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El legado del astillero San Román de Santoña
En este taller, que primero fue el de Generoso Abascal, se construyeron a lo largo de 80 años cientos de pesqueros de madera
Fue uno de los astilleros de ribera más activos en el Cantábrico. Durante cerca de 80 años se construyeron artesanalmente en sus instalaciones cientos de ... embarcaciones pesqueras de madera para los puertos de la región y también para los de Asturias, País Vasco y Galicia. Se ubicaba en lo que hoy es la calle Eguilior de Santoña y donde actualmente se erigen las nuevas bodegas. A finales del siglo XIX, este terreno era un playazo y estaba ocupado por dos astilleros promovidos por los hermanos Gerardo y Generoso Abascal. Cada uno regentaba su propio taller y fue el de Generoso el que más perduró en el tiempo, pasando en 1915 la titularidad a uno de sus empleados, José San Román, y, posteriormente a los dos hijos de este. De ahí, que los santoñeses más veteranos atesoren entre sus recuerdos la prolífica actividad en el astillero San Román, que operó hasta casi la década de los 70.
Estos días, la Casa de Cultura de Santoña exhibe una exposición con una treintena de fotografías de los barcos que se fabricaron en este astillero durante buena parte del siglo XX. Dichas imágenes forman parte de una amplia colección, de más de 200 instantáneas, en posesión de la Cofradía de Pescadores 'Nuestra Señora del Puerto', de la villa tras ser donadas por la familia San Román. La muestra está suscitando un gran interés y atrayendo a numerosos marineros jubilados y en activo, y a vecinos que llegaron a ser testigos desde fuera de la construcción de los barcos, desde las primeras piezas hasta su botadura.
La Casa de Cultura de Santoña expone estos días una amplia colección de fotografías de los barcos que se fabricaron en este astillero
El historiador y director de la Casa de Cultura, Rafael Palacio, cuenta que las instalaciones de finales del siglo XIX eran muy sencillas: un modesto barracón de madera. En aquella época lo que se construían eran traineras para salir a faenar a remo, que no superaban los 14 metros de eslora. «Para 1895 ya trabajaba junto a Generoso, su cuñado José San Román Ormaechea, un joven de apenas 18 años que se convirtió en un avezado aprendiz». Destacó por sus dotes extraordinarias como carpintero de ribera y dio un gran impulso al taller. De ese año hay constancia de la botadura de la trainera Dulce Nombre de Jesús y al siguiente salió de este astillero la trainera Joven Marina, realizada para el que llegó a ser patrón mayor del Cabildo local, Juan Benigno Fernández.
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Los armadores y patrones de los pesqueros fueron incorporando innovaciones técnicas en las embarcaciones dando paso al vapor. Fue una auténtica revolución. El primer barco que se fabricó en la villa con este tipo de propulsión se botó en 1902 y se llamó Santoña. La labor de carpintería costó 2.250 pesetas, a lo que hay que sumar las 10.000 pesetas que valió la caldera, traída desde Francia.
En 1904 Generoso levantó un nuevo taller delante del antiguo, mucho más amplio para poder albergar barcos de vapor de mayores dimensiones, que alternó con otras construcciones de lanchas para el transporte de pasajeros por la bahía, de recreo o canoas deportivas.
Nuevo dueño
En 1915, la titularidad de la empresa pasó a nombre de José San Román, aunque el fundador siguió trabajando. En la década de los 20 empezaron a introducir el motor de explosión, que permitía mayor desplazamiento a los buques. Al fallecer San Román en 1941, el astillero pasó a menos de su viuda y sus dos hijos, Francisco (Paco) y Santiago, que se convirtieron también en maestros artesanos de la carpintería. «Mi tío Paco se dedicaba a diseñar los planos de los barcos y mi padre iba con una moto pequeña por los montes de la zona a comprar la madera», recuerda Carmen, una de las hijas de Santiago. Para las quillas, las cuadernas o los baos se empleaba el roble; para los forros y otras partes, el pino. De niña a Carmen le encantaba acercarse a ver cómo daban forma a los barcos. «Trabajaban unos doce obreros y todos eran de Santoña». Se enorgullece al recordar que «se construyeron cientos de pesqueros para todos los puertos. Era un astillero con mucho prestigio».
En la década de los sesenta se botaron los últimos barcos de grandes dimensiones: Madre Aurora, Estrella Polar, Jumbo o Divino San Roque. En 1967 se puso el punto final con el Nuevo Golondrina. Entonces ya no existía el taller, que se eliminó para realizar las bodegas, y se tuvo que fabricar en el carro-varadero.
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