La letra escarlata
Debo ser el tipo más analógico que conozco. En serio. No tengo ningún tipo de red social que se les ocurra. Jamás he jugado a ningún videojuego de ordenador, de móvil o de cualquier tipo de consola, porque nunca he tenido ninguna. No estoy en ninguno de esos sitios para plantar tu currículum, y de las aplicaciones de citas solo sé aquello que decía el poema de Marwán titulado 'Tinder': «Se encuentra amor subiéndose al trapecio, / tantearlo de otro modo es un pecado, / buscarlo en una app, un menosprecio, / un juego con el árbitro comprado».
WhatsApp sí lo utilizo, porque tengo ELA y es mi única forma de comunicarme, pero no sé ni poner un estado. En YouTube entro una vez al mes, cuando alguien me manda un enlace; sé que hay canales y demás, pero jamás he visto ninguno. Nunca he escuchado un podcast, mi correo acaba en hotmail y de Twitch solo sé que está Ibai. En un ordenador controlo Word e Internet, donde nunca compro nada. Si hubiera que volver a la máquina de escribir sería feliz. En cuanto a aparatos tecnológicos, solo envidio el mítico Casio con calculadora, que nunca me pudieron comprar.
Nunca me ha sobrado tiempo para utilizarlo en estas actividades: ni siquiera ahora que por mi enfermedad estoy ocioso todo el día. Echo de menos estar con mis amigos todo el día en la calle o pasar el fin de semana de bar en bar –así conocí a mi mujer–, también leer un libro hasta que se te hace de día o lanzarme con el coche a conocer mundo. Los insumisos digitales llevamos una letra escarlata en el pecho. Somos vistos como huraños o habitantes de un mundo viejuno y gris. Pero qué quieren que les diga: no tienen ni idea.