

Lo que ha cambiado Santillana
La rehabilitación de edificios y la apertura de numerosos negocios transformó la villa durante las últimas décadas
Lo cuenta delante de una pared llena de fotos. Son retratos de vecinos. Unos con más años que otros. Fuera, el trajín de un grupo ... con acento francés detrás de un guía. Un miércoles de junio a media mañana. «¿En los ochenta? Pues lo que recuerdo es el pueblo lleno de vacas. Todas las tiendas que hay ahora mismo eran cuadras y bajaban las vacas por el Cantón a beber agua al bebedero. Ibas a la escuela y, cuando salías, a las cinco de la tarde, por la calle no había un turista. Los que venían, incluso, le sacaban fotos a las cagadas de las vacas porque les llamaban la atención. Nada que ver con lo que es ahora. Para nada». Miguel García, de 58 años, ha reabierto hace poco más de un año con su hermano David lo que en su día fue la tienda de ultramarinos de sus abuelos. Ahora es un coqueto bar-restaurante que ha aprovechado algunos de los elementos que sobrevivían del comercio. 'La tienda, 1937', se llama. Lo que cuentan los hermanos y el propio negocio es un ejemplo de la biografía de Santillana del Mar en las últimas décadas. Esas cuadras en los soportales son ahora 460 establecimientos de todo tipo en todo el municipio. Alojamientos, bares, tiendas muy diferentes... Y turistas. De aquella excursión para ver la Colegiata y recorrer el suelo empedrado de la calle Cantón, de la visita al zoo que todos hicimos en la infancia, del vaso de leche y el trozo de bizcocho, a epicentro –uno de los más importantes y lo primero que recomienda un cántabro– turístico de la región.
(La postal antigua. La calle, con la Colegiata al fondo, animales sobre el empedrado y una charla de vecinos. La imagen hoy en día. Turistas, negocios, terrazas y edificios reformados en una imagen de este miércoles).
Lo del vaso de leche –a Casa Quevedo vienen a hacerle reportajes de toda España– lo recuerda bien Ángel Cuevas. El expresidente de los hosteleros cántabros es de Queveda y su familia regenta varios establecimientos en el municipio. «Recuerdo perfectamente con 16 o 17 años venir con mi padre a repartir pienso por estas calles –tenían un almacén–, porque lo que te encontrabas en los soportales eran cuadras con ganado. Esa era la actividad y algunos tenían esos puestos de vasos de leche a la entrada de la cuadra».
Habla en una mesa del jardín del Hotel Casa del Marqués, el único de cinco estrellas del municipio. Un sitio espectacular con clientes, en su mayoría, extranjeros. Su apertura fue otro de los hitos del cambio. Pero, en general, la apertura de alojamientos ha sido una constante. «La explosión –reflexiona– en este sentido ha sido brutal en todo el municipio. Me atrevería a decir que hay 250-300 establecimientos donde poder dormir entre Santillana en su conjunto y los alrededores, pero lo que es en el casco histórico, aunque no lo sé con exactitud, hace 40 o 45 años habría unos cuatro o cinco (el parador, el Altamira, Los Infantes y un par de casas que alquilaban habitaciones), y ahora mismo habrá como 25 o 30».
Con una población de unos 4.230 habitantes, hay unos 460 establecimientos de todo tipo repartidos por el municipio
Ya no es sólo la calle Cantón o la del Río, las más conocidas, con la Colegiata al fondo. O la Plaza Mayor, en la que está el Ayuntamiento o la Torre de Don Borja (entre otros edificios llenos de historia). Hoteles, posadas, apartamentos turísticos, bares, restaurantes, museos, obradores o tiendas se han extendido por otras calles, por otras zonas. Hay negocios por la calle Jesús Otero o por los alrededores de la Plaza de Las Arenas, ya por detrás de Santa Juliana. Han proliferado establecimientos en las inmediaciones del Campo Revolgo y junto al aparcamiento de la Plaza del Rey. O en la Avenida Antonio Sandi. Incluso en el Barrio Herrán, ya algo más lejos. Eso amplía el recorrido de los turistas. El casco histórico es el mismo –aunque la reforma de edificios, clave, ha sido evidente–, pero el recorrido parece más amplio.

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Un paseo
Para muestra, un paseo rápido. Uno viene en coche por la Avenida de Dorat, en una sucesión interminable de carteles de lugares en los que comer, comprar o dormir o anuncios de actividades culturales. Si hay suerte –y pagando ORA en esta época– podrá aparcar en las plazas que hay frente al muro del convento. Por allí hay unos cartelones enormes amarillos con un buen puñado de indicaciones. A partir de ahí, en pocos metros, de camino a la Colegiata, y más allá de la Oficina de Turismo (en un edificio llamativo a la entrada de uno de los dos grandes aparcamientos), una lista. Burguers, una crepería, la tienda de una marca local de ropa de invierno, comercios de moda, de regalos, bares y restaurantes clásicos, otros de ese estilo 'gourmet' que tanto se lleva ahora, heladerías, joyerías, antiguas huertas convertidas en jardines con terrazas, una agencia de viajes, cerámicas y productos típicos, sidrerías, obradores, talleres, un par de oficinas de banco, salas de exposiciones... Todo eso, sin contar los alojamientos (en distintas vertientes) y los museos o edificios visitables.
