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Al fondo, la Torre del Infantado de Potes

Peregrinación a tierras del orujo

Potes mantiene su esencia medieval con torreones y puentes en uno de los escenarios naturales más bellos de Cantabria

Enrique Munárriz

Viernes, 29 de agosto 2014, 13:13

Liébana es como esas mujeres que sabes que te mienten, pero no te importa. Su belleza encandila hasta el punto de pasar por alto cualquier falacia y el hecho de haber estado aislada tanto tiempo ha dado a esa belleza un punto salvaje. Durante siglos, hasta ayer mismo, era esta comarca del interior cántabro un lugar tan remoto como bello. Escondida entre los paredones y barrancos de Picos de Europa, taponada hacia el oriente por la maciza mole de Peña Sagra y cerrada en su vertiente sur por los vericuetos de Fuentes Carrionas y sierras adyacentes, la Liébana apenas sabía lo que era el mundo.

A pesar del aluvión urbanístico, el pueblito mantiene el tipo y, con mayor o menor fortuna, la inocencia agreste anterior al boom del turismo y los chalés. A Potes la gente peregrina no para buscar el perdón, sino, para qué engañarse, a pecar un poco. La culpa la tiene el cocido lebaniego o esa ristra de comercios que venden el repertorio de productos cántabros sin importar si son autóctonos o no que hasta los niños del colegio pueden recitar. A saber: el queso de Bejes-Tresviso (de aroma potente, vetas verdes y ese sabor fuerte que se agarra al paladar); el orujo lebaniego, los embutidos de jabalí, las corbatas de la cercana Unquera, los frisuelos

Una vez que se ha coqueteado con la gula, el pueblo, enriquecido en el pasado por ser cruce de caminos entre Castilla y el norte peninsular, espera. Cuesta concentrarse en el pueblo dado el entorno en el que se haya, pero no es justo obviar su corazón de agua y piedra. Los ríos Deva y Quiviesa imponen con su cauce los trazados de las calles y muchas acaban convirtiéndose en meros balcones donde mirar y escuchar el agua. Los paseos conducen hasta lugares emblemáticos como La torre del Infantado, acaso el más emblemático junto al puente de Cayetano y que hoy es la sede del Ayuntamiento, una vivienda construida en el siglo XV por la Casa de los Vega: eran tiempos convulsos y salía mejor construir una casa con aspecto de castillo, por aquello de las revueltas. De traza similar es la de Orejón de la Lama, poderoso señor al que no le hizo maldita gracia que Carlos I quisiera gobernar con su cohorte de flamencos, lo que le motivó a despertar la rebelión comunera por estos lares. Su hogar es, también, reflejo de la belicosidad de la época, aunque el río Deva, que pasa a sus pies, manso e indolente, de esos asuntos tenga poca idea.

Cuando la tarde se va encendiendo lentamente, apoyado en uno de sus puentes comidos por la hiedra -Potes viene de puente-, observando fijamente a esa serpiente de agua que es el Deva dorada por los primeros rayos de sol del atardecer, el visitante no tiene más remedio que sentirse en deuda con la historia de la, el lineas generales, lo ignora casi todo. Y piensa que si esas macizas rocas que conforman el valle hablaran posiblemente contaran lo que nunca llegará a saberse de la comarca. Cuenta la tradición que fue aquí donde los primitivos cántabros resistieron sin demasiados inconvenientes el asalto de las legiones romanas de Vindio y Medulio. Centurias después, los moros huidos de la cercana derrota de Covadonga, llegaron hasta aquí a través de los acogedores prados de Áliva, para ser aniquilados en el monte Subiedes, en Camaleño. Tras aquello, Alfonso I repobló la Liébana, asentando a la población en sus principales aldeas. El aislamiento, la tranquilidad y el sobrecogimiento que otorgaban estas tierras que vieron a un oso comerse a Wamba -rey de los visigodos entre los años 672 y 680-, hicieron que acudieran a ellas hombres santos en busca de retiro y meditación.

Transpira un cierto aire de frontera, por el ajetreo de sus tiendas universales (lo mismo compras unos cordeles o alpargatas que unos chorizos) y sus muchos figones y bares, para gente que siempre está camino de algo. Claro, que la gente que viene a ganar las indulgencias no se fija mucho en ese friso magnífico de picachos nevados durante gran parte del año, aunque no por estas fechas, ni si quiera en su vestimenta medieval: calles empedradas, la Torre del Infantado de origen medieval, casonas sumergidas en otros tiempos, y dos iglesias advocadas a San Vicente, una de estilo gótica y que data del siglo, y otra que fue construida en el siglo XIX y muestra hermosos retablos barrocos. Pero a la capital de Liébana no sólo se acude a disfrutar de un entorno bellísimo, sino, que en estas fechas la cita o la tentación de viajar al corazón lebaniego es para catar, disfrutar, beber orujo.

Fragmentos de la cruz de Jesucristo hay muchos por el mundo, demasiados. De hecho, posiblemente, si se juntan todos los trocitos que dicen que son de la Cruz en la que fue crucificado el hijo de Dios acaso podría construirse un Arca de Noé. Pero el más grande de todos está a escasos dos kilómetros, en Santo Toribio de Liébana. Fue serrado para que adoptara la forma de una cruz y, a mediados del siglo pasado, sometido a pruebas para testar su antigüedad. Los resultados han sido, cuanto menos, para protagonizar varios programas de 'Cuarto Milenio': el madero tenía más de 2.000 años y a una especie de ciprés propia del Mediterráneo oriental.

El Monasterio de Santo Toribio de Liébana tiene, desde 1512, un valor añadido: es uno de los cuatro lugares del mundo cristiano -los otros son pesos pesados: Jerusalén, Roma y Santiago de Compostela- en el que se puede obtener el jubileo y, con él, la indulgencia plenaria. Se se produce cuando el 16 de abril cae en domingo. El último fue en 2006 y para el próximo habrá que esperar hasta 2017. Aunque no regalen jubileos, sería un delito no acudir al monasterio, fisgar la famosa reliquia siempre bajo sospecha aunque las pruebas perjuran que, de ser una falsificación, el santo madero tendría 2000 años de antigüedad-, acercarse a la Santa Cueva lugar turbador e enigmático-, o a la ermita de San Miguel que regala alguna de las mejores panorámicas del valle. Las primeras referencias del monasterio, en cuya construcción, según la leyenda, ayudaron a Santo Toribio un oso y un toro, son de 1125. La iglesia es de mediados del XIII.

Este inesperado tesoro que reposa a los pies de los Picos de Europa acopla en sus geografías vacas, manadas de rebecos, ciervos, lobos, osos o buitres leonados, se puede hacer senderismo, rutas a caballo, escalada, parapente, pesca Para los amantes de la bici, uno de los trayectos más pedaleados es desde Potes hasta Caloca, un recorrido de 20 kilómetros no apto para principiantes (tiene un desnivel acumulado de subida de más de 800 metros). Desde la capital de la comarca se baja hacia el desfiladero de la Hermida hasta llegar a Ojedo, donde hay que incorporarse a la carretera de Palencia y desde ahí, remontar el valle del río Bullón. Después de pasar Frama, Cabezón de Liébana, Puente Asnil, y Pesaguero, llegará lo más duro del ascenso, siete kilómetros hasta llegar a Caloca.

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