Encuentro en el campanario de Isla
En 1976, el sacristán se encontró brevemente con un extraño humanoide poco después de otro raro suceso en Escalante
Un gris y frío domingo en un pueblo desierto a las siete de la mañana. Un día más de un año más en un sitio ... más. El sacristán de Isla, un viudo de 74 años aún en buenas condiciones físicas para su edad, Pedro Pérez, asciende con parsimonia las escaleras del campanario para despertar al pueblo aún somnolientoNada que no haya hecho más veces de las que pueda recordar. Pero de pronto nota algo raro. De repente ese 7 de noviembre de 1976 no parece un día más, pero don Pedro no está para calendarios y sí con los vellos erizados y la incómoda sensación de que sucede algo extraño. Lo siente en sus carnes; en su cabeza y en el cabello; en la electricidad del aire.
De pronto se gira al pálido contraluz del alba, enfoca con su linterna y cuando sus pupilas se acostumbran a la luz comprueba aquello que en penumbra parecía alguna vieja sotana olvidada no lo es; que no está solo. En una esquina del interior del campanario ronda una extraña figura. Una silueta alta y estilizada de unos tres metros de altura que se mueve mecánicamente y parece deslizarse por el aire mientras busca uno de los vanos de la torre ataviada con una especie de túnica oscura, pero de algún modo y al mismo tiempo luminosa o reflectante.
Un reguero de hormigas le recorre la espina dorsal cuando ve su cara, pálida y alargada y sin un rostro diáfano. No se detiene a preguntarle. Su silueta larguirucha, los finos brazos caso adosados al tronco y unas piernas también delgadas y flotantes no invitan a nada que no sea escapar antes y preguntar después, a una prudente distancia de seguridad. Baja las escaleras atropelladamente y huye lo más rápido que puede hacia su casa. Solo cuando ya ha cerrado la puerta y se siente moderadamente seguro cae en la cuenta de que ni siquiera ha tocado las campanas. Ni falta que hace. Malditas las ganas que tiene de volver a subir a la torre. El pueblo podrá vivir esa mañana igual.
Después regresó la normalidad. La figura se fue como llegó, sin que nadie más la viera, ni siquiera el propio don Pedro, que superó el temo a que le tomaran por loco y contó su historia en el pueblo. Pero el fenómeno no se volvió a repetir, para bien del corazón del párroco; ni él mismo ni ningún isleño se encontró nunca con el humanoide.
En este caso la leyenda urbana no tiene explicación.Se basa solo en el testimonio de Pedro Higuera Pérez –«en opinión del cura y de sus vecinos un hombre honesto y sincero», según, el equipo de la revista Vimana, que editada enSantander se desplazaba para conocer de primera mano todos los fenómenos extraños de la época–, cuyos restos descansan en el cementerio parroquial. Pudo ser sugestión, la pareidolia; una broma, una invención del sacristán o algún tipo de fenómeno extraño.Los propios observadores delCIOVE, editores de Vimana y los primeros en hacerse eco, no descartaban ninguna hipótesis. Porque el sacristán no tenía ningún testigo; nadie le acompañaba en ese momento y nadie vio nada raro aquel día Nadie podía secundarle para corroborar que su experiencia no fuera solo una imaginación.
Sí que hay un detalle pintoresco y descacharrante. O quizá revelador, para el que lo prefiera. Ese mismo verano de 1976 Santander había acogido un congreso sobre el fenómeno ovni. Y poco más de cien días antes, el 16 de julio de ese mismo 1976, por precisar más, un par de jóvenes trabajadores de Femsa habían visto de madrugada en Escalante, a muy pocos kilómetros de Isla un extraño humanoide flotante, larguirucho y gigantesco; de unos tres metros de altura. Muy parecido, sospechosamente parecido, al de Isla. Tal vez a la presencia le gustó Cantabria y tras visitar Escalante camino del congreso estuvo uno tiempo en Isla para comer pimientos y bañarse en la playa de La Arena. O tal vez don Pedro leyera en el periódico los sucesos de Escalante e hiciera una broma que degeneró en mito. O al contrario; quizá fuera víctima de una. Puestos a imaginar, podría tratarse incluso de un espíritu, al lado como estaba del camposanto.Estrictamente, y si se cree el testimonio, no se puede ofrecer una explicación racional.
Incluso quizá, quién sabe, Cantabria y toda su costa oriental figuren en una versión apócrifa de la 'Guía del autoestopista galáctico' escrita no por Duoglas Adams, sino por un ser con un nombre impronunciable, como quiera que escriban sus nombres los turistas de congresos interestelares. El caso es que los dos humanoides, el de Escalante y el de Isla, se parecían, o al menos los testigos los describieron de una forma muy similar, más allá que el de Escalante tuviera ojos brillantes. Pero quédense con un dato: al parecer don Pedro murió sin renegar de su particular encuentro en la tercera fase.
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