¿Juventud autoritaria?
El colectivo joven no deja de ser un reflejo de la sociedad, pero especialmente sensible a la falsedad e hipocresía social
Algunos datos de las recientes encuestas sobre la juventud española y europea (INJUVE 2024 y Fundación Tui 2025) han puesto la voz de alarma ante ... el riesgo de crecimiento de posturas autoritarias y/o ultraconservadoras entre este colectivo.
En realidad, no estamos ante una juventud antidemocrática, sino crítica con el funcionamiento de la democracia y sus instituciones. Una juventud interesada en la política, pero que desconfía y no se siente representada por la política partidista, ni satisfecha con las vías oficiales de participar, como la electoral. Pero sin apostar por la pasividad, sino por un activismo y ciberactivismo críticos, como se demostró en el último gran ciclo de movilización social (15M) o en los más recientes movimientos sociales (nuevo feminismo, Friday for Future, Black Lives Matter…), protagonizados principalmente por jóvenes. Así mismo, estos estudios muestran una juventud más tolerante con la multi-culturalidad y diversidad (de género, de estilos de vida…) que la sociedad adulta.
Dicho lo anterior, la juventud no deja de ser un reflejo de la sociedad. Por lo que esa desafección y rechazo a un sistema (político, socio-económico, laboral…) que les excluye y sólo les concede protagonismo a la hora de consumir, está llevando también –a una minoría creciente de jóvenes– a adoptar posturas antisistémicas pero reaccionarias, que ponen en tela de juicio valores como los derechos de la mujer o la protección del medioambiente, evidenciándose una creciente polarización en estos temas, también entre la juventud.
Como digo, el colectivo joven no deja de ser un reflejo de la sociedad, pero especialmente sensible a la falsedad e hipocresía social. Por ello, en vez de criticar a la juventud, quizás debería ser la sociedad adulta, la que hiciéramos un esfuerzo de empatía y auto-crítica:
Los jóvenes del 15M que salieron a las plazas para reclamar una democracia real bajo el slogan «no somos mercancía en manos de políticos y banqueros», han visto cómo –posteriormente– aquel movimiento ciudadano –apartidista y antilíderes– acabó utilizado y apropiado por 'nuevos partidos' que se mostraron tan oligárquicos y jerárquicos como el resto. Y que esa 'nueva política' que enarbolaba valores como la regeneración ética o el feminismo, acabó enmarañada en luchas internas cainitas y en la búsqueda del poder pura y dura, coaligándose para ello con la 'vieja política' bipartidista, que sigue dando muestras de comportamientos corruptos y machistas, a derecha e izquierda.
Eso en cuanto a la política interna, pero si echamos una ojeada a la política internacional, el panorama es aún más desolador e incoherente; con un discurso oficial (el de la ONU) que bebe del pensamiento de Locke y Rosseau, mientras sus prácticas políticas reales siguen basadas en la ley del más fuerte de Hobbes («el hombre es un lobo para el hombre»). En efecto, estos jóvenes han crecido en una Unión Europea, que les bombardea con mensajes sobre la importancia de la agenda 2030 y sus 'Objetivos de Desarrollo Sostenible', mientras se pliega a los intereses y exigencias –económicas y militaristas– de un presidente de EE UU, Trump, que postula y actúa en base a unos valores totalmente opuestos.
Se produce así la paradoja de que las democracias capitalistas avanzadas y la cultura oficial hayan adoptado un mensaje basado en valores 'posmaterialistas' y 'contraculturales' (medioambiente, feminismo, ecologismo, pacifismo…), aunque –de facto– sigan bailando al ritmo que les marca los eternos dioses del poder y el dinero.
Esto lo está aprovechando esa 'ultraderecha alternativa' –sabedora de que la juventud siempre ha gustado de rebelarse ante la cultura oficial– para apropiarse de esas posturas provocadoras, heterodoxas, antisistema y rupturistas, antaño propias de la nueva izquierda del 68 (a cuyo legado 'woke' acusan de haber caído en nuevas formas de ortodoxia, puritanismo fundamentalista y corrección política).
En resumen: esta aparente y engañosa pose 'anti'establishment' de la nueva ultraderecha, la desafección política, la sociedad del desconcierto que les ha tocado vivir, el desdén y la decepción propia de las dificultades para crear su itinerario de vida… todo ello son factores de riesgo para la juventud, al alentar los cantos de sirena del autoritarismo, la xenofobia, el populismo o la demagogia de diversos cuños.
Por eso, tras la autocrítica, la sociedad adulta debería tratar de hacer pedagogía y mostrar/demostrar a nuestros jóvenes que la búsqueda de un mundo mejor –algo inherente a la condición juvenil–, no pasa por «menos Europa y menos democracia». Ni por promover la polarización y el odio al diferente, sino por todo lo contrario. Por buscar lo que nos une en la diversidad, tendiendo puentes en lugar de muros. Y por profundizar en una Europa más social y democrática, con el fin de preservar aquellos valores y derechos (sociales, políticos, civiles…) por los que tanto lucharon las generaciones anteriores y que hoy vuelven a hallarse en peligro.
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