Dos imperios
Todos los peligros que asoman se afrontan con un mismo ánimo chapucero
Primero, claro, el del fuego, como la entretenida cinta de Rob Bowman, en la que unos desvelados dragones calcinan la civilización, pero mucho más mortífero ... por su autenticidad, porque todos los años nos convertimos en súbditos y siempre parece más grave. El verano es aluvión de turismo, alcohol obligatorio y noticias de tierra quemada. Hectáreas moribundas, pueblos enteros bajo aviso y pirómanos a los que casi nunca ponemos rostro y nos basta con esta palabra que esconde una avería mental o, tristemente, una decisión retorcida para obtener réditos del desastre.
Ustedes ya conocen el protocolo. Una chispa inadecuada y los profesionales y voluntarios que acuden a la zona y tratan de extinguir las llamas. Es difícil en un primer momento. El fuego resiste, transcurren las horas, suben las temperaturas y mueren personas. El tradicional fatalismo español obliga a recorrer un desierto hasta encontrar el alivio del tiempo transcurrido, de la lluvia providencial. Los poderes públicos, como suele ser la norma, aprovechan la coyuntura para apuntalar sus agendas de crispación. A estas alturas, los ciudadanos deberíamos alimentar la esperanza de que los enfrentamientos partidistas sean gags para justificarse ante las respectivas feligresías; que, en el fondo, todos saben qué se necesita hacer para acertar en el tratamiento. Que estamos en buenas manos.
Pero, ay, más tarde, se alza el otro imperio: el del agua. Ya saben de la muerte por agua y por fango. La presenciamos el pasado año en la Comunidad Valenciana y la hemos leído desde adolescentes. 'La muerte por agua', cuarta sección de 'La tierra baldía', de T.S. Eliot, que sucede a la sección tercera: 'El sermón del fuego'. La realidad obedece siempre al canto. En Santander, hemos tenido ya un aviso, otro más, del poder del agua, cuando aún no se han rendido las llamas en el monte: la paralización de la ciudad por la escandalosa lluvia. El otoño y el invierno prometen devastación. ¿Las autoridades escarmientan o sólo sirven para lanzar chupinazos al toque de corneta del hostelero?
Los españoles somos expertos en padecer la historia; intuimos que, en realidad, conocemos poco de la vida. Irrumpe septiembre (o, quizás, octubre) y nos alivia la llegada del frío y el cese anual de los incendios. Como niños, pedimos que el dolor desaparezca, sin atender a los peligros estacionales que ya asoman. Eso sí, todos los que vienen se afrontan con un mismo ánimo chapucero. Hay parches y gritos de los portavoces y artículos como este preguntándose si queda espacio para alguna solución definitiva; para una política de empaque. Porque la confianza en el poder ya se limita a la pasión de los dogmáticos.
¿Tienes una suscripción? Inicia sesión