No podemos dejarnos apabullar por un comunicador, en muchos casos manipulador, que nos adoctrine para que pensemos como él quiere que sea y bajo un interés, explícito o implícito, para que así lo hagamos. En este colectivo de «comunicadores» incluyo a los políticos unionistas, independentistas, izquierdistas o derechistas, que pretenden que nos sumemos a sus criterios que, siempre o casi siempre, están basados en estar en contra de las ideas de otros. Me refiero también a las «radio macuto» en las empresas con emisores, generalmente, antilíderes de quienes las dirigen y que lo único que desean es el protagonismo, que por medios naturales no conseguirían. Pienso también en todos los que pretenden influir en cómo debo vestir, qué debo comer, a dónde tengo que viajar o con quién me tengo que relacionar (muchas veces con el patrocinio de un interés económico subversivo que pretende cambiar hábitos). Soy un ser absolutamente sociable, me encantan las personas, las conversaciones con otros, los intercambios de opiniones (como esta que ahora mismo expongo), pero sin pretender adoctrinar a nadie con mis ideas que son tan válidas o inválidas como las de los demás. Me apasiona el debate, el diálogo, aprender y enseñar, viendo el camino que otros lideran o al que yo mismo invito, pero sin empujar a nadie. Al final hay tantas visiones de la realidad como personas en el planeta. ¡Qué absurda pretensión de que nos adscribamos a un pensamiento o a otro! ¿Qué piensas?
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