«Santillana ha sabido adaptarse a todos los tiempos manteniendo la esencia del pueblo y respetando los valores de la sostenibilidad. Los hosteleros y los empresarios han apostado por un modelo de excelencia. Y no es sólo el reconocimiento por el patrimonio o la historia, hay pocos municipios que tengan la calidad de los alojamientos o esa excelencia en los establecimientos que tenemos en Santillana. La transformación va hacia la calidad. Se ha sabido sacar rentabilidad al destino y lo que más ha mejorado es la calidad de los servicios», afirma la alcaldesa, Sara Izquierdo (PRC). Habla de un grupo de empresarios pioneros que tuvieron una visión «futurista cuidando la estética» y también del esfuerzo «del propio vecino que intenta cuidar el patrimonio». Ella misma –cuenta– se estableció aquí en el 99, ha vivido los cambios desde entonces y ahora, más allá de su cargo en el municipio, no concibe poder «vivir en otro sitio».
«Santillana ha sabido adaptarse a los tiempos manteniendo la esencia del pueblo y respetando la sostenibilidad»
Sara Izquierdo
Alcaldesa
«De chavales, ibas a la escuela y, cuando salías, a las cinco de la tarde, por la calle no había un turista»
Miguel García
Bar-Restaurante La Tienda, 1937
«Con 16 o 17, venía a repartir pienso. Lo que había en los soportales que ahora son tiendas o bares eran cuadras»
Ángel Cuevas
Hotel Casa del Marqués
Eso sí, reconoce la necesidad de adaptar «la ordenanza a los nuevos tiempos» en referencia a la cartelería. Mucha, muy distinta, muy llamativa. «Es un problema. Estéticamente afecta al pueblo y al patrimonio. Tenemos que trabajar con los hosteleros y los comerciantes y encontrar un equilibrio», asume.
Hitos del cambio
Deben hacerlo, además, por un requerimiento de Patrimonio y porque así lo indicaron en una auditoría de Los Pueblos más Bonitos de España. Estar en ese selecto grupo –desde 2013– es uno de los hitos del cambio vivido en Santillana. Implicó, por ejemplo (otro hito), la restricción del tráfico en el casco histórico (algo decisivo). Y hay muchos más. En 2019 fueron Capital del Turismo Rural. Diez años antes, en 2009, su Auto Sacramental y la Cabalgata de Reyes (porque Santillana no es sólo verano y esta cita es mágica) fue reconocida como Fiesta de Interés Turístico Nacional (ojo al puntazo de cada año con la iluminación navideña).
Y uno puede irse mucho más atrás, con pasos decisivos. Hay que hacerlo, de hecho. Como ejemplo de la recuperación de edificios (determinante), a finales de los setenta se compró y se rehabilitó la Torre de Don Borja (en 2019 hubo otra rehabilitación). O la inauguración del Museo Jesús Otero en 1994... O, mucho más reciente (2023), la reapertura del Palacio de Los Velarde como casa-museo con modernas propuestas expositivas vinculadas a la historia de la villa.
No se puede dejar de citar en esta lista de ejemplos, de momentos que contribuyeron a la transformación, la inauguración en 2001 de la sede actual del Museo Altamira, con la neocueva. El símbolo universal de ese bisonte pintado en la roca, aunque no esté, claro, en el casco histórico, puso a la villa en el mapa de la historia universal, de la humanidad en sí misma, desde su descubrimiento. La cueva en sí, es evidente. La gran joya. Pero el nuevo edificio –más allá de las visitas a la cavidad original de hace décadas y las restricciones posteriores– supuso un hito que debe estar escrito en mayúsculas en un reportaje como este. Un dato: el museo creado en 1979 tuvo entre el año 82 y el 2000 una cifra media de visitantes anuales de 98.500. Eso ya impactó en el número de turistas que acudían a Santillana. En el cambio vivido. Pero es que en 2002, ya en la nueva sede, fueron 368.737.
Lo más reciente en cuanto a transformaciones es de hace apenas dos meses. Cuando usted iba a Santillana desde Santander y llegaba por la Avenida de Dorat se topaba con un cruce que, además de ser peligroso, daba la sensación de cortar la villa en dos. A un lado quedaba lo que todo el mundo entendía por casco histórico, aunque se quedara corto. Pues bien, el arreglo de esa carretera, con el toque adoquinado, abraza ahora el Museo Diocesano, los conventos, y 'cose' las dos partes del pueblo. «Ha sido como una ampliación del casco histórico», reconoce Sara Izquierdo. Un arreglo que incluye aceras en Sánchez Tagle y mejores accesos hacia el zoo (otro de los grandes atractivos) y Altamira, incluyendo la Avenida Antonio Sandi (una reclamación histórica de los hosteleros de la zona).
La mañana es un ir y venir de turistas. «Allí las anchoas las tienen a tanto», se escucha entre un grupo que va de tienda en tienda. Para ser un miércoles de junio, hay mucho movimiento. Gente con mapa, guías dando explicaciones... Con acento francés, alemán... «Se han recuperado mucho los escolares», dice un vecino al ver bajarse a unos chavales extranjeros de un bus en la Plaza del Rey. Aparece una marea en pantalón corto por Bertrand Clisson hacia el punto donde se unen la calle de la Carrera y el Cantón. Se paran y curiosean frente al Museo de la Tortura. Otro grupo, más mayores, ocupa casi por completo el pasadizo de Las Lindes. Vienen de la Plaza Mayor.
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