¡Qué pena!
La resiliencia es clave para salir adelante a pesar de que todo indique que no tienes solución
El otro día vi a fulanito, le vi tan mal, estaba tan desmejorado... ¡qué pena!». Esta es una expresión que, con demasiada frecuencia, conforma nuestros ... pensamientos cuando pensamos en alguien, en un hecho o en una situación o circunstancia. El mayor problema es cuando hacemos referencia a personas que cada vez van a peor en algún aspecto de su vida (salud, pareja, economía, etc.) o que, aunque no sea cierto, así lo creemos.
¿Por qué es un error esa expresión de pena? Considero que lo es porque, al así manifestarlo, estamos dando por hecho que esa persona no tiene solución, no hay remedio, ya hemos sentenciado la pena de muerte de aquello a lo que le vemos condenado y, por tanto, no vamos a hacer nada por ayudar a remediarlo y, además, vamos a contarlo a los cuatro vientos que, fulanito, ya no tiene remedio. No olvidemos, además, que nuestros pensamientos y los de tantos otros a los que «intoxicamos» con esa expresión de lamento, aparecen reflejados en nuestro rostro, en nuestras acciones y también en la energía que transmitimos. Todo ello ayudará a que la persona no consiga superar sus problemas y, al susodicho, lo estamos enterrando en vida.
¿Qué alternativas tenemos cuando vemos a esa persona pasando por serias dificultades? Muchas, tantas como poder expresar, a ella y a todos los que tengan que ver con esa persona, los pensamientos y expresiones positivas con los que seamos capaces de describir todas las opciones que ella tiene para poder salir adelante.
Tenemos tantos ejemplos en la historia, en la literatura, de la importancia de esa resiliencia para salir adelante a pesar de que todo indique que no tienes solución o alternativa. Se me ocurre, sin ir más lejos, el libro de Viktor Frankl 'El hombre en busca de sentido' en el que cuenta su historia en Auschwitz y cómo supo sobreponerse jugando las malas cartas que le habían tocado en la baraja. Frankl fue neurólogo y psiquiatra y fue capaz de controlar todos sus pensamientos negativos. ¿Qué hubiéramos dicho de él al conocer su historia en aquel momento? ¡Pobre! ¡Qué pena! Pero, al final, fue una alegría grande cuando, además, supo y pudo contarle al mundo todas las miserias que fue capaz de superar.
Yo sólo recomiendo que si sabemos de alguien que lo está pasando verdaderamente mal, en lugar de darlo ya por vencido, dediquemos tiempo a esa persona para animarla a superar sus dificultades, hablemos a otros de cómo se está enfrentando a su destino con valentía y con optimismo y que de nuestros labios surjan palabras de ánimo y de ilusión para que sienta que no está solo, que cuenta con nuestros mejores pensamientos. Si hacemos esto nuestro granito de arena habrá merecido la pena.
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