Verdad
Hace muchos años -no diré cuántos-, unos buenos amigos tomaron la decisión de casarse en Estados Unidos. Él es judío; ella, del Alto Miranda. ... Antes del enlace, la familia del novio sugirió la posibilidad de que ella llevase a cabo un proceso de conversión para tener la fiesta en paz y no epatar a los mayores. La novia, con guasa, replicó: «no creo en la religión verdadera, ¡como para creer en otra!».
El análisis de nuestra realidad política nos acerca a esta anécdota de forma, a la vez, desternillante y trágica. Hablamos del concepto de verdad, con el que la sociedad española se brega desde hace siglos sin alcanzar nunca una conclusión razonable. La batasunización del país (que conduce al presidente Sánchez a referirse a ETA como «banda», a secas, en una expresión de radical indignidad) dicta los movimientos institucionales de una manera semejante a la de aquellas comunidades que padecen la enfermedad nacionalista.
Existe, desde luego, una formalidad -acaso una ilusión- de pluralismo ideológico. Aunque ya cada vez menos; no hace falta. Cuando una doctrina, sea cual sea, se impone en España, sus adalides no se conforman con sacar adelante los programas entendiendo que la suya es una posibilidad entre otras. No. Lo fundamental es expandir el dogma de tal modo que incluso los más recalcitrantes opositores acaben por asumir el grueso del discurso dominante. Ha pasado, por ejemplo, con el constitucionalismo en el País Vasco. Y pasa, ahora, con el PP de Casado, que teme el advenimiento de Feijóo y trata de escapar del abordaje desprendiéndose de valores y principios, es decir, lanzando a Álvarez de Toledo por la borda. Para tener la fiesta en paz, ya saben.
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