La lengua común
En todos los rincones de China hay wifi y en todos se domina el chino mandarín moderno
Aunque, a veces, lo que cuento en esta tribuna pueda sonarle a un buen número de lectores -literalmente- a chino, me une con todos ellos ... algo muy potente: precisamente, el vehículo que permite que estas palabras se conviertan en ideas en su cabeza. El idioma castellano. Semanalmente intento, desde estas líneas, hablar de un mundo en transformación, empleando China como palanca de interpretación del cambio de era que vivimos. Insisto machaconamente, al abordar las diferentes manifestaciones de esta disrupción global, que China importa porque sus números importan. Lo cuantitativo, las grandes cifras, mueven el mundo y tienen una importancia geopolítica decisiva. El idioma chino es el más hablado del mundo por dos sencillas razones: hay muchos chinos y han sabido cuidar de él. Hoy, otra vez, quiero recalcar que con nuestra lengua común no se juega y, para ello, voy a hablar de los chinos porque nos ofrecen una metáfora del mundo y, en ocasiones, una referencia útil de cómo gestionar problemas de manera estratégica. Envidio y admiro de los chinos, precisamente, su pragmatismo largoplacista, sus metas claras y su tesón en lograrlas. Pongamos que un chino taiwanés, de viaje de negocios en la China continental (la República Popular de China), llega a una ciudad a cerrar un trato con un socio local, pero la reunión no se puede llevar a cabo por falta de un idioma común a ambos. Pongamos que el chino taiwanés no entiende el dialecto regional y que el chino continental no domina el «mandarín». Yo he sido ese «chino taiwanés» muchas veces haciendo negocios en las 23 provincias chinas y la situación que acabo de describir es, sencillamente, inconcebible. A veces, en un país tan inmenso, sucede que, mientras nieva allí donde tú estás, hay sitios de China que padecen una ola de calor o lugares que sufren sequía mientras en otros hay inundaciones; pero hay dos certezas infalibles: en todos los rincones de China hay wifi y en todos se domina el chino mandarín moderno, la lengua común del país.
Tal vez sea que llevo media vida viajando y siendo extranjero allí donde vivo, aprendiendo las lenguas oficiales allí donde he residido, para poder trabajar en condiciones equivalentes a los locales o, sencillamente, porque veo la protección que prestan a su lengua nativa los países que me han acogido. Los gobiernos de todos los países en los que yo he vivido, sin excepción, consideran su idioma nativo común como el elemento más valioso de su acervo cultural e histórico, de su convivencia futura y la mejor herramienta de comunicación cultural, científica y económica de que disponen. La lengua común es - valga la redundancia - el A-B-C de cualquier proyecto de Estado.
¿Cómo no iban a garantizar los gobernantes de un país que todos sus habitantes aprendan una lengua común en la que poder entenderse entre sí, comerciar o resolver conflictos? Sólo hay dos explicaciones posibles: que los gobernantes no tengan un proyecto de Estado largoplacista o, sencillamente, que su proyecto largoplacista sea, precisamente, demoler el edificio común.
Escribía la semana pasada, en esta misma tribuna, que desproteger nuestro patrimonio lingüístico común es una equivocación tremenda de graves consecuencias sociales y geopolíticas a futuro. No proteger la lengua castellana en todo el territorio español es desmantelar una parcela estratégica de esa plaza pública donde convivimos 600 millones de hispanohablantes en todo el mundo. Este dato no es trivial: en términos geopolíticos, la lengua castellana tiene una enorme importancia para comprender el mundo actual y el lugar que ocupa España y el bloque hispanohablante en el mundo. El poder de una lengua, las oportunidades que concede, dependen del número y del poder de aquellos que la hablan. El español ya es la tercera lengua más usada en internet y el idioma vehicular del 8% de todos los contenidos digitales. Las cifras importan y las métricas del idioma español en el mundo son potentes y están de nuestro lado. Por eso merece la pena ejercitar el mandato constitucional de su garantía. En legítima defensa de nuestra convivencia, nuestra comunicación y nuestro futuro. Los chinos jamás perderían esa oportunidad.
El verbo comunicar procede de nuestra lengua madre, el latín, cuyo verbo «communis» significa «compartir información, impartir, difundir». La Real Academia Española señala, entre las acepciones del verbo «comunicar», la de «transmitir señales mediante un código común al emisor y al receptor». El único código común, en una España diversa y plural llena de ciudadanos que se ven, a menudo, obligados a moverse por su territorio -y por el mundo- en busca de mejores oportunidades, es la lengua castellana. No promocionar activamente el aprendizaje de ese código común es un error garrafal. ¿Cómo no voy a romper una lanza - y dos o cuantas hagan falta- a favor de mi lengua materna si es el único lugar verdaderamente común en el que convivimos civilizadamente todos los ciudadanos españoles?
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión