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G. L.
Viernes, 2 de febrero 2007, 09:13
Once de la noche. Los servicios de urgencia de la Policía Local y los bomberos reciben la llamada telefónica de unos padres que informan que no pueden abrir la puerta de su domicilio, un piso de la calle Juan XXIII del barrio La Inmobiliaria, porque estaba cruzada la llave por dentro en la cerradura. Saben que 'el niño', su hijo, está solo dentro de la casa y que no contesta a sus reiteradas llamadas a la puerta. Temen que le haya podido pasar algo grave.
Los servicios de rescate activaron, como no podía ser de otra manera, las alarmas máximas ante el temor de que un pequeño en casa sin adultos, encerrado con la llave puesta por dentro, pudiera haberle pasado algo o hacer cualquier cosa presa del pánico. No tardaron ni minutos en llegar a la vivienda policías locales y bomberos, constatando que, en efecto, nadie atendía a los requerimientos, y que la cerradura de la puerta estaba bloqueada. No se lo pensaron dos veces: reventaron la puerta para rescatar al niño. Buscaron por toda la casa y, al final, encontraron a un mozalbete de 21 años durmiendo a pierna suelta en la cama, tan tranquilo y apaciblemente que no sólo no había oído las llamadas de sus padres sino tampoco el ruido por la actuación de los bomberos.
Seguramente la cara de los padres fue de alivio, la del joven de susto y la de los bomberos y policías inexplicable. Y es que la moda de que los hijos abandonen el hogar paterno bien entrados en años, y con las canas a la vista, hace que los padres, actualmente cuidadosos hasta extremos inimaginables de sus retoños, a quienes por lo visto no se quiere ver crecer, siguen llamando a los chavalones con pelo en el pecho, y por lo que se ve en este caso mucha necesidad de sueño, 'el niño'. Cómo cuesta madurar hoy en día.
Queda por saber quién pagará ahora a los bomberos su actuación, aunque la angustia y el mal rato que pasaron no tiene recompensa económica pensando que podía haber ocurrido lo peor. También nos quedaremos sin saber qué le dijeron los padres al 'niño' que ya no dormía en una cuna. La cara de los padres fue de alivio, la del joven de susto y la de los bomberos inexplicable
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