No es magia, son tus impuestos
La Hacienda pública debe ser exigente, contener el gasto y administrar con rigor cada euro que se invierta
El Ministerio de Hacienda ha financiado una campaña publicitaria para que los españoles tomemos conciencia de la importancia de que todos paguemos los impuestos que ... nos corresponden. La idea es buena, muy pedagógica, porque explica, con ejemplos concretos, el destino del dinero que recauda el ministerio. Con los anuncios se remacha un concepto básico: la manera de pagar la sanidad, la educación, el ejército, etc. no es otra que mediante la aportación que cada uno de los españoles hacemos cuando pagamos impuestos.
Los impuestos están en la vida misma: al comprar alimentos contribuimos a la caja común, al repostar el combustible para el coche la mitad del gasto es para Hacienda y así en cualquier actividad de la vida cotidiana. La frase de Benjamín Franklin según la cual hay dos verdades ineluctables en la vida: La muerte y los impuestos, es completamente cierta.
Para que la contribución al bien común sea aceptada es necesario que quienes tienen la responsabilidad de administrar esa caja común actúen con honradez y criterio, de forma que el dinero no se destine a cuestiones particulares o no se establezcan con razonamiento acertado las prioridades. Ese dinero entregado para disfrutar de buenos servicios comunes debe ser sagrado y tiene que administrarse con rigor, eficiencia y máxima transparencia.
Cuando se producen acciones en las que los fondos de Hacienda se dedican a asuntos privados se refleja una pésima imagen de la fiscalidad y se desincentiva la colaboración con la Hacienda pública. Cuando ese tipo de acciones se lleva a cabo con descaro se inflige un grave daño a la credibilidad del eslogan de que «Hacienda somos todos».
Un ejemplo reciente lo hemos visto con el regreso de los voluntarios que armaron una flotilla para recorrer el Mediterráneo de Oeste a Este, hasta Gaza, y entregar ayuda humanitaria. El coste del viaje de regreso desde Israel a España ha sido pagado con el dinero de nuestros impuestos. Se ha utilizado dinero público para un asunto particular, porque tanto las autoridades israelíes, como las españolas, advirtieron del recibimiento que ofrecería la armada israelí. Lo normal es que, de la misma forma que reunieron fondos para fletar medio centenar de barcos, aprovisionarlos y pagar los derechos de atraque, hubieran previsto los euros precisos para costear los vuelos de regreso.
Otro gasto, absolutamente injustificado, fue el envío de un barco de la armada española para proteger la flotilla y cuando llegó a la zona de exclusión, abandonar a los tripulantes de esas embarcaciones. ¿Cuánto dinero ha costado el combustible de ese buque? No se ha facilitado ese dato, pero es obvio que el dinero público nunca debió ser empleado en esa misión. Para los componentes de la expedición a Gaza es evidente que no ha sido magia su regreso en avión y la protección de un buque militar. Han sido los impuestos.
Los ejemplos se multiplican en la mayor parte de las actividades. Con dinero público se proyectaron los nuevos trenes de cercanías para Cantabria y Asturias y no fue por magia, sino por negligencia que primero se diseñaron convoyes que cabían por los túneles y después se ha ocultado el retraso en el inicio de su fabricación. No habrá milagro y Cantabria seguirá padeciendo un servicio tercermundista en el ferrocarril de cercanías.
Los ejemplos del derroche del dinero público o simplemente su pésima gestión abundan. Desde hace años está paralizada la obra del saneamiento de las marismas de Santoña, con una tuneladora de elevado coste atascada bajo tierra. No parece preciso recordar que el tiempo es oro y que cada día que esa obra se dilata, miles de personas sufren las consecuencias. En Santander tenemos algunos ejemplos como el paso elevado sobre la S-20 que, después de construido, quedó inutilizado como un monumento al gasto inútil.
Los impuestos, bien equilibrados, son imprescindibles en un estado moderno. Cuando se eleva la presión fiscal en exceso se produce un efecto devastador sobre la economía y lo mismo sucede cuando el dinero recaudado se emplea de forma ineficiente. La contribución individual al bien común es seña de identidad de la democracia. Y al mismo tiempo que la Hacienda pública debe ser exigente, contener el gasto y administrar con rigor cada euro que se invierta. La tentación de expandir el gasto sin límite obliga a una tasa fiscal elevada, con lo que se limita de forma innecesaria la capacidad de los españoles para poner en marcha nuevos proyectos. Los impuestos son un instrumento excelente para el equilibrio social. El gobierno debe tener siempre presente que no se puede extender el gasto de forma constante y que un nivel de protección social es imprescindible, pero un exceso frena la iniciativa personal y coarta a quienes se arriesgan a generar riqueza.
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