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Albino. El wallaby blanco todavía mamaba en octubre, aunque desde fuera de la bolsa de la madre. :: T. C.
CANTABRIA

Balbino, el cangurito invisible

El pequeño wallaby albino de Cabárceno, que salió del marsupio de su madre la pasada primavera, no ha superado el invierno

TERESA COBO

Lunes, 7 de febrero 2011, 08:44

Pese a su llamativa blancura, era difícil observarlo, porque su madre lo mantenía protegido en lugares apartados y umbríos. Ahora ya es invisible. El delicado cangurito que asomó en primavera no ha sobrevivido al invierno. Enfermó y murió durante los días más fríos de diciembre. Todos los wallabies de Cabárceno, una veintena, vuelven a ser de color gris amarronado o, si se prefiere, marrón grisáceo. Balbino ha sido el tercer albino en la historia del parque, pero no será el último.

El primer wallaby blanco, el que ha sembrado sus genes, llegó a Cabárceno procedente del pequeño zoológico de Mataleñas, donde ya había llamado la atención de los visitantes del parque urbano santanderino. Pasaron cuatro generaciones antes de que, ya fallecido el primigenio, una de sus descendientes pariera un nuevo canguro albino. Este segundo ejemplar duró seis años y era el abuelo de Balbino, que tampoco vivió lo bastante para conocer a su nieto.

Nunca han coincidido dos canguros sin pigmentación en Cabárceno. «Lo normal es que se dé uno cada tres o cuatro generaciones, aunque en el caso de Balbino ocurrió antes. Su madre es hija del anterior albino. Tiene cinco años y ha sido su primer parto, así que puede volver a tener algún hijo blanco», aclara Miguel Ángel Marañón, el más veterano de los cuidadores del parque de la naturaleza.

Balbino salió por primera vez a la luz la pasada primavera, aunque los ochos meses anteriores vivió oculto en el marsupio de su madre. Cuando nacen, los canguros (incluidos sus hermanos menores, los wallabies) apenas son una larva del tamaño de una alubia. Expulsados por el orificio urogenital, deben trepar por los pelos de la madre hasta introducirse en la bolsa incubadora, donde se aferran a una de las cuatro mamas, la más pequeña, «del tamaño de un grano de arroz».

Los wallabies viven entre doce y quince años, a veces veinte, pero los albinos son menos longevos. Marañón explica que «están más expuestos a todo. Les afecta mucho el sol, a la vista, porque tienen los ojos muy claros, pero también a la piel, casi transparente. Nacen con menos pelo y, en las zonas descubiertas, sufren quemaduras. También son más sensibles al frío y a las infecciones». Una vez salen al exterior, las crías regresan al saco protector para mamar al menos durante seis meses. Cuando Balbino murió, había superado esa etapa y era bastante independiente. «Lo más probable es que la madre esté de nuevo preñada. Cuando los echan de la bolsa es porque llevan otro dentro», argumenta el experto cuidador. Balbino mamaba todavía desde fuera, ya avanzado el otoño, sin que a su madre pareciera molestarle. Seguía pendiente de él.

Para la próxima primavera, aparecerán nuevas crías que ahora hibernan en los marsupios. No es tan fácil, pero quizá una de las cabecitas que asome sea blanca.

